(Con “el Misterio” en la mente)
Se me cerraron las salidas esa noche. Primero fueron tus palabras;
después la música en tu cuerpo; un murmullo lejano, creciendo, tomando
progresivamente posición; algo así como el sonido de un tren que se va acercando,
apenas perceptible cuando lo notas por primera vez; pero que crece como
avalancha hasta dejarte sordo cuando pasa junto a ti… Y así fue creciendo tu murmullo. El tono de tu voz se hizo más fuerte. Poco a poco fue llenando el vacío de la noche. Tus palabras fueron tomando tal fuerza que
apenas pude reaccionar. Llenaron de
energía el cuarto, la luna, la carretera y el bosque. Y prendieron una llama que no quería prender,
pero que ya no quiero apagar. Retumbaron
en mis silencios, tocaron cada extremo de mi cuerpo. Y entonces ya no existió
más sonido que tu voz, enérgica, contundente, sin piedad. Me hablaste de mundos
tan extraños para mí… sapos que fueron príncipes; príncipes que siguen siendo
sapos; niños hermosos que después fueron soldados; playas de arena rosa, y en
ellas una diosa que todavía no olvida el lenguaje del mar; árboles que son
cuna; sueños sin fantasmas congelados. Fue bello ¿sabes? Fue hermoso perderme en el volumen de tu
voz. Reconocer mis mil y un vidas
pasadas en tu relato. Ver hacia delante
y sentirme libre para imaginar… Pero
sabe también algo. Debes tener cuidado,
no sea que tu voz suene demasiado alto que no te deje escuchar el latido de mi corazón. Compañera, si tan sólo bajas un
poco el volumen de tu voz, quizá me puedas descubrir. Si no… no te preocupes; yo te voy a seguir
escuchando embelesado… pero no vamos a
hacer magia.