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viernes, 28 de noviembre de 2008

La Ideología según Althusser

(Exégesis)

Todo intento de exposición de la visión althusseriana de “ideología” requiere tomar como punto de partida el marco conceptual que nos da el marxismo para entender mejor el desarrollo de la historia. Según esta concepción, todas las sociedades humanas son el producto de la lucha de clases. Efectivamente, toda formación social histórica resulta de la relación dialéctica entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Toda formación social, es esencialmente, un modo de producción. En otras palabras, para entender el funcionamiento de una sociedad en un momento histórico determinado, es necesario dirigir la mirada a la forma en que los seres humanos producen socialmente las condiciones de su existencia.
Ahora bien, toda formación social debe, al mismo tiempo que produce, reproducir las condiciones de su producción, es decir, debe asegurar la continuidad de la producción –y de la forma específica de esa producción– a través de las diferentes generaciones. Evidentemente, cuando nos referimos a la necesidad de reproducir las condiciones de producción, obviamos decir que son las clases dominantes quienes están más interesadas en mantener la continuidad del modo de producción. Son los capitalistas, por ejemplo, quienes están más interesados en mantener al capitalismo funcionando a través de las generaciones.
Reproducir las condiciones de producción implica, fundamentalmente, dos aspectos. 1) la reproducción de las fuerzas productivas, y 2) la reproducción de las relaciones de producción existentes. Veamos cada uno de ellos:

La reproducción de las fuerzas productivas

Cuando nos referimos a las fuerzas productivas, nos referimos a las condiciones materiales de la producción (los medios de producción) y a las no materiales, como la tecnología, la investigación científica, etc. Pero también nos referimos a la fuerza de trabajo.
Es evidente que para reproducir los medios de producción (las fábricas, las herramientas, las materias primas, etc.,) se necesitan más fábricas, más herramientas y más materias primas. En el análisis marxista, esto tiene que ver con la diferencia entre la producción de los medios de producción y la producción de los medios de consumo. Sin embargo, para esta exposición, bastará con mencionar que para que la producción pueda seguir en pie, se necesitan producir las herramientas y las máquinas que permiten esa producción, pero que a su vez, necesitan para su producción otras herramientas y otras máquinas, y así sucesivamente, hasta el infinito. De igual forma, para mantener la continuidad de la producción, se necesitan reproducir las condiciones no materiales de la producción, es necesario un esfuerzo constante por mantener las investigaciones tecnológicas, así como el avance de las ciencias, que son condición necesaria para la producción industrial.
Con relación a la fuerza de trabajo, el marxismo nos dice que su reproducción está asegurada en el salario. Es decir, para que una obrera o un obrero pueda venir al día siguiente a su puesto de trabajo, necesita reponer sus energías, necesita comer, necesita descansar, necesita recrearse. El salario que recibe, no es más que el valor suficiente para satisfacer estas necesidades que le permitirán regresar día con día a su puesto de trabajo. Bueno, no sólo esto. El salario también tiene que ser suficiente para reproducir la fuerza de trabajo generacionalmente. Esto significa que tiene que cubrir el mínimo para la manutención de la familia del obrero, y en particular para que éste pueda tener y criar a sus hijos, que son nada menos que los futuros obreros. Aquí habría que hacer un análisis de las condiciones actuales de la reproducción de la fuerza de trabajo, y quizá nos daríamos cuenta de que hoy los salarios, principalmente en el llamado “tercer mundo”, ya no son para la mayoría de la clase trabajadora, ni siquiera suficientes para cubrir estas necesidades básicas. Sin embargo, esto trasciende el presente trabajo.
Ahora bien, Althusser nos dice que esto no es suficiente para reproducir a la fuerza de trabajo. Es decir, que no es suficiente con reproducir materialmente a la fuerza de trabajo. Para reproducir la fuerza de trabajo, es necesario también reproducir 1) su calificación técnica y 2) su sumisión. El primer caso resulta obvio cuando reparamos en la tan compleja división del trabajo que caracteriza al capitalismo. No es suficiente con reproducir la fuerza física del obrero, sino que se necesita reproducir sus capacidades técnicas cada vez más especializadas. Esto se da, fundamentalmente fuera del lugar de trabajo, por ejemplo, en las escuelas técnicas, universidades, etc.
El segundo caso, quizá no resulte tan obvio. Cuando nos dice Althusser que es necesario reproducir la sumisión del obrero, nos está diciendo que se necesita que la clase obrera se someta ideológicamente a un esquema que sea funcional al sistema de producción. Por ejemplo, aún si un obrero tuviera resueltas sus condiciones de existencia física, y fuera calificado técnicamente, si éste no se sometiera a la disciplina de la fábrica, al orden social establecido, entonces no sería funcional para el sistema, y por lo mismo, no podría reproducirse el sistema. Si los obreros no tuvieran un grado de sometimiento ideológico, sino que se rebelaran, entonces, en términos económicos, no se cubriría la necesidad de una fuerza de trabajo, que es una condición necesaria para la producción de valor.
Resumiendo, nos damos cuenta de que para reproducir las fuerzas productivas, es necesario reponer constantemente los medios de producción (máquinas, herramientas, materias primas, etc.,) así como la investigación tecnológica y las ciencias, pero también es necesario reproducir a la fuerza de trabajo en dos aspectos, es decir, en términos del salario que permite reproducirse físicamente a la clase trabajadora, pero también en su calificación por medio de la formación técnica y profesional, y principalmente, en su sometimiento ideológico que permitirá al obrero adaptarse a su papel económico de simple fuerza de trabajo.

