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viernes, 24 de abril de 2020

El hada y el colibrí

Seguramente habrás escuchado alguna vez un cuento de hadas. ¡Sí, un cuento de hadas! Me refiero a esas historias fabulosas que las abuelas contaban a sus nietos antes de que las pantallas hicieran de las consciencias sus prisioneras. ¿Alguna vez te contaron una historia de hadas a ti antes de dormir? Si es así, recordarás esos momentos de suspenso en los que temías por la suerte del príncipe, o de la princesa. Recordarás tal vez con una sonrisa, aquella emoción que sentías cuando imaginabas a los personajes mágicos de alguna fábula nocturna de antaño. Esos son pues los cuentos a los que aludo ahora… se trata de relatos de magia y amor, pero a veces también de tristeza y terror; esos cuentos que a pesar de ser revividos noche a noche, en idénticas circunstancias, no dejaban de extasiarte y los vivías como si fueras tú quien en ellos se debatía.

Hoy, te voy a contar yo un cuento de hadas.  Una historia fantástica como aquellas de otro tiempo. Una historia que no es nueva, que se ha repetido hasta el cansancio, y así como los cuentos de la abuela nunca perdían su fantasía a pesar de ser repetidos noche con noche, así también esta historia no por asidua pierde un ápice de su magia…

Érase una vez un lobo… ¿o era un niño lobo? No lo recuerdo muy bien… Verás, el niño lobo vivía en el bosque. Todas las mañanas salía a pasear en su bosque. Corría por las veredas. Comía de la miel de los árboles. Bebía de los arroyos de agua dulce, custodiados por tremendos insectos que guardaban celosos su manantial. Era un lobo feliz… ¡No! ¡Espera! No era un lobo. Tampoco era un niño. Ya recuerdo, en realidad era un colibrí. Sí, un colibrí que vivía en el bosque. Un colibrí de colores fosforescentes, con pequeñas plumas apenas perceptibles que brillaban con el reflejo de los rayos de sol.

Aquel colibrí amaba su bosque. Volaba todos los días por las mañanas en el bosque anunciando su paso con un pequeño ronronear producido por la velocidad de su aleteo… y es que el colibrí es una de las aves más veloces que existen, ¿sabes? Pero su velocidad no es una que se utilice para trasladarse a grandes distancias. No es un ave que presuma de veloz. No compite en las grandes rutas migratorias. Y sin embargo es una de las aves más rápidas. Su corazón late más de ochenta veces por segundo. ¿Te imaginas lo que es eso? Es un ave que no vive como las demás, que no experimenta el mundo como las demás. Es un ave cuyo corazón está a punto de explotar cada minuto de cada hora de cada día… y ésta en particular era un ave bondadosa, apacible, enamorada del mundo, enamorada de su bosque.

Un día voló hasta lo más alto de la copa de un árbol. Pasó frente a nidos de pájaros carpinteros y serpientes… esquivó cuál atleta de obstáculos un enjambre de avispas, sólo para probar un poco del néctar de ámbar que emanaba de aquel tronco… y habiéndose embriagado, se posó en una de las ramas más altas desde donde podía ver el horizonte.  Cuando hubo descansado en aquel lugar, el colibrí se percató de que estaba en la orilla del mundo. Desde ahí podía ver el amanecer y el anochecer. Y los vio… juntos, majestuosos, como dos realidades fundidas en un solo momento. Y fue feliz… Aunque… en realidad no recuerdo si fue feliz.

Aquella tarde, de aquel día, en que subió a aquel árbol, para ver el horizonte mágico de aquel mundo, el colibrí bajó extasiado y se internó entre los árboles. Saludó al conejo y le convidó del néctar que todavía llevaba impregnado en las plumas. Siguió su camino y encontró un venado que gemía. Se acercó y vio que aquel desdichado había sido flechado por un malvado cazador. El colibrí se acercó cuidadosamente, porque no podía saber cuál sería la reacción del venado doliente. Pero aun así se acercó… y vio que la flecha había dado en una pata del venado. No era una herida de muerte, pero causaba un gran dolor a aquel pobre animal. El colibrí untó un poco de su néctar en la herida del venado, y esta cicatrizo en solo unos instantes.  El venado se levantó y galopó nuevamente. Se internó en el bosque y olvidó al colibrí, que quedó solo en el paraje donde había encontrado al venado.

