A casi una década de haberse inaugurado el siglo XXI, la idea de “democracia” sigue erigiéndose como la panacea de la política. Cualquier propuesta que se pretenda seria o políticamente correcta tiene que estar enmarcada dentro del paradigma democrático. Ninguno de los polos del espectro político puede darse el lujo de omitir el ideal democrático como fin último de todas sus propuestas, por más antagónicas que éstas se presenten. Por todos lados se desarrollan diálogos, debates, y reflexiones que presuponen la democracia como único marco referencial, a partir del cual se debe orientar todo desarrollo, toda transformación, toda reforma.
"Es necesario democratizar el país;" "Tenemos que luchar por la democracia;" "Tenemos que defender las instituciones democráticas;" Frases como estas son repetidas una y otra vez como si pudieran, por el sólo hecho de la repetición, traducirse en la realización del bienestar social que presupone el concepto en el imaginario social de quienes lo enuncian. No obstante, pocos son los que se detienen a reflexionar críticamente sobre el concepto mismo. ¿A qué se refiere esa democracia tan ampliamente pregonada? ¿Qué hay detrás de esa idea? ¿De dónde viene la democracia? ¿Cuál es el carácter fundamental del ideal democrático en relación con las nuevas realidades políticas y sociales?
Cada vez más, las sociedades modernas están siendo testigos del surgimiento y reforzamiento de las identidades colectivas y las fragmentaciones étnicas que demandan, ya no sólo su reconocimiento dentro del marco democrático sino una nueva forma de organización autonómica de la producción y reproducción de la vida social. Estas demandas no son fortuitas, sino que presuponen una contradicción en el modelo mismo de democracia y sus principales fundamentos, los cuales no corresponden ya al carácter amplio, diverso y heterogéneo del sujeto social.
La democracia moderna -léase "democracia liberal"- no es sino un producto histórico, un producto de la sociedad burguesa, por lo que su constitución no se puede entender sin los presupuestos básicos del capitalismo, como son el individuo y la propiedad. En otras palabras, el modelo democrático moderno es un producto de y para el capitalismo, cuya forma y contenido no se explican fuera de éste. En un mundo cada vez más fragmentado, con un modelo de sociedad que atraviesa una crisis económica y política, así como de legitimidad ante los millones de desposeídos, marginados y excluidos, la democracia se debería entender más como un residuo viejo y caduco de un modelo y una concepción de sociedad exhaustos.
En el presente trabajo nos proponemos defender la tesis del agotamiento del modelo democrático liberal como paradigma político, a partir de una crítica filosófica e histórica, que parte en primera instancia de los principios fundamentales de la democracia, como son el pacto social, la voluntad general, la igualdad, y la representación, examinando algunos de los filósofos de la democracia. En segunda instancia, discutimos críticamente la formación más actual de la democracia, aquello en lo que ha devenido, es decir, un sistema político cuyos principales supuestos son el sufragio universal, las asambleas representativas, y las libertades civiles. (Leer el artículo completo...)
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