El Estado

Antes de examinar cómo se reproducen las relaciones de producción, Althusser nos presenta una visión del Estado que pretende llevar la teoría marxista del Estado más allá de lo descriptivo, e introduce las categorías necesarias para entender más a fondo la reproducción de las relaciones de producción.
El marxismo nos da una visión de la sociedad que podría dividirse fundamentalmente en dos niveles, la infraestructura (base económica) y la superestructura (el Estado jurídico-político y la ideología) –algunos marxistas presentan tres niveles, infraestructura, estructura, y superestructura, pero por lo pronto, bastará con esta concepción que es en la que se basa Althusser.
De acuerdo a la visión clásica, la infraestructura, que es la unidad de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, es la que determina en última instancia a la superestructura. Esto no quiere decir que ello implique una determinación mecánica, lo que negaría toda posibilidad de historia. Por el contrario, existe una “autonomía relativa” de la superestructura con respecto a la base, la cual está determinada por factores históricos, geográficos, etc. Así mismo, la infraestructura también es afectada en cierto nivel por la superestructura, es decir, existe una “reacción” de la superestructura sobre la base. Esto quiere decir que las formas particulares de Estado, o los sistemas jurídico-políticos y la ideología particular de una sociedad, también repercutirán en la composición económica de la sociedad. Por supuesto, la determinación primaria es al revés, pero esta no es absoluta.
Ahora bien, el Estado, que se ubica dentro de la superestructura, es fundamentalmente un Estado de clase –nos dice el marxismo– y su función principal es la de un aparato represivo. En otras palabras, el Estado es utilizado por la clase dominante –o la alianza de clases dominantes– para reprimir a las clases subalternas. Este aparato represivo de Estado se conforma por instituciones como la policía, los tribunales, los sistemas penitenciarios, el ejército, el gobierno, la burocracia, etc.
Sin embargo, Althusser nos previene de confundir entre el poder de Estado y el aparato de Estado. Este es un error muy común en la izquierda. El aparato de Estado son todas las instituciones por medio de las cuales se ejerce el poder de Estado. No obstante, puede haber un cambio en el poder de Estado sin que esto implique una modificación en el aparato de Estado. La lucha de clases, de acuerdo a la concepción marxista clásica, concierne al poder de Estado, es decir, es la disputa por ejercer el poder de Estado.
Hasta aquí, Althusser nos presenta la visión más o menos clásica del marxismo con respecto al Estado. Sin embargo, para él, ésta no es suficiente, o mejor dicho, esta visión implica otro aspecto que no está necesariamente explícito en la teoría clásica. Para Althusser no basta con distinguir entre poder de Estado y aparato de Estado, sino que se necesita identificar también “otra realidad que se manifiesta junto al aparato (represivo) de Estado, pero que no se confunde con él,”[1] es decir, “los aparatos ideológicos de Estado” (AIE). Estos son, por ejemplo, el aparato religioso, escolar, familiar, jurídico, político, sindical, de información, cultural, etc.
De esta forma, Althusser nos presenta un Estado cuya función no es únicamente la de reprimir, sino la de crear un sometimiento ideológico de las clases dominadas a las clases dominantes. La función de represión se lleva a cabo a través del aparato represivo de Estado que es, según Althusser, un aparato fundamentalmente unificado. Esto quiere decir que funciona a través de una estructura centralizada y más o menos coherente. Por ejemplo, si bien es cierto que existen diferentes instituciones represivas como las policías, el ejército, los tribunales, etc., todas estas instituciones funcionan dentro de un esquema de estructura orgánica de Estado, es decir, son parte de un aparato coherente de Estado. Esto quizá habría que analizarlo a la luz de la realidad actual, y evaluar qué tanto los aparatos de Estado actuales están unificados, pues si tomamos en cuenta las diferentes pugnas inter-burguesas, así como las contradicciones de los narco-estados y las pugnas dentro del aparato mismo, pudiera parecer que en realidad no está tan unificado el aparato (represivo) de Estado en la práctica. Esto se podría abordar en un análisis empírico de las actuales evoluciones del Estado, sin embargo, por ahora nos limitamos a la visión formal y jurídica del aparato de Estado, que sí tiene que tener forzosamente un grado de unificación, y que es la que Althusser contrapone a los aparatos ideológicos del Estado. Éstos, por su parte, son una pluralidad de aparatos y no constituyen un sólo aparato unificado. Por ejemplo la iglesia, formalmente, no tiene que ver con el aparato educativo (en un estado laico) o con los medios de comunicación, o con el sindical. Cada uno de estos AIE tiene una independencia. Es por esto que Althusser habla de los aparatos ideológicos y no del aparato ideológico.
Ahora bien, el hecho de que los aparatos ideológicos de estado sean una pluralidad, no significa que no haya un elemento de unidad en ellos, algo que les de coherencia, algo que los unifique. De hecho, para que estos aparatos ideológicos puedan llamarse de Estado necesitan una cierta unidad que sea compatible con la unidad del Estado. De otra forma, no podrían llamarse parte del aparato de Estado. Este elemento de unidad no es su constitución orgánica, ni sus vínculos estructurales, sino que es precisamente la ideología con la que funcionan. Esta ideología es lo que es común a todos los AIE. Cada uno de los AIE funciona bajo la lógica de una misma ideología, y esta ideología no es más que la ideología de las clases dominantes. Es por esto que podemos decir también que las clases dominantes ejercen el poder del Estado a través del control del aparato (represivo) de Estado, pero también, tienen el control (aunque no necesariamente directo o formal) de los aparatos ideológicos de Estado, en tanto que estos funcionan bajo la lógica de la ideología dominante.
En algún momento podría parecer que los AIE no son necesariamente parte del Estado, puesto que estos están fundamentalmente en el dominio privado, a diferencia del aparato represivo de Estado que es casi por definición parte del dominio público. Por ejemplo, las instituciones gubernamentales son públicas, mientras que la familia es por excelencia un dominio privado, lo mismo que con la cultura y la religión. Esto nos haría incluso cuestionar el hecho de llamar a los AIE aparatos de Estado. ¿Cómo puede ser la familia un aparato de Estado? ¿Cómo pueden ser los sindicatos parte del aparato de Estado? Dejando de lado las particularidades de un Estado corporativista como en el caso de México, podemos decir que los AIE son aparatos de Estado en tanto que el elemento unificador es precisamente la ideología de las clases dominantes que son las que ejercen el poder de Estado. Es por esto que Althusser los categoriza no sólo como aparatos de Estado, sino como aparatos ideológicos de Estado, que no implica un aparato formal y orgánicamente vinculado a la totalidad del Estado.
Con este razonamiento, podríamos incluso decir que ni el aparato represivo de Estado pertenece exclusivamente al dominio público, ni los AIE pertenecen al dominio privado. Nos dice Althusser que “la distinción entre lo público y lo privado es una distinción interna del derecho burgués, válida en los dominios (subordinados) donde el derecho burgués ejerce sus 'poderes.' No alcanza el dominio del Estado, pues éste está 'más allá' del Derecho.” Así pues, la represión del Estado se da tanto en el dominio público como en el privado. La represión del Estado se da a nivel social, gremial, comunal, pero también a nivel familiar, incluso individual. Baste con mencionar el caso de la criminalización del aborto o el trabajo sexual, para ejemplificar esta represión de Estado que va más allá del ámbito de lo público. Es quizá más evidente cómo los aparatos ideológicos de Estado penetran tanto a nivel privado como a nivel público. Si bien la educación y la religión, por ejemplo, tienen que ver con el desarrollo de las conciencias privadas, e individuales, también es cierto que éstas informan y condicionan las prácticas políticas.
Sin embargo, la diferencia fundamental entre los AIE y el aparato represivo de Estado, nos dice Althusser, está en que los AIE “funcionan masivamente con la ideología como forma predominante, pero utilizan secundariamente y en situaciones límite, una represión muy atenuada, disimulada, es decir, simbólica” mientras que el aparato represivo de Estado “funciona masivamente con la represión (incluso física), como forma predominante y sólo secundariamente con la ideología”. Esto quiere decir que tanto loas AIE como el aparato represivo de Estado funcionan con una combinación de ideología y represión, pero en los primeros predomina la ideología y en los segundos la represión. Así, vemos que la escuela es el principal punto en donde se reproduce la ideología, se reproducen las concepciones burguesas de propiedad privada, de moral, de disciplina, de civilismo, etc., pero también se utilizan hasta cierto grado medidas represivas, que fuerzan a los estudiantes a acatar una serie de normas, incluso físicas, como el permanecer en un salón por un periodo determinado de tiempo, llegar a una misma hora, etc. Lo mismo sucede con la familia, por ejemplo, en donde se reproduce la ideología, pero también se utilizan medidas represivas para castigar a los hijos o disciplinarlos mejor.
Podemos ver entonces que las clases dominantes ejercen el poder de Estado no sólo por disponer del aparato de Estado sino también en la medida en que participan de forma activa en la ideología dominante. Nos dice Althusser que “ninguna clase puede tener en sus manos el poder de Estado en forma duradera sin ejercer al mismo tiempo su hegemonía sobre y en los aparatos ideológicos de Estado”. Por lo mismo los AIE son no sólo objeto, sino tambien lugar de lucha de clases. Es decir, el objetivo de las luchas de clases no es únicamente tomar el poder de Estado controlando al aparato de Estado, sino también ejerciendo una fuerte influencia en la ideología. En efecto, la lucha de clases misma se libra en el ámbito de la ideología. Es decir, la lucha de clases se da también en el sistema educativo, en la cultura, en la familia, en la religión, en los medios de información, etc.

La reproducción de las relaciones de producción

Ahora regresemos al tema de la reproducción. Hasta ahora vimos la reproducción de las fuerzas productivas, y después de haber presentado el análisis althusseriano del Estado, podemos también exponer los mecanismos de reproducción de las relaciones de producción. Esto no es muy complicado, fundamentalmente, nos dice Althusser, la reproducción de las relaciones de producción está asegurada en parte por la superestructura (jurídico-política e ideológica), es decir por el ejercicio del poder del Estado a través de 1) el aparato represivo de Estado y 2) los aparatos ideológicos de Estado.
Los aparatos represivos de estado tienen como objetivo “asegurar por la fuerza (sea o no física) las condiciones políticas de reproducción de las relaciones de producción que son en última instancia relaciones de explotación”. Así, las policías se encargan de romper huelgas, de reprimir manifestaciones de disidencia, así como también de asegurar la propiedad privada y que se cumplan las normas y leyes alrededor de ésta. El ejército por su parte está encargado de exterminar todo brote de rebelión o insurgencia, así como cualquier amenaza al orden establecido, al sistema de explotación. Por su parte los tribunales, así como todo el aparato gubernamental están encargados también de hacer prevalecer el sistema político y jurídico que permite la acumulación del capital.
Los aparatos ideológicos de Estado, a su vez, tienen como objetivo mantener la armonía del Estado. Es decir, no sería suficiente con la función represiva del Estado para mantener las relaciones de producción, pues esto únicamente engendraría un mayor descontento y una creciente rebeldía que derivaría en un estado permanente de tensión y conflicto, que imposibilitaría la reproducción de las relaciones de producción. Por ello, los AIE se encargan de promover la ideología que sostiene en el poder a las clases dominantes. Por ejemplo, se encargan de que las clases trabajadoras tengan como objetivo único en la vida, el conseguir un buen trabajo, tener bienes de consumo, etc., así como de propagar el respeto a la propiedad privada, el sometimiento a las estructuras políticas, etc. Los AIE también se encargan de hacer una apoteosis del derecho y las leyes, de modo que las clases trabajadoras obedezcan casi religiosamente a las leyes, sin detenerse a cuestionar el origen mismo de clase de esas leyes.
En el periodo histórico precapitalista, el principal AIE era la iglesia, que ejercía también funciones educativas, y culturales, entre otras que tienen que ver con el sometimiento ideológico de las clases explotadas. Es precisamente contra este aparato ideológico de Estado que las revoluciones burguesas dirigieron sus ataques para poder imponer una nueva hegemonía ideológica. Nos dice Althusser que “la revolución francesa tuvo ante todo por objetivo y resultado no sólo trasladar el poder de Estado de la aristocracia feudal a la burguesía capitalista-comercial, romper parcialmente el antiguo aparato represivo de Estado y reemplazarlo por uno nuevo (el ejército nacional popular, por ejemplo), sino también atacar el aparato ideológico de Estado no. 1, la iglesia. De allí la constitución civil del clero, la confiscación de los bienes de la iglesia y la creación de nuevos aparatos ideológicos de Estado para reemplazar el aparato ideológico de Estado religioso en su rol dominante.” La iglesia entonces, fue reemplazada como AIE dominante por el aparato ideológico escolar. En el capitalismo, según Althusser, es el sistema escolar el que toma este papel dominante. “La pareja escuela-familia ha reemplazado a la pareja Iglesia-familia.” (Aquí cabría también analizar el papel creciente de los medios masivos de comunicación como aparatos ideológicos, pues quizá hoy sería más adecuado hablar de la triada escuela-familia-medios masivos de comunicación. Pero por ahora, limitémonos al terreno de lo exegético).
Evidentemente todos los AIE estan orientados hacia la reproducción de las relaciones de producción, es decir, a la continuidad del orden establecido. Por ejemplo, el aparato ideológico político propaga la ideología política, el democratismo, el parlamentarismo, para dar una imagen de inclusión política a las clases explotadas. El aparato cultural se encarga de crear esta idea de nacionalismo, chovinismo, moralismo, etc., universalizando la visión burguesa del mundo. Por ejemplo, las telenovelas más populares presentan las vicisitudes de las relaciones sociales burguesas, que contrastan diametralmente con la realidad material de la mayoría de las masas explotadas. El aparato ideológico de información (los medios masivos de comunicación, prensa escrita, radio, etc.,) se encarga de borrar del imaginario social todos los hechos que amenazan con subvertir el orden, así como de interpretar las noticias desde el punto de vista burgués. Crean la agenda de lo que es importante y lo que no, manufacturan la opinión pública. Los medios masivos de comunicación, por ejemplo, han logrado hacer creer a las masas explotadas que el tema de la “seguridad” y la lucha contra la “delincuencia organizada” es el tema más importante actualmente, cuando en realidad esto es sólo una manera de justificar ideológicamente el endurecimiento del aparato represivo de Estado, a la luz de la creciente rebelión popular.
En fin, todos los AIE tienen como último objetivo mantener y perpetuar las condiciones de explotación. Sin embargo, para Althusser, la escuela se ha convertido en el aparato ideológico de Estado predominante. Esto no es tan difícil de entender cuando reparamos en que es el único aparato que tiene una audiencia obligatoria, cinco o seis días a la semana durante casi ocho horas diarias. ¡Y esto durante los principales años formativos del ser humano! Normalmente comienza la educación escolar formal a los 5 o 6 años de edad.
La escuela enseña fundamentalmente dos cosas, 1) habilidades y 2) la ideología dominante en su estado puro. En el primer caso, las habilidades que se enseñan, como el idioma, el cálculo, las ciencias naturales, etc., también están permeadas por la ideología dominante, en el sentido de que el objetivo de estas habilidades es dar a los futuros obreros la capacidad de desempeñarse en sus puestos de trabajo. En el segundo caso, la ideología en su estado puro se enseña en las escuelas, a través de la enseñanza de la moral, la filosofía, la instrucción cívica, etc.
Ahora bien, esto es cierto, no solamente para los futuros obreros, sino para todos los miembros de la sociedad que tendrán un papel en las relaciones de producción, ya sea del lado de los explotados o de los explotadores. Veamos. Los futuros obreros, (que cada vez más son futuros obreros semidesocupados), adquieren en la escuela –además de las habilidades necesarias para su actividad productiva– la “conciencia profesional” el “nacionalismo” la conciencia “moral” y “cívica” y fundamentalmente la conciencia “apolítica”. Mientras que los futuros agentes de la explotación (capitalistas, empresarios) son entrenados en la escuela para mandar, para saber manejar las “relaciones humanas”, etc. Los agentes de la represión (políticos, burócratas, policías, soldados) también son formados en las escuelas, en donde aprenden a saber mandar y a hacerse obedecer inmediatamente, aprenden la retórica y la demagogia. Finalmente, los futuros profesionales de la ideología (sacerdotes, intelectuales, teóricos, etc.,) internalizan en el sistema escolar la ideología dominante que ellos mismos propagarán en el futuro.
De esta forma, se asegura la reproducción de las relaciones de producción, ya que no solamente se preparan a los futuros obreros para el sometimiento ideológico y su sumisión al orden establecido, sino que se forman todos los diferentes estamentos del sistema de explotación. Por supuesto, estos mecanismos están encubiertos y presentan a la escuela como un medio neutral, ajeno a toda lucha de clases, como si en ésta se impartiera una formación universal, independiente de las relaciones de producción. Es cierto que también hay dentro del sistema escolar espacios de resistencia, maestros que imparten una visión crítica del sistema. Estos espacios son sumamente importantes pues reflejan la lucha de clases dentro de los AIE. Sin embargo, estos no son la norma, y no cambian el hecho de que mientras el poder de Estado sea ejercido por las clases dominantes, la escuela, como el principal AIE en la sociedad capitalista, funciona como un medio ideológico para reproducir las relaciones de producción.

Teoría general de la ideología

Hasta ahora el análisis se ha centrado en la reproducción de las fuerzas productivas y de las relaciones de producción, sin embargo, hemos asumido el concepto de ideología. Pues bien, Althusser nos presenta un esbozo de una teoría general de la ideología, o mejor dicho, una teoría de la ideología en general que nos permite entender cómo funcionan estos aparatos ideológicos de Estado en la conciencia del sujeto. Una vez más, el punto de partida es el análisis marxista clásico.
Si bien es cierto que Marx aborda el tema de la ideología (principalmente en la Ideología Alemana) también es cierto que el análisis marxista no presenta una teoría de la ideología per se, sino que deriva a la ideología de la base económica. Nos dice Marx que “la moral, la religión, la metafísica y cualquier otra ideología y las formas de conciencia que a ellas corresponden pierden... la apariencia de su propia sustantividad, no tienen su propia historia ni su propio desarrollo, sino que los hombres que desarrollan su producción material y su intercambio material cambian también, al cambiar esta realidad, su pensamiento y los productos de su pensamiento.”[2] Para Marx, la ideología es una especie de sistema de ideas, de representaciones deformadas de la realidad social que dominan la conciencia de los grupos sociales, pero que no surgen por sí mismas, sino que resultan de su actividad productiva. La ideología, entonces, no tiene una historia propia. Esto quiere decir que la historia de la ideología no es más que la historia del desarrollo material de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, de las cuales se deriva la ideología. Entonces, de acuerdo al análisis marxista clásico, para entender la ideología no hay que ver a la ideología, pues no hay nada en ella, sino que hay que voltear a ver a la base económica. “En la Ideología Alemana...” nos dice Althusser, “la ideología es concebida como pura ilusión, puro sueño, es decir nada. Toda su realidad está fuera de sí misma.”
Para entender mejor esta nulidad de la ideología en la concepción marxista clásica, Althusser hace un paralelo con la concepción del sueño en los autores anteriores a Freud. Para estos, el sueño era algo así como el resultado puramente imaginario de “residuos diurnos” que aparecían arbitrariamente en los sueños, al azar, sin ninguna significación propia. Así se podría decir que en la concepción marxista clásica, la ideología aparece como residuo de una historia material, una historia del desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, pero como un residuo sin significado ni existencia propia.
Este es el problema a partir del cual, Althusser propone una teoría de la ideología. Para ello, comienza por hacer una distinción entre las ideologías y la ideología en general. Las ideologías son aquellas que pertenecen a momentos históricos y a sociedades específicas. Estas sí tienen una historia propia, que aunque está determinada en última instancia por la lucha de clases, responde a factores históricos. Las particularidades de una ideología religiosa, por ejemplo, pueden ubicar su desarrollo y formación en factores históricos y en previos acontecimientos ideológicos, aunque estos estén determinados en última instancia por el modo de producción.
Ahora bien, la ideología a secas, o la ideología en general no tiene historia, es decir, es ahistórica. Pero esta carencia de historia no es la misma que en la concepción marxista clásica de la ideología. Esto no quiere decir que su historia sea únicamente el residuo de la historia económica, sino más bien que la existencia de la ideología trasciende toda historia. Es pues más adecuado decir que la ideología es “omnihistórica” y no “ahistórica”. Esto es, que está presente en toda la historia. Así como para Freud, el inconsciente es eterno, para Althusser la “forma” en que funciona la ideología es inmutable en el transcurso de la historia. De hecho, nos dice Althusser que “la eternidad del inconsciente está en relación con la eternidad de la ideología en general.”
Una vez hecha esta diferenciación, es posible plantear las tesis de la teoría general de la ideología (que no trata de “las ideologías” necesariamente, sino de la “ideología” en general). La primera tesis concierne al objeto de la ideología.

1. “La ideología es una 'representación' de la relación imaginaria de los individuos con sus condiciones de existencia.”

En las teorías clásicas, y el pensamiento crítico, es aceptado comúnmente que toda ideología no es una verdad, es decir, que toda ideología es una concepción imaginaria, una deformación. Sin embargo, casi siempre se acepta también que esa concepción imaginaria hace alusión a una realidad, y que basta con interpretarla para llegar a esa realidad, es decir, que la ideología es una transposición de la realidad. Ejemplo de ello es la concepción de Feuerbach de la religión. Para Feuerbach, Dios no es más que una creación del hombre, una creación imaginaria. Sin embargo, esta creación imaginaria alude a una realidad, es decir, a la esencia humana. Entonces, Dios sería una transposición deformada de la esencia humana. Para llegar a entender esa esencia, bastaría con interpretar la concepción de Dios.
Pues bien, para Althusser, lo que está representado en la ideología no son las condiciones reales de existencia, sino la relación entre los individuos y sus condiciones de existencia. Así, no sería la esencia humana la que estuviera representada en el concepto de Dios, sino la relación del sujeto con su esencia, es decir, con su esencia como especie. En otras palabras, lo que ocultaría la ideología de la religión es la concepción imaginaria del sujeto sobre su papel en relación con su condición de ser humano.
Evidentemente la ideología está determinada en última instancia por la relación entre fuerzas productivas y relaciones de producción. Pero desde este punto de vista, lo que se representa en la ideología no son las relaciones de producción, sino la relación entre los sujetos y las relaciones de producción. Lo que se imaginan ellos que son las formas de su relación con la sociedad.

2. “La ideología tiene una existencia material”

La segunda tesis que nos presenta Althusser nos da una visión no idealista de la ideología. Esto es, la creación imaginaria que el sujeto se hace de su relación con sus condiciones de existencia, no existe idealmente, únicamente en su cabeza, sino que sólo existe en tanto que se materializa en actos. La creencia de un individuo depende de la existencia de una serie de ideas en su conciencia. Pero estas ideas no existen así nadamás sueltas, aisladas, arbitrariamente en su cabeza, sino que son parte de un dispositivo conceptual del que el individuo dispone en su conciencia, y este dispositivo conceptual depende de un aparato ideológico, que cuenta con una serie de prácticas reguladas y rituales, que el individuo lleva a cabo para materializar su ideología.
Por ejemplo, cuando alguien cree en Dios, su creencia depende de una estructura lógica de lo que cree, que le hace llevar a cabo una serie de actos, como rezar, ir a la iglesia, hacer penitencia, o cuando menos esperar algo de ese Dios. Así, su idea de Dios existe en sus actos materiales. Pero estos actos materiales no son arbitrarios, sino que están insertos en prácticas reguladas por rituales que dependen de la existencia de un aparato ideológico, en este caso, la religión.
Ahora bien, esto es válido para todos los sujetos, es decir, no sucede sólo en algunos que individuos que estén “ideologizados” como vulgarmente se acusa a algunos grupos sociales, sino que la ideología existe en todos los sujetos. De hecho, todo sujeto dotado de una conciencia (lo cual es pre-requisito para ser sujeto) debe traducir sus ideas en actos, o más bien, en actos que se enmarcan en prácticas reguladas.
Así pues, nos dice Althusser, “la existencia de las ideas de su creencia es material, en tanto esas ideas son actos materiales insertos en prácticas materiales, reguladas por rituales materiales definidos, a su vez, por el aparato ideológico material del que proceden las ideas de ese sujeto.” Entonces, podríamos decir que no hay ideología sino hay práctica, pero también, “no hay práctica sino por y bajo una ideología.”

3. “La ideología interpela a los individuos como sujetos”

Finalmente, el aspecto central de esta teoría concierne precisamente a la categoría de sujeto. En este sentido, “no hay ideología sino por el sujeto y para los sujetos.” El sujeto constituye a toda ideología pero también toda ideología constituye a los sujetos, es decir, tiene como función constituir a los individuos en sujetos. Esto quiere decir que así como no hay ideología sino por el sujeto, también todos los sujetos son ideológicos. El ser humano es un “animal ideológico”. Veamos esto más detalladamente.
Comenzamos por hacer una diferencia entre el individuo y el sujeto. En este sentido, los individuos sólo son eso, individuos, fragmentos atomizados, una individualidad numérica solamente, lo cual no presupone una conciencia de sí mismo ni una existencia como sujeto en la sociedad. Evidentemente esta diferencia es abstracta, en tanto que los individuos no pueden existir sino como sujetos, pero mantengamos la diferencia conceptual para dilucidar el mecanismo en que la ideología constituye a los sujetos.
Ahora bien, la ideología convierte a los individuos en sujetos. Los convierte en sujetos en tanto que los interpela. ¿Qué quiere decir esto? Pongamos un ejemplo. Cuando alguien en la calle dice: “Hey Pedro, ¿cómo estás?” Yo Pedro, me volteo y reconozco que me están hablando a mí. Que soy yo a quien se dirige la voz que habla. En ese sentido me reconozco yo como sujeto. De igual manera, la Religión, los medios de comunicación, las diferentes ideologías, interpelan al individuo y éste al reconocerse en esa interpelación se convierte en sujeto. Por ejemplo, el discurso religioso dice algo así como: “Yo me dirijo a ti, individuo humano llamado Pedro... para decirte que Dios existe y que tú le debes rendir cuentas. Agrega: es Dios quien se dirige a tí por intermedio de mi voz... Dice: he aquí quien eres tú; ¡tú eres Pedro! ¡He aquí cuál es tu origen, has sido creado por Dios por la eternidad, aunque hayas nacido en 1920 después de Juesucristo! ¡He aquí tu lugar en el mundo! ¡He aquí lo que debes hacer! ¡Gracias a lo cual, si observas la 'ley del amor', serás salvado, tú, Pedro, y formarás parte del Cuerpo Glorioso de Cristo!, etcetera.”
Así pues, la religión interpela a los sujetos y éstos se reconocen en esa interpelación. En otro ejemplo, más actual, podríamos decir que los medios masivos de comunicación igualmente interpelan al sujeto. Cuando nuestro Pedro ve una película, un programa de televisión. Lo que sucede es que esa película o ese programa le está hablando directamente a él, y él se está reconociendo en ese programa. Se reconoce en el personaje del programa, en la situación, en la realidad que se le presenta en la película. El mensaje en este caso sería algo así como: Yo me dirijo a tí Pedro para decirte quién eres tú. Tú existes en tanto que consumes, y sólo eres alguien en tanto que consumas lo que yo te digo que consumas. Esta es la forma en que debes vestirte, comportarte, pensar, etc., y este es tu papel en el mundo. Y gracias a que existe este mundo (que te da esta forma de vivir -consumir) eres feliz.
Vemos entonces que la ideología funciona a través de la interpelación a los sujetos. Sin embargo, hay otro elemento en este proceso. Al ser interpelado el sujeto, tiene que haber alguien que lo interpele. Es decir alguien que es quien le está hablando. En el primer caso es claro, se trata de Dios quien le habla a Pedro. Este Dios, para poder interpelar a Pedro, tiene que ser también un sujeto. Pero no es cualquier sujeto. El concepto de Dios en este ejemplo se convierte en el sujeto por excelencia. Althusser lo identifica con la capitalización del termino Sujeto. Así, en el primer ejemplo, vemos que el Sujeto interpela a un sujeto. En esta interpelación entonces, el sujeto se reconoce a sí mismo, pero también reconoce al Sujeto que le habla. Y reconoce al Sujeto no como a cualquiera de los otros sujetos sino como al Sujeto por excelencia, por lo cual, se somete a este Sujeto. Sucede entonces que el sujeto entiende que su sometimiento al Sujeto es “la garantía absoluta de que todo está bien como está y de que, con la condición de que los sujetos reconozcan lo que son y se conduzcan en consecuencia, todo irá bien.”
Volvamos al ejemplo de la película. En este caso el sujeto es también interpelado por el Sujeto. (Esto es valido para todos los casos, en tanto que lo que Althusser trata de describir es el mecanismo por el cual toda ideología convierte a los individuos en sujetos, asegurando así su sumisión). El Sujeto (el Sistema capitalista, la Sociedad actual, etc.,) se deifica de modo que se le presenta al sujeto como algo divino, el Sujeto por excelencia. Es el Sistema quien le habla. Pedro se reconoce como Pedro cuando le habla el Sujeto. Pedro reconoce también a ese Sistema y se somete a él, pues entiende que su sometimiento es la garantía de que él es quien es, de que él es Pedro y existe en una sociedad.

Últimas consideraciones

Es precisamente por esta sumisión del sujeto al Sujeto –la cual le garantiza que todo estará bien– que los sujetos actúan en consecuencia. Es por ello que necesariamente toda ideología se materializa en actos, que a su vez forman parte de prácticas reguladas. Ahora bien, los aparatos ideológicos de Estado, aseguran la reproducción del sistema, en tanto que sostienen la ideología dominante, que hace que los sujetos se reconozcan en esa ideología (aun si es una ideología que pertenece a una clase ajena a ellos) como sujetos. Es decir, se subjetivan en la ideología dominante. Se reconocen como sujetos en la ideología dominante, y materializan ese reconocimiento en las prácticas reguladas por los aparatos ideológicos de Estado.
Por supuesto, aquí son necesarias unas palabras de caución. Lo que se presenta es una teoría general del funcionamiento de la ideología, lo cual no explica las particularidades de las ideologías, las cuales son producto de la lucha de clases. El sometimiento no es total y absoluto –de ser así, no existiría la necesidad de los aparatos represivos de Estado, y no podría haber historia, dado que la historia es el producto de la lucha de clases.
En este sentido, es claro que las ideologías no nacen en los AIE, sino que son el producto de la lucha de clases. Nos dice Althusser que “los AIE no son la realización de la ideología en general, ni tampoco la realización sin conflictos de la ideología de la clase dominante.” Por supuesto, la ideología es también producto de la lucha de clases, por lo que los AIE son a la vez objeto y lugar de la lucha de clases. Entonces, si bien los AIE funcionan con la ideología dominante, también es cierto que las clases explotadas resisten de diferentes formas esa dominación ideológica. Como nos advierte Althusser, “quien dice lucha de clase de la clase dominante dice resistencia, rebelión y lucha de clase de la clase dominada”.

Notas

[1] Todas las citas que no tengan referencia son de L. Althusser, Ideología y Aparatos Ideológicos del Estado.
[2] La Ideología Alemana, de Karl Marx

Estado Criminal

A dos años del gobierno impostor de Felipe Calderón, seguimos escuchando a todas las voces oficiales pregonando la famosa lucha contra la delincuencia organizada, la guerra contra el narcotráfico. Todos los aparatos ideológicos de Estado están siendo movilizados para convencernos de que la sociedad mexicana está siendo amenazada por el crimen organizado, y que vivimos en una eterna inseguridad, cuya única solución es la intervención del Estado que lucha por todos los medios en contra de esos grupos mafiosos que hoy nos acosan. Mano dura, nos dicen, penas de muerte para los secuestradores, un cuerpo de policía único, intervención del Ejército en la lucha contra la delincuencia, en fin, todo el poder al Estado para que acabe con la inseguridad.
Dejando a un lado la ya tan probada relación inversa entre represión y seguridad, toda esta campaña mediática oculta un hecho fundamental para confundir al pueblo. Nos presenta una visión de sociedad, en la que el Estado es una entidad ajena a un conflicto entre sociedad y crimen organizado, algo así como un arbitro que tiene como objetivo garantizar la seguridad de la sociedad, y por lo mismo combatir a los grupos criminales. Esta imagen oculta el hecho real de que hoy por hoy el Estado es uno y lo mismo con el crimen organizado. Es decir, quienes tienen el poder de Estado son un grupo de mafiosos que han logrado penetrar todas las dimensiones del aparato de Estado. Sabemos que todo Estado es un Estado de clase, un aparato utilizado por una clase para defender sus intereses. Sin embargo, hoy, el Estado mexicano ha pasado de ser simplemente un Estado de clase a ser un Estado de clase controlado por una mafia, es decir un Estado mafioso, un Estado criminal, un aparato utilizado por la mafia para proteger sus intereses.
Evidentemente la mafia, así como el Estado, no está unificada, sino que permanece fragmentada. Existen diferentes grupos y cárteles que se disputan zonas de influencia, rutas y mercados para la producción de enervantes. Estos diferentes cárteles ya no sólo son protegidos y favorecidos por las diferentes estructuras de Estado, sino que ahora son parte de estas estructuras, lo que ha llevado a que el Estado mismo se convierta en objeto y lugar de la confrontación entre los diferentes cárteles. Las detenciones espectaculares de capos y sicarios del narcotráfico no son más que ajustes de cuentas entre estos diferentes intereses, los cuales han ventilado la colusión entre los más altos funcionarios (como el caso de Genaro García Luna, secretario de seguridad pública, Noe Ramírez Mandujano, extitular de la SIEDO, Fernando Rivera Hernández, director general adjunto de inteligencia de la SIEDO, entre muchos otros) y los cárteles de la droga.
Sin embargo, ya no es sólo el Estado el que está sirviendo al narcotráfico, pues esto supone una diferenciación entre ellos. Por el contrario, como se trata de un Estado mafioso, el funcionamiento es doble. El Estado funciona como mafia y la mafia funciona como Estado. Hoy, los grupos de sicarios del narco, bajo la protección del Ejército Mexicano, están cumpliendo funciones paramilitares contrainsurgentes. Son enviados por los grupos de poder a combatir a los sectores organizados del pueblo. La paramilitarización del narcotráfico es un fenómeno reciente que pone en evidencia la funcionalidad del narcotráfico para el Estado. Hoy es común también que las campañas electorales sean financiadas por el narcotráfico, y no sólo eso, sino que los candidatos mismos son puestos por los diferentes cárteles.
Es claro entonces que la famosa guerra contra el narcotráfico no tiene como objetivo el combatir al narco, sino recomponer las relaciones de fuerza entre los diferentes grupos de la mafia. Ahora bien, esta guerra ha traído como consecuencia la deshumanización de la sociedad, así como la normalización de la violencia. Hoy se pretende justificar y normalizar actos de barbarie como lo es la tortura, el asesinato político, la desaparición forzada, así como la detención ilegal (el arraigo) con el pretexto de la inseguridad, con el pretexto del combate al terrorismo. En realidad, lo que existe es un terrorismo que se ha apropiado de la legitimidad del Estado para asegurarse impunidad, llevar a cabo sus actividades criminales, y combatir a los sectores populares que se defienden. Como en los tiempos más obscuros de las dictaduras latinoamericanas, hoy el pueblo mexicano es víctima de un terrorismo de Estado.
No obstante, el carácter criminal del Estado no se deriva únicamente de su vinculación y colusión con el narcotráfico. La acumulación de capital y el despojo de los bienes y las riquezas del pueblo ha sido la función principal del Estado de clase en la sociedad capitalista. Hoy, estas funciones han adquirido un carácter netamente criminal que se escuda en una superestructura jurídico-política que pretende legitimar el despojo. En plena crisis económica, el Estado lejos de garantizar el bienestar de las clases subalternas, ha actuado como el más vulgar de los ladrones, robándole a los pobres para dárselo a los ricos, es decir, a la mafia que controla el Estado, a ellos mismos. El caso de las afores es muy ilustrativo, en el sentido de que sin dejar ninguna opción a los trabajadores, se les despojó de sus pensiones para beneficiar a los banqueros y a las compañías trasnacionales. Los rescates financieros multimillonarios, como en el caso de Comercial Mexicana, son tan sólo otro ejemplo de cómo el Estado decide regalar el dinero de las reservas (dinero de los trabajadores mexicanos) a los grandes empresarios, con el argumento de que hay que asegurar los activos de estas empresas para no afectar la economía. Más de 11 mil millones de dólares de las reservas mexicanas fueron subastados a compañías como Televisa, TV Azteca, Cemex y Vitro, entre otras, mientras que el salario cada vez vale menos. En otras palabras, en tiempos de crisis, se le quita el dinero a los pobres para dárselo a los ricos.
Vemos pues, que el carácter criminal del Estado es doble; por un lado lleva a cabo un cínico despojo al pueblo mexicano (Afore, PEMEX, ISSTE, ACE, etc.,) y por otro lado se fortalece, armándose hasta los dientes para combatir a quienes resultan despojados, a quienes se organizan para defenderse. Quienes tienen el poder en México no son más que un grupo de criminales que se amparan en la supuesta legitimidad del Estado y ponen a su servicio tanto el aparato represivo de Estado como los aparatos ideológicos de Estado. Sin embargo, esta realidad está ausente en la mayoría de los análisis de la situación actual y los debates en la izquierda. Es necesario entonces que se comience a incorporar esta realidad en la mira crítica del movimiento popular para poder organizarnos más eficazmente, no sólo en la lógica de la lucha en contra del Estado de clase, sino para resistir y hacer frente a los grupos mafiosos que hoy dominan ese Estado de clase, desenmascarando el doble discurso de la supuesta guerra contra la delincuencia organizada, que más bien debiera llamarse guerra de la delincuencia organizada contra el pueblo.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Reflexiones a partir de otras reflexiones... (Parte 1)

Reflexiones a partir de otras reflexiones...
(Parte 1)

(En ocasión de un correo de Ricardo)

Cuántas veces he escuchado esta idea necia y recurrente de un supuesto fracaso del socialismo. Se presentan en todas las formas, tamaños y colores. Unas más necias que otras, a veces de forma velada, otras tantas cínicas y abiertas. No quiero decir que sea el caso que motiva esta reflexión. Sin embargo, creo que es pertinente decir algo al respecto, para no dejar pasar la oportunidad, y para aprovecharla también como un exhorto, no para buscar las respuestas –ya que hoy esto pareciera cada vez más insensato– sino para hacernos mejor las preguntas que hemos olvidado hacer.

Pues bien... Comienzo directamente, diciendo que a mi juicio, el Socialismo no sólo no ha fracasado sino que hoy es una de las pocas opciones que todavía alcanzan a ofrecer la idea de una esperanza. Como esto pudiera sonar muy aventurado –particularmente hoy, en el siglo XXI, en la sociedad de la desesperanza, de la indiferencia, de la enajenación, del fatalismo resignado, en un mundo donde hablar de izquierdas está prohibido, en donde un Barack Hussein Obama es acusado de radical por proponer la participación del Estado en el sistema de salud, en un momento en donde lo más cercano al socialismo son los rescates bancarios y las nacionalizaciones parciales en tiempos de crisis– creo necesario apelar a la historia moderna. Primero que nada, si tomamos como definición de socialismo a un sistema económico-social, cuyo objetivo es la desaparición de las clases sociales –y la eventual desaparición del Estado mismo– por medio de la colectivización de los medios de producción, la desaparición del trabajo enajenado, y la tesis de “a cada quien según sus necesidades y de cada quien según sus capacidades”, así como la equidad social, económica y política –tal y como lo propusieran Karl Marx y Frederic Engels– no tardaríamos mucho en darnos cuenta que hasta ahora, la humanidad no ha sido testigo de una sola experiencia consolidada de Socialismo. Tan sólo han habido (y siguen habiendo) procesos, a nivel nacional y supranacional –así como a nivel de masas, comunitario, regional, etc– que han buscado en mayor o menor medida por distintos y variados medios construir una idea de Socialismo. Nos encontramos aquí, con el primer problema... ¿cómo es que ha fracasado un proyecto que no ha podido siquiera comenzar a probarse a partir de sus propios cimientos –es decir, sin factores de presión externa que permitan evaluar un desarrollo verdaderamente endógeno? ¿En qué se pueden basar los supuestos argumentos del fracaso del Socialismo entonces? Pues bien, los ideólogos burgueses se han encargado de pregonar esta idea a partir del engañoso razonamiento que pretende equiparar a la Unión Soviética y al llamado “campo socialista” o “socialismo real” con el Socialismo como tal. Así, al desintegrarse la Unión Soviética, pretendieron de ello derivar la idea de que el Socialismo había fracasado, que había perdido la competencia, que había muerto. No perdieron tiempo en proclamar, como dijo Fukuyama (flamante expositor de la ideología burguesa) que la historia había llegado a su fin, que estábamos viviendo el fin de las ideologías, el fin de las utopías, y que finalmente, el Capitalismo había salido triunfador, que se había probado la superioridad de este modelo económico-social.

Ahora bien, aquí viene un segundo problema. Este razonamiento pudiera ser lógico –si estuviéramos dispuestos a conceder que en la desintegración de la Unión Soviética no influyeron factores externos, sino que fueron problemas de carácter estructural en el modelo soviético, lo cual es objeto de otra discusión– sin embargo, no es válido pues una premisa es engañosa. Veamos, el razonamiento sería el siguiente: Primera premisa --> La Unión Soviética es El Socialismo; segunda premisa --> La Unión Soviética fracasó por factores internos; conclusión lógica --> El Socialismo fracasó. Evidentemente, la primera premisa es falsa. Y aquí está el problema de fondo con este tipo de acusaciones. La Unión Soviética no sólo no es El Socialismo, sino que nunca representó siquiera un modelo de Socialismo. Bueno... quizá decir “nunca” estaría a debate. Lo que sí es cierto es que ya desde 1956, con la traición de Jruschov a los fundamentos Marxistas-Leninistas, la Unión Soviética se apartó por completo de su orientación socialista. Lejos de un modelo socialista, la URSS construyó un aparato político rígido, burocrático, centralizado que en lugar de empoderar políticamente al pueblo trabajador, creó una fuerte distancia entre la nomenklatura –una clase de burócratas con poder que se fue formando a razón del verticalismo y rigidez del sistema político– y el pueblo. En el terreno económico, la Unión Soviética no abolió la propiedad de los medios de producción, ni garantizó el acceso pleno de los trabajadores al producto de su trabajo, sino que construyó un “capitalismo de Estado” en el que el Estado se convirtió en el único capitalista. Este aparato burocrático ejerció un monopolio sobre los medios de producción, mientras que reprodujo la relación trabajo asalariado (enajenado) – capital, base fundamental del capitalismo. Así, en la Unión Soviética, los trabajadores siguieron siendo tan ajenos a su actividad productiva como en el capitalismo de mercado.

Este distanciamiento de la Unión Soviética y el socialismo se refleja también en la política exterior que caracterizó a la superpotencia. Ésta estuvo basada fundamentalmente en la exportación de capitales y la búsqueda de recursos naturales, mano de obra barata y mercados externos, lo cual no difiere en absoluto de la política neo-colonial de los países imperialistas occidentales. Así, los países pobres que se integraron al “campo socialista” adquirieron voluminosas deudas para impulsar la producción en áreas particulares y exclusivas, según su supuesta “ventaja comparativa” -dictada, por supuesto, por las potencias imperialistas y neo-imperialistas. La Unión Soviética no buscó impulsar un desarrollo verdaderamente autónomo y autosuficiente en estos países, sino que los hizo completamente dependientes del capital soviético, así como de su tecnología, y protección militar. A su vez, la URSS inundó a estos países de mercancías soviéticas que serían consumidas a precios impuestos por la superpotencia. El resultado fue que a la desintegración de la Unión Soviética, ninguno de estos países realmente había podido desarrollar una capacidad propia para mantenerse en pie, sino que se convirtieron en presa fácil del neocolonialismo occidental que no hizo más que continuar las políticas de dependencia, sólo que sin las instituciones de bienestar social que al menos la URSS sí había buscado implementar.

Es evidente entonces que, si nos basamos en la definición arriba mencionada, ni la Unión Soviética, ni los países del “campo socialista” representaron en absoluto un modelo de socialismo. La Unión Soviética compitió con el imperialismo norteamericano bajo los mismos parámetros del sistema capitalista. Es por esto que no se puede derivar, de la desintegración de la URSS, el fracaso del socialismo. Si acaso, lo que prueba el derrumbe de la URSS es que el Capitalismo de Estado no se pudo sostener ante las tendencias monopolistas del Capitalismo de Mercado. En su análisis sobre el imperialismo, Lenin explicaba cómo la competencia llevaba inevitablemente a la concentración de capitales, y por lo mismo a la primacía del capital financiero, cuyo poder económico iría comiéndose a los capitales mas débiles. Así pues, el social-imperialismo soviético no soportó la presión del imperialismo norteamericano. Como dirían algunos estudiosos, el fracaso de la Unión Soviética se debió a que quiso ganarle al capitalismo con el capitalismo.

Ahora bien, también es común que algunos sectores sociales (principalmente las clases medias) tengan una imagen caricaturizada del socialismo o comunismo, y con base en esta alberguen, ya no sólo la idea un fracaso, sino prácticamente una fobia hacia las luchas de clase y reivindicaciones marxistas. Esto se debe principalmente al origen de clase de estos sectores –cada vez mas pequeños por la creciente polarización de la riqueza, pero sectores al fin. Sin embargo, también se debe a una fuerte campaña mediática anti-comunista que impulsó el capitalismo occidental desde los años '50. Como ejemplo paradigmático está el macarthismo, nombre con el que se le conoce a la férrea campaña de persecución contra los comunistas norteamericanos que impulsó el senador republicano del estado de Wysconsin, Joseph Raymond McCarthy, de 1947 a 1957. Esta persecución no fue solamente de carácter represivo sino que desarrolló todo un discurso con el que se pretendía disuadir a las clases obreras de voltear hacia el socialismo, o al menos, hacia los países que en aquellos años todavía buscaban una ruta socialista –recordemos que todavía antes de Jruschov, la Unión Soviética pretendía construir un Estado con carácter social, basado en la idea de un modelo de socialismo. Los avances gigantescos en los primeros años de la Unión Soviética, que logró su industrialización en menos de treinta años, y se convirtió en una superpotencia, así como los avances culturales y las garantías sociales ofrecidas a los trabajadores soviéticos, provocó que el proletariado en el mundo occidental comenzara a ver al socialismo como una alternativa real y muy posible. Así pues, la campaña anticomunista necesitaba resignificar al socialismo en el imaginario social del proletariado, por lo que movilizó todo su aparato ideológico y hegemónico para dibujar una caricatura de socialismo (o comunismo) y hacer que fuera absorbida por las masas. Así, se creó la imagen del comunismo como una sociedad militarizada, en donde los dictadores y sus ejércitos tenían oprimido a su pueblo, y éstos vestían igual, y comían lo mismo... los famosos soviéticos “come bebes”. Aunque pudiera sonar lúdico, la histeria anticomunista propagada por los aparatos norteamericanos se extendió a todo el mundo occidental, incluyendo América Latina, dándole incluso una imagen diabólica a un sistema que finalmente ponía a debate la primacía de la especie humana, frente al egoísmo y la acumulación de capital.

Paradójicamente, esa sociedad “diabólica”, representada por la Unión Soviética en sus primeros años, fue el motivo principal de una serie de campañas filantrópicas llevadas a cabo por el imperialismo norteamericano, así como de la aparición del Estado benefactor. Para evitar que los obreros occidentales vieran al socialismo o al modelo soviético como alternativas a su realidad de explotación y opresión, así como de miseria –el mundo occidental acababa de salir de una gran depresión económica y dos guerras mundiales, producto directo de las contradicciones capitalistas– no bastaba con la represión y las campañas mediáticas que demonizaban al comunismo, sino que era necesario crear un sustrato material de bienestar social que pudiera convencer a las masas de que el capitalismo, después de todo, sí se preocupaba por la gente. Entonces surgió la llamada Alianza para el Progreso (Alliance for Progress), un programa estadounidense de ayuda económica y social para América Latina, impulsado por John F. Kennedy, en 1961. Este programa buscaba evitar que se reprodujera la experiencia cubana en América Latina, a través de paliativos y reformas que disminuyeran los impactos negativos del capitalismo, conteniendo así el creciente descontento social. Los gobiernos capitalistas comenzaron a crear programas sociales y a destinar parte de su presupuesto a satisfacer estas necesidades. Se crearon sistemas de salud y educativos universales o accesibles, sistemas de escuelas normales rurales, apoyos para el campo, sistemas de pensiones, vivienda, derechos sindicales, etc., y todo con el único objetivo de convencer a la gente de que, después de todo, el capitalismo sí funcionaba. En materia económica, se pusieron en práctica las propuestas del economista inglés John Maynard Keynes, que propugnaba una mayor intervención del Estado en la economía, a través de medidas fiscales y monetarias que pudieran mitigar los periodos de recesión propios de las crisis cíclicas del capitalismo. Este fue el periodo del Estado Benefactor, de la “social democracia”, del llamado “capitalismo con cara humana”, la “época dorada” del capitalismo.

Sin embargo, este periodo, que comprendió de 1945 a 1975, sólo fue posible gracias a la inmensa destrucción heredada por la Segunda Guerra Mundial, así como a la subsecuente “descolonización” del mundo –la inmensa mayoría de las colonias europeas obtuvieron su independencia durante este periodo (no sin antes haber librado importantes luchas de liberación). Con toda Europa destrozada y desgastada económicamente, el imperialismo norteamericano comenzó a inyectar dólares para la reconstrucción, lo que amplió inmensamente las posibilidades de valorización del capital norteamericano. Recordemos que para que el capital pueda ser valorizado –es decir, para que pueda multiplicarse– éste necesita de la explotación de recursos naturales y del trabajo humano para producir mercancías, que a su vez, requerirán de mercados que puedan reconvertirlas en valor aumentado. Pues bien, está valorización del capital puede lograrse de dos formas, 1) consiguiendo más territorios que explotar, de donde sacar recursos, expandiendo los mercados, etc., y 2) intensificando la explotación y la mercantilización en los territorios ya explotados. En otras palabras, el capital puede penetrar territorios externos, o intensificar su explotación internamente. Pues bien, después de la segunda guerra mundial, el capital se encontró con ambas posibilidades. Las ex-colonias, que acababan de obtener su independencia, ofrecían un vasto mercado para el capital, así como inmensos territorios que podían ser explotados. Y al interior de Europa, las posibilidades eran igual de prometedoras. Había que reconstruir la infraestructura y la economía. El capital tenía posibilidades ilimitadas de valorización. Podía crecer y crecer sin obstáculos. Había capital suficiente para sostener al Estado Benefactor y para darse el lujo de ofrecer unas migajas a las masas explotadas para evitar que se alzasen.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Tanka

La belleza es
Quizá después de todo
Sueño de verdad...
Una promesa de amor,
Sin tiempo definido...

domingo, 2 de noviembre de 2008

Si la muerte llegara

(escuchar el audio)

Si la muerte llegara hoy serena hasta mi recamara,
o en las calles me encontrara
y vengativa borrara mis mañanas
o tal vez entre cerros y montañas,
en sempiterna rebeldía el fusil me arrebatara,
si la muerte así, hoy me encontrara...