Pero siguió volando aquella ave de corazón intenso… y llegó a uno de los rincones más obscuros de aquel mundo. Los troncos multiplicados de abedules dibujaban una barrera inmensa que custodiada por las sombras de los grandes álamos, creaban una ilusión de noche eterna en ese lugar. Entró el colibrí y se dio cuenta de que estaba en la villa de los enanos… cuando éstos vieron entrar al colibrí con sus plumas de luz, se alegraron y festejaron, pues aquel ser diminuto habría alumbrado por primera vez la obscuridad de los enanos. Y mientras unos aplaudían y otros cantaban, uno de ellos tomó una bolsa de yute, se acercó sigilosamente al colibrí, y en menos de lo que tardas tú en abrir y cerrar tus ojos, el enano se lanzó contra el ave, y la atrapó en aquella bolsa de astillas fatales.

¿Pero sabes? Ahora que recuerdo, no era un colibrí. En realidad, sí se trataba de un lobo esta historia nocturna… uno de hocico feroz y colmillos que cortaban como navajas… un lobo cuyo pelaje erizado hacía temblar hasta al más feroz de los depredadores. Era grande, como un león, con músculos de hierro que lo hacían sobresalir incluso entre los más feroces de su especie. Pero sigamos pues con la historia. Entonces, el lobo gruñó, rompió la bolsa de yute y los enanos huyeron despavoridos. El lobo siguió su camino, resentido con su bosque pues aquellos a quienes encontraba, lo admiraban y le temían, pero nadie quería quedarse con él a su lado. O se alejaban como el venado herido, o lo atacaban como el enano malvado, quien al verlo libre y majestuoso quiso capturarlo para exhibirlo como trofeo de cazador.

Siguió pues caminando el lobo. Conoció lugares extraordinarios. Durmió detrás de una cascada que llenaba de vida el sitio con su brisa humectante y su música de fondo eterno que arrulla el mundo. Al otro día, el lobo despertó con mejor ánimo y siguió su camino. Pero justo cuando pensaba en los mundos mágicos que había conocido, detrás de una colina, una figura sin rostro lo detuvo sorprendido. Alzó la mirada y vio frente a él a una hechicera. Esta, al mirarlo, alzó su mano y lo llamó. El lobo, con mirada feroz y paso firme, se acercó, sin temerle a nada. La hechicera al ver su mirada de fuego, quedó prendada y quiso retenerlo para siempre. Él reconoció su soledad y la quiso querer… pero mientras se acercaba, resbaló de un gran precipicio. La hechicera inundó en cólera su corazón al ver que el lobo se alejaba. No se percató de que el lobo rodaba entre piedras y troncos puntiagudos. Y aunque se hubiera percatado, no hubiera cambiado nada. La hechicera sólo lo veía alejarse. Quería poseerlo, quería tenerlo para ella, quería que la sirviera, y si no era para ella, entonces lo detestaría y desearía su muerte. Efectivamente, el lobo caía rápidamente en la dirección contraria. Entonces, enfurecida, la hechicera le lanzó injurias y hechizos de dolor.

Pero el lobo escapó. Siguió caminando, aunque esta vez iba dejando un rostro de sangre. Pues la caída y las injurias lo habían agotado… pero aun herido y mancillado, seguía adelante, y de pronto, cuando el dolor casi apagaba su corazón, apareció junto a él un gran halo de luz que hacía desvanecer la noche.  Alzó su rostro feroz y se encontró con la mirada más hermosa que jamás habría podido imaginar posible. Frente a él se posaba un hada mágica, una que hacía sonrojar a las flores por su hermosura, y palidecer a la luna y al sol ante su luz. El hada volaba en círculos esparciendo polvo de hadas sobre él… pero la visión del lobo era cada vez más tenue. Perdía sangre rápidamente y con ella, se le iba la vida que le quedaba. El hada, al verlo tan malherido, intentó acercarse para curar su cuerpo, pero el lobo aventaba grandes mordidas cada que el hada se acercaba, pues ya sin cordura, imaginaba que aquel ser hermoso de luz era en realidad la hechicera que nuevamente venía a poseerlo. Era un animal agonizante, sin miedo a herir en aquel momento en que sentía que enfrentaba su propio destino de muerte.

Pero el destino tenía otros planes para el lobo. Cuando el hada finalmente se acercó lo suficiente para curar al lobo, este la mordió y alcanzó a arrancarle una de sus alas. El hada cayó inundada de dolor y tristeza, que se convirtieron rápidamente en rabia y rencor. Ella había querido aliviar de sus heridas al lobo y este a cambio la despojó de una de sus alas… Entonces, cuando el animal feroz la vio tendida en el piso, mutilada, ya sin poder levantar vuelo, vio su rostro mágico, sintió su luz, reconoció sus ojos… Sólo entonces se dio cuenta de que había sido ella quien lo había curado…

¿Sabes? Ahora que lo pienso mejor, ya no estoy seguro de que esta historia trate de un lobo… creo que en todo este tiempo, en realidad sí era un colibrí el protagonista en este cuento de hadas. Finalmente, el colibrí se acercó al hada que no podía ya volar. Y quiso acariciarla con el ronroneo de sus alas, pero ésta sólo podía ver a un lobo. Y entre más se acercaba el colibrí, el hada se sentía más amenazada. A veces lo miraba con amor, pues veía frente a ella un ave de finas alas que ronroneaban al mismo tono que las suyas. A veces quería levantarse y volar con el colibrí, bailar con él su danza mágica… pero finalmente, el hada veía en él la figura de un lobo que la amenazaba con mordidas feroces y que le arrancaba un ala. Entonces, el hada se levantó y voló.

El colibrí, todavía doliente, voló tras ella, pero no podía alcanzarla porque todavía sentía su cuerpo herido y pesado. Fue viendo cómo se alejaba el hada mágica, que no dejaba de iluminar con polvo de hadas el bosque.  El corazón del colibrí fue perdiendo poco a poco su fuerza. Su cuerpo lo traicionó. Dejó de funcionar. En ese momento quiso ser lobo… pero ese animal ya no existía. En realidad siempre había sido sólo una pequeña ave con un corazón intenso… el mismo que ahora se apagaba mientras intentaba recuperar el rastro del hada.

Entonces… cuando ya no podía más. El colibrí se dio por vencido. Dejó de seguir aquel rastro de luz y se internó en la noche. No sabía qué hacer. Se sentía derrotado… por el bosque, por el venado, por los enanos, por la hechicera… y también por el hada. Se detuvo en una piedra. Imaginó que todo era diferente. Imaginó que nunca había sido lobo. Imaginó que bailaba con el hada… imaginó que él mismo se cubría de polvo de hada. Entonces sonrió… y cuando terminaba de dibujarse aquella sonrisa, abrió los ojos y vio su obscuridad. Entonces finalmente se rindió y se entregó a la muerte.

¡No! ¡Espera…! No puede terminar así. Se supone que los cuentos de hadas tienen finales felices… No debía terminar así esta historia.  Tiene que haber otra solución.  ¿El colibrí sigue el rastro del hada hasta que la encuentra y ella baila la danza cósmica con él? ¿El hada regresa y lo encuentra a punto de morir y lo salva? ¿El colibrí se convierte ahora sí en lobo y decide vengarse de la hechicera?

No… Ya no recuerdo cómo termina este cuento. Quizá tú puedas encontrarle otro final. Si lo encuentras, no olvides avisarme para que reescriba esta historia.




jueves, 16 de abril de 2020

Eternidad para dos

Decían los antiguos sabios que el mundo no es sino el resultado de una delicada ecuación entre dos polos opuestos y complementarios a la vez, aparentemente contradictorios pero necesarios e inseparables. El baile eterno del sol y la luna, vaivén incansable de dos gigantes celestiales tan diferentes uno del otro como iguales. El primero, serpiente de fuego que da y exige vida, calor intenso y brillo deslumbrante. El segundo, astro de luz blanca, que reina en la noche fría y húmeda. Ambos necesarios y ambos omnipresentes, como la luz y la obscuridad, como el bien y el mal, dos intenciones tan antagónicas cómo necesarias que pierden todo sentido si se conciben solas, aisladas una de otra. 

Así, podríamos reparar en cualquier dimensión de lo real y encontraríamos estas dos fuerzas inseparables: el hombre y la mujer, dos aspectos de la misma esencia, tan distintos como semejantes, necesarios y contradictorios; alegría y tristeza, placer y dolor, salud y enfermedad, y un sinfín de binomios que engañan a la consciencia ingenua, presentándonse como distintos y fragmentados, cuando en realidad son dos pedazos de una misma unidad. Efectivamente, ya desde muy temprano en el gran relato humano, las mentes más perspicaces habrían descubierto y nombrado esta imbatible dualidad: el yin y el yang para los chinos; el âm y el duong, principio de unidad dual, para los vietnamitas; Ianus el de doble rostro entre los antiguos romanos; purusa y prakrti, representaciones de la dualidad entre conciencia y ser, según la tradición Samkhya en el hinduismo; y para no ir tan lejos, aquí mismo en Mesoamérica, el Omeyokan donde habita la divinidad, no era sino la representación de la sagrada dualidad. 

Particularmente, aquellos viejos ixtlamatkeh de antaño, ya habían entendido lo insensato que sería pensar en la existencia independiente de uno de los polos, sin su complemento. Por ejemplo, mientras en otras latitudes y otros tiempos la tierra se habría concebido sólo en femenino, para los nahuas del mundo prehispánico, la tierra era Tlalteuktli y Kowatlikue, señor de la tierra y diosa falda de serpientes, madre y padre a la vez. Y así, para cada esencia habría una dualidad divina fundamental que la sostenía: la muerte era el dominio de Miktlanteuktli y Miktekasiwatl, señor de la región de los muertos y señora de los muertos. También estarían Tonakateuktli y Tonakasiwatl, el señor y la señora de nuestra carne y nuestro sustento, la supervivencia humana dependería inevitablemente de la permanencia de ambas entidades complementarias. Hoy todavía se escuchan entre los cerros y cuevas de las regiones de refugio, aquellas milenarias oraciones a Tlalohkan Tata y Tlalohkan Nana, femenino y masculino interactuando en un constante equilibrio que sostiene al mundo. 

Pero esta dualidad no solo sostiene al mundo, también es el principal motor de la historia, como en su momento apuntó brillantemente la dialéctica de Hegel o la propia inversión materialista que de ella haría Marx. Toda tesis tiene su antítesis. Ambas se relacionan en un juego de fuerzas opuestas e interdependientes que no llevan a la destrucción de una u otra, sino a la superación de ambas en una síntesis. En oriente y occidente, las mentes más brillantes nos mostraron que no hay vida posible si se altera este equilibrio. 

No es pues, sino el dominio del necio aquella creencia que sobreestima un polo sobre el otro; por ejemplo, aquel falso dilema por el cual en un momento aparece el eterno masculino que subyuga y antagoniza lo femenino, construyendo una realidad mutilada en una de sus partes, postulando el mito adánico de la mujer como apéndice del hombre, y construyendo un mundo patriarcal de hombres solipsistas. Pero en otro momento, aparecería igual de ingenua la esencialización virulenta de la mujer como diosa omnipotente, como única salvadora arquetípica y redentora en un mundo dicotómico de maldad masculina y bondad femenina, o incluso como eterna víctima de la tiranía masculina, única doliente posible entre únicos malvados posibles. Y aunque podría parecer absurdo, cuando el pensamiento ingenuo se siente con poder, aun sea solo un pequeño atisbo momentáneo de presunta rebeldia, este puede mutilar la dualidad intentando encumbrar a uno de los polos antagonizando al otro. 

Sin embargo, los opuestos antagónicos no son más que una ilusión, y en realidad no existe la vida en singular. No es posible superar el antagonismo con más antagonismo. Por el contrario, la superación inicia cuando se entiende la complementariedad de los dos lados vitales. Es así como hoy comprendo también que la vida propia no tiene sentido fuera de esta dualidad. Hoy sé que se vive y se permanece vivo precisamente por ese equilibrio constante entre las dos fuerzas fundamentales. Hoy empieza a tener sentido todo el dolor y el sufrimiento porque es precisamente ese dolor el que lleva a la felicidad, aunque haya sido esta la que condujo al dolor en un principio. 

Aunque hoy ya no me es posible distinguir el principio del final porque hoy me doy cuenta de que no hay final necesario. Sólo existe un vaivén constante entre el futuro y el pasado irreales, cuya superación sintética es el presente verdadero. Y mientras en algún momento de ese pasado incoherente, yo no había logrado discernir la alegría de la tristeza, hoy sé que éstas no se pueden distinguir porque en realidad son sólo dos dimensiones de la misma realidad. Hoy sé también que nadie puede ser completamente bueno ni completamente malo, a pesar de cómo se presente a los ojos de uno u otro, o cómo se represente en cada discurso. Es por eso que hoy ya no puedo odiar completamente, pero tampoco habría podido amar como amo