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A veces me detengo donde se interceptan los caminos de la revolución,
donde estos pasan entre otros llenos de colores más ligeros,
quizá más diversos, con formas y texturas más complicadas,
casi me atrevería a decir que aquellos parecieran escondidos, olvidados,
en comparación con los últimos, más concurridos y cuidados,
los primeros llenos de verdades que azotan y golpean embusteras,
mientras los otros se extienden entre luces de neón.
Hoy por fin descubrí el blanco y el negro
y con ellos llegó también el gris que iluminó mis colores,
Entonces pude comprender el mundo.
Como un enjambre de luciérnagas rojas,
me asaltó un ejército de verdades.
Me rodearon batallones enteros,
que vociferaban e insultaban temerarios:
“¡Eres ser humano!” “Tienes corazón”
Esas tan tremendas injurias penetraron mi cuerpo.
Se escondieron ahí donde no podía alcanzarlas.
Estiré mis brazos, mis piernas, mi cuello,
doblé mi torso y mi cadera...
...pero no pude encontrarlas.
Entonces comenzó mi enfermedad...
Empecé a escuchar voces,
no sé si eran verdades o injurias,
me hablaban de teorías exploradas
de contradicciones y teleologías motivantes,
de primeros motores y modelos ideales,
de ontologías fantásticas y depresiones cíclicas...
Una de las voces me dijo que el mundo no estaba hecho más de necesidades,
que éstas ya no importaban,
que hace muchos años los egos se llenaron de realidades objetivas,
y crearon sujetos mercenarios,
que los bebés se transformaron en soldados,
y cambiaron a sus hermanos por monedas de aire,
y que las monedas se transformaron en actos sexuales ciegos y vacíos,
de los cuales nació la desesperanza.
Fue entonces cuando vi a mi gente...
los vi a todos,
uno por uno pasó frente a mí,
pero no reconocí a nadie.
Seis mil millones de rostros ocultos,
siluetas mecánicas caminaban en muchas direcciones,
pero ninguna iba hacia adelante.
Entonces quise gritar el camino,
pero ya no pude distinguir entre necesidad y libertad.
Y si la primera había desaparecido, la segunda nunca pudo existir...
Entonces una madre le gritó “estúpido” a su hijo.
El niño creció... y mató a su hermano.
Más adelante, una televisión se comió a dos niños.
Los niños crecieron, y fueron sólo mentiras sin rostro.
Y una heroína habló...
y luchó...
Entonces pensé que recuperaba esperanzas,
pero ella fue la única que no había sufrido,
y por eso (me dijeron) nunca se había conocido.
Me derrumbó la tristeza.
Sentí intensamente el dolor por la existencia.
Una voz más amarga me gritó que yo era malo,
que era mi naturaleza,
que era la humanidad,
como si el dilema entre naturaleza y ambiente fuera a ser resuelto.
Pero cuando estaba a punto de asentir,
otra voz me recordó a los niños azotados,
aterrorizados, reprimidos, controlados... disciplinados,
a las conciencias de una sociedad atomizada,
a las mentes embaucadas con cuentos de hadas,
a las escuelas llenas de maestros mudos,
a los libros de lujurias en oferta,
industrias manufactureras de pensamientos y sentimientos,
al placer de ahogar cerebros en humos y sustancias que apagan inteligencias.
Entonces entendí que no había esencias,
que la única esencia es la interdependencia,
que la vida había sido transformada por la ambición
y que la ambición nació en los corazones
desde el momento en que alguien pronunció la palabra “mío”,
que la ciencia había sido cooptada por la empresa,
que la competencia era el color de la filantropía.
Una vez más estuve dispuesto a gritar,
a correr, a comunicar... a luchar,
a golpear todos esos corazones que habían perdido sus rostros.
Descubrí otros caminos y otras revoluciones,
Y con ellos fueron apareciendo algunos rostros...
Y aunque tampoco los reconocí,
parecía que pensaban.
Con ellos recorrí un kilómetro.