¿Acaso correría en búsqueda de fantasías tranquilizantes,
o buscaría refugio en injurias desahogantes?
¿Acaso entre delirios y miedos terribles
abrazaría dogmas y ortodoxias inamovibles?
¿O enterraría en pozas penetrantes
las dicotomías de una filosofía totalizante?

Si la muerte me hablara de dobles corazones,
de amores extintos por decepcionantes pasiones,
de chantajes inconscientes y engaños vitalicios...
¿Será entonces que renegaría de haber enterrado mis vicios?
¿O lamentaría haber sentido la revolución en mis canciones?
¿Quizá abandonaría desesperado aquellas tantas razones?

Aunque entonces la vida me parezca tan distante
y logre enflaquecer mi convicción en un instante,
si la muerte me encontrara, quisiera fuera diferente,
cuando mi último aliento escape de repente,
quisiera entonces convertirme en un amante,
y acariciar la muerte con pasión recalcitrante.

Quisiera en ese momento cualquier temor desechar
y poder así mi suerte disfrutar,
ahogar el grito amargo del dolor
para llenar los rostros olvidados de color,
una vez más el sueño del abuelo recordar,
Y las historias de la abuela escuchar.

Quisiera entonces la memoria despertar,
para poder a mis compañeros caídos abrazar
-a tantos hombres y mujeres que nunca conocí,
pero hermanos que se pierden, siempre los sentí-
hablar con los corazones abatidos al luchar,
y en ese instante a los pueblos masacrados desenterrar.

Quisiera... cuando finalmente llegue el momento de dejar de respirar
junto a los camaradas derrotados caminar,
renovar el coraje sentido por las masas calcinadas,
por las mujeres brutalmente asesinadas,
por los heroes que se ahogaron al llorar,
y entonces, sólo entonces, sentir la luz alejar.

Si la muerte llegara con su tan terrible ausencia,
quisiera no dudar ni un instante de su esencia,
si la muerte hoy me llamara por mi nombre,
quisiera quitarme mi traje de hombre,
y en el más valiente acto de consecuencia
aceptar que el alma no es más que un deseo de trascendencia.

Si la muerte llegara...
Y mi rostro tu mano acariciara,
Estaría a tu lado, sintiendo tu calor...

¡Oh! si la muerte llegara...
quizá por fin conocería el amor.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Desengaño progresivo

...entre más cerca veo a la flor, más lejos estoy de ella.
Se mancha lo bello que había creído...

¿Será que la imperfección en sí es criterio de belleza?
¿O será que una vez más estoy parado al pie del camino equivocado...?

Nuevos triunfos en la lucha por la libertad de los presos políticos

Después de casi tres años de haber sido privados de su libertad injustamente, el pasado jueves 16 de octubre, fueron liberados los hermanos Jorge Marcial y Gerardo Tzompaxtle Tecpile, así como Gustavo Robles, quienes estaban recluidos en el penal de Amatlán de los Reyes, en Veracruz. Después de haberse interpuesto el recurso de apelación en segunda instancia, el Magistrado Rafael Remes Ojeda del Segundo Tribunal Unitario en Materia Penal del Séptimo Circuito, en Boca del Río, Veracruz, no encontró elementos para sostener la acusación de Delincuencia Organizada en su contra, por lo que fueron puestos en libertad inmediatamente.

Los hermanos Tzompaxtle Tecpile, indígenas nahuas de la zona centro de Veracruz, fueron detenidos el 12 de enero del 2006 por elementos de la Policía Federal Preventiva, quienes pretendían vincularlos con las organizaciones político militares del país. Su caso se ha caracterizado por las numerosas injusticias e ilegalidades cometidas por el Estado mexicano, que han puesto en evidencia la verdadera cara del supuesto “estado de derecho” que existe en el país. Desde su detención, se les violaron sus derechos pues no había elementos para justificar ese acto. Estuvieron incomunicados por dos días, para ser después trasladados por agentes de la Agencia Federal de Investigaciones a la Ciudad de México, a las instalaciones de la SIEDO, en donde estuvieron arraigados por tres meses, tiempo en el que se les pretendía acusar de secuestro, terrorismo, delincuencia organizada, y acopio de armas, entre otros delitos. Contrariamente al principio de presunción de inocencia, en este caso, se les retuvo sin ningún elemento que fundamentara estas acusaciones, y se les comenzó a investigar para ver qué delito podrían imputarles. Sin embargo, al no haber elementos para sostener la mayoría de las acusaciones, se les remitió al Reclusorio Norte, y se les siguió un proceso penal por el delito de cohecho, así como de delincuencia organizada, del cual fueron absueltos dos años y nueve meses después.

Desde el momento de su detención, diversas organizaciones sociales y de derechos humanos, nacionales e internacionales se movilizaron para luchar y exigir su libertad, lo que fue decisivo en su liberación, pues el Estado mexicano no tenía la menor intención de liberarlos. La Red Solidaria Década Contra la Impunidad, junto con personalidades como el Obispo Raúl Vera López y el Obispo Samuel Ruiz, así como las organizaciones de la Otra Campaña, manifestaron en diversos momentos su solidaridad con los compañeros. Fue la lucha del pueblo la que finalmente logró la libertad de los compañeros.

Esta liberación se enmarca también en una serie de victorias jurídicas obtenidas por el movimiento social, como es el caso de cuatro de los cinco indígenas me'phaa detenidos el pasado 17 de abril de este año, quienes fueron acusados injustificadamente del homicidio de un informante del Ejército Mexicano, pero cuya detención se debió principalmente a su participación en la Organización del Pueblo Indígena Me'phaa (OPIM). Los compañeros, originarios de la comunidad de El Camalote podrían salir libres en este mes, pues después de seis meses de injusta prisión, y ante el creciente reclamo de las organizaciones sociales y populares, así como de organizaciones de derechos humanos, como el Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan, la Jueza Octava de Distrito con sede en Acapulco concedió un amparo que ordena su libertad. Aunque al momento de la redacción, los compañeros todavía no han sido puestos en libertad, se espera sean liberados en los primeros días de noviembre.

Otro caso reciente es el de la liberación de Marcelino Díaz González, ahora ex-preso político, integrante de “La Voz del Amate”, organización de presos adherentes a la Otra Campaña, en el penal No. 14 de Cintalapa en Chiapas. Marcelino Díaz, originario de San Pedro Nixtal Uk'Um, municipio de El Bosque, detenido el 3 de octubre de 2001 por la Policía Judicial del Estado y sin orden de aprehensión, fue liberado el pasado 15 de octubre, después de haber permanecido más de siete años en prisión.

Como movimiento popular, nos congratulamos por estas victorias en la lucha por la liberación de los presos políticos, y reconocemos que no han sido actos de “buena fé” del Estado, sino que han sido arrancadas por la lucha popular, por las movilizaciones sociales, por las organizaciones de derechos humanos y también por los esfuerzos jurídicos de los compañeros que llevan a cabo esta lucha. Sin embargo, también es necesario reafirmar nuestro compromiso con la lucha por la libertad de todos los presos y presas políticas que hoy siguen injustamente detenidos. De acuerdo a los datos recopilados por Gloria Arenas y Eugenia Gutiérrez, hubo 3507 casos de detenciones por motivos políticos en el periodo de 1990 a 2008, y al 2 de octubre todavía seguían presos 145 compañeros y compañeras. Es por esto que tenemos que seguir fortaleciendo esta lucha y no descansar hasta que sean liberados Jacobo Silva Nogales y Gloria Arenas Agis, hasta que sea liberado Nacho del Valle, así como los otros compañeros detenidos el 3 y 4 de mayo del 2001, hasta que sean liberados todos y todas las presas políticas del país y no se siga criminalizando a los compañeros que luchan por la transformación de nuestro país.