En la víspera de navidad, no podría
pensar en mejor celebración de la vida, que una breve inmersión en el corazón
de la Sierra de Zongolica. Extrañando lo
cotidiano (en el sentido de “hacer extraño”), acompaño una visita en casa de
Doña Josefina, señora nahua septuagenaria, curadora y curandera (que no es lo
mismo), ixtlamatki, tlapahtih, temakixtih (“Sabia, médica y partera”). Con kueitl negro y wipilli descolorido, en su
cintura apenas se distingue un modesto ilpikatl, la pequeña figura de manos
arrugadas y cabello largo y grisáceo sale de un cuarto de tablones, lámina y
piso de tierra, a ver quién o quiénes llegaron a su puerta.
- ¡Chikawatikah! (o “chatigá” con acento
local), nos saluda la anciana. A mí me
reconoce inmediatamente, de hace poco más de un año cuando me hizo una limpia
con huevo, yerba y otras terapias bastante conocidas en esta región.
- ¿Tikilnamiki keman oniwallah yi se
xiwitl, otechpopoh?- (“Recuerda cuando vine hace un año a que me limpiara”) Le
pregunto en algún momento.
-Kema- (“Sí”) Sonríe.
–Otikwalikaya momanga- (Traías tu manga de lana). En efecto, vestía yo en aquella ocasión una
tilma de lana que compré a una señora de Tlaquilpa, en la zona fría. No lo recordaba. Me sorprende la lucidez y profunda memoria de
nuestra anfitriona.
Entre humo de tlekuilli (fogón
tradicional mesoamericano) y aroma a café de olla, transcurre la plática en
náhuatl sobre los usos médicos de la fauna y la flora local. El tzopilotl (zopilote) se usa para curar el
tlatlaxismihmikilistli (tosferina). ¡Pero cuesta para agarrar uno! También se puede curar con el chupamirto
(colibrí). Se le saca su corazón y se come.
-Pero no ihkin, owi para tikonanas se-
(Pero también es difícil agarrar uno).
Pienso en voz alta.
-Tikkuitis ika’n charpe- (Lo agarras con
una resortera). Me dice despreocupada, simulando con las manos el gesto de
tirar con este instrumento.
-Mawkayotl mopahtia ika tonalxiwitl- (El
espanto se cura con la yerba de nombre “tonalxiwitl”), nos explica. Se le unta a la persona en el cuerpo.
Con un poco de nerviosismo por mi acento
de náhuatl urbano y de pinotl masewalizado, le comento tímidamente que en otros
lados he escuchado que es necesario buscar el lugar en donde se espantó la
persona afectada.
-¡Kema! Noihki- (“Sí, también”), me
responde imediatamente. Nos explica que cuando el espanto es muy fuerte, se
tiene que ir a buscar el “tonal” de la persona en la tierra en donde sucedió el
espanto. Se busca el lugar, se le ponen
flores (“moxochitlalia”) a “tlaltikpak” (la tierra) y se le pide que regrese el
tonal de la persona. ¡Sí, se habla con
la tierra!
- Tiktlapowia tlaltikpak- ("Le hablas a la tierra").
Le pregunto con asombro si se le habla
directamente a tlaltikpak, esperando que mi interés visiblemente proyectado la
incite a contarme un poco más de este tema.
Al final del día, lo que me trajo aquí es mi interés por indagar un poco
más sobre las manifestaciones cotidianas del concepto de dualidad en la
cosmovisión nahua moderna.
- Kema, tikintlapowia Tlalokan Tata iwan
Tlalokan Nana- (“Sí, se les habla al señor y la señora del Tlalokan”). Me explica que ellos (los dos) son los que
cuidan la tierra. Viven en la tierra (y
señala al piso mientras me explica).
Aunque, también me llama la atención que su relato se refiere más al
“tata” y sólo en una ocasión hace mención de “nana”. Extraña dualidad trunca, en donde parece
cobrar preeminencia la figura masculina.
Si no se le habla a la tierra, entonces
la cosecha no es buena. Un día, relata la anciana, su madre vio cómo una gran plaga destruía la cosecha, pero
en ese instante salió de la tierra un señor ya anciano, y se llevó la
plaga. Era “Tlalokan Tata”, nos dice:
-ihkon onechillih nomaman- (“así me contó mi mamá”). Nuevamente, parece haber desaparecido la
figura femenina, al menos en el plano de lo sagrado. ¿Será sólo el subproducto de la creciente influencia de la
gama de versiones del cristianismo y su mirada androcéntrica, que han penetrado en la región? ¿O será que
me estoy inventando una supuesta “dualidad” proyectada en lo que yo quiero
construir como “nahua”? Al final de cuentas la cultura también es un texto,
cuya interpretación depende de quién la está leyendo. Lo que es cierto es que
lejos aparece aquí esa noción de “tierra madre” adjudicada por la mirada
externa a los nahuas, pero cuyo origen sospecho tiene más de occidental que de
mesoamericano. Después de todo, la asociación de la tierra con lo femenino
remite más a Gaia o Gea que a Tlalteuktli (señor de la tierra), que en todo
caso aparecería como binomio junto con Koatlikue, o en este caso con Tlal-o(h)kan
(“tierra”-“dualidad”) “tata” y “nana”.
Aunque, nuevamente, es posible que sólo esté inscribiendo en lo “nahua”
mi propia relación con el sentido de lo que yo quiero interpretar (construir)
de lo mesoamericano. Es posible que me
esté atorando en el pasado. Al final del
día, la construcción que los nahuas hacen de su mundo no puede obviar los más
de 500 años de colonización y de occidentalización. No puedo evitar un
sentimiento de nostalgia al no encontrar lo femenino en la tierra. “Nostalgia imperialista” diría Renato
Rosaldo. Yo hablo desde mi sagrado
occidente, con mi carro estacionado, mi nahuañol y mi machismo intrínseco,
lamentando la difuminación de lo dual y la pre-eminencia de lo masculino en el
relato sobre la tierra de una anciana curandera.
- Axan ayakmo ihkon kichiwah- (“Hoy ya no
lo hacen así”), se acrecienta mi nostalgia mientras continúa su relato la
anciana. La gente ya no habla con la
tierra. Ya no le ponen flores al señor y la señora del Tlalokan, ni les piden
que regresen el “tonal” del enfermo de espanto.
Y es que hoy la gente ya no pierde su “tonal”. Hoy ya hay médicos. Ahora la gente se enferma de virus y
bacterias. Hoy la gente toma CocaCola y
muere de diabetes. Aunque ahora con sólo
un par de pastillas pueden curarse, y si no se curan, al menos pueden
satisfacer su sed de modernidad. (Es
fácil ironizar desde mi propia sed de tradición, parada cómodamente en mi
modernidad asumida).
Aún así, todavía hoy, muchas mujeres
siguen buscando a Doña Josefina para que acompañe sus embarazos. ¡Menos mal que siguen llegando nuevos niños
al mundo nahua!
- ¿Tikinpalewia siwameh tlakonewihtokeh?
(“¿Ayuda a las mujeres embarazadas?”)
- ¡Kema!- (“Sí”). Mientras platica,
nuestra anfitriona busca algo entre los rincones del pequeño cuarto de tres por
tres metros. Finalmente encuentra una libreta.
Extiende su mano morena y delgada, y nos enseña una lista con diez
nombres de mujeres. Son las señoras que tiene
programado visitar en esta y la siguiente semana. Diríamos en lenguaje occidental que se trata
de “sus pacientes”. ¡Bastante asombroso
para quien había condenado al pasado a la medicina mal llamada “tradicional”!
Y así, seguimos la plática cuando de
pronto, por las rendijas de la pared entre un tablón y otro, se ve la silueta
de otra señora que llega a buscar a Doña Josefina. También de kueitl y wipilli, se asoma al
cuarto y anuncia su llegada.
- ¡Chikawatikah! –.
Sale la anciana a recibirla, y después de
saludar e intercambiar un par de comentarios, deja toda pretensión de
solemnidad y vacila señalando a mi carro:
- Xikitta yeh nokoche onechkowilihkeh –
(“Mira, ese es mi carro nuevo, el que me compraron”). Y se sueltan ambas a las carcajadas. Otra vez mi espíritu de antropólogo a la
Indiana Jones se escapa por la puerta de atrás.
Las dos señoras siguen platicando y pasan a la parte posterior del kalli donde estamos sentados. Doña Josefina le despacha unas yerbas y pronto
se despide la visitante. Nos volvemos a quedar en el cuarto y al cabo de un
rato, también nosotros nos despedimos. - Ma tiwiah – Anunciamos, mientras nos
dirigimos al coche.
- Techtlaneti mokoche tehwatzin- (“Me
presta su carro señora”) me aventuro a bromear, siguiendo el código que
observé unos minutos antes.
- Kema, nimitztlanetis- (“Sí, te lo
presto”) me contesta y se suelta nuevamente a reir.
Y así, entre carcajadas y un esqueje de
“Yerbamuestra” para llevar, nos despedimos de Doña Josefina, para ir a visitar
a su hermana Luisa, quien nos platicó de la relación entre hombres y mujeres.
Pero ese relato ya será para después de navidad…
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