Pero cuando la vereda se cerró y las arañas se sintieron en la piel,
Aquellos con quienes caminaba empezaron a desplomarse.
Como trapos que caen, quedaron en el suelo inermes.
Inofensivos cuerpos que ahora escurrían contradicciones.
Otra vez me derrumbó la tristeza.
Seguí el camino solo y sin voltear la mirada...
Pero ya no supe si caminaba hacia adelante o hacia atrás.
El aire era cada vez más denso,
la humedad llegó hasta mis ojos...
y llegué a perder el horizonte.
De pronto vi una flor en mi camino.
Me era muy familiar.
Ya la había visto antes.
Le había hablado y ella a mí.
Pero nunca la había visto tan cerca.
Mis ojos no soportaron sus colores.
Me detuve a admirar su tan inmensa belleza.
Y así pasaron días... un mes.
Y yo no podía más que contemplar su belleza.
Entonces sentí el amor...
El amor había sido mi razón de ser,
pero hace muchos años me había dejado,
y se había ido por otro camino.
El amor había perdido su sentido en mí.
Esa contradicción borraba poco a poco mi rostro.
Y mi corazón vacío había estado...
Pero en ese momento, todo cambiaba,
El amor tomaba mi mano.
Pude moverme y dar unos pasos.
La belleza me reconoció y yo a ella.
Y por un instante descubrí mis horizontes.
Comenzaron a llover prácticas nuevas,
ideologías y acciones emancipadoras.
Conceptos para mí encontrados e irreconciliables se dieron la mano.
Sublimes momentos de rebeldía...
Pero el instante pasó muy rápido.
Cuando intenté abrazarla, cerró sus brazos para abrazarse ella.
Entonces miré hacia adentro y vi una farsa,
(tragedia fársica dirían los expertos),
una mentira que no se sabía mentira.
Una completa ausencia de colectividad y reciprocidad.
Busqué una explicación para aquello que comenzaba a matarme,
y encontré un amor lleno de individualismo.
Una existencia volteada sobre sí misma.
Un “dame pero yo no te puedo dar”
“tócame pero yo no te he de tocar...”
Pero yo ya no pude tocar una flor llena de espinas.
Entonces quise hablarle, explicarle, convencerla,
pero una flor no tiene oídos...
No esperaba problemas me dijo.
Y comenzó a derrumbarme aquel amor...
ese tan bello y egocéntrico amor,
y el amor quedó enterrado bajo una montaña de poder...
de poder egoísta, de orgullo, de indiferencia...
de narcisismo.
Pero el amor nunca murió...
y la tristeza mi vieja amiga se asomó.
Entonces volví la vista atrás...
pero ya no encontré el camino.
Ya no podía ver el gris de los colores.
No había más siluetas, ni caminos,
ni arañas, ni flores,
ni verdades, ni injurias.
No había ya razón.
Entonces dejé de creer...
En ese momento, una voz surgió de entre aquellas que mudas gritaban.
Esta voz más tierna y serena que las demás,
se acercó a mi frente y me susurró una libertad:
“Yo soy mi propia esperanza”
Cuando todo desapareció,
cuando el mundo es una contradicción,
cuando el amor está enterrado,
cuando la traición, la mentira y el individualismo,
se disfrazan de esencia,
de naturaleza,
no puedo perder la esperanza,
no he de creer todo perdido,
pues mientras el amor, siga siendo mío,
entonces puedo seguir creyendo.
“Yo” es mi último refugio,
mi última verdad...
Inmediatamente me dí cuenta que el amor nunca dejó de ser mi razón de existir.
Entonces volvieron los colores,
volvió el blanco y el negro.
Y comenzaron a aparecer de entre las siluetas sin rostro,
algunas que reconocí,
y me dí cuenta que todo el tiempo habían estado ahí,
sólo las había olvidado.
Entonces me dí cuenta que estaba una vez más entre los caminos de la revolución
y aquellos llenos de colores.
Y una vez más comencé a caminar por el más estrecho,
el más arduo y más difícil.
Pero ahora sí podía ver el final...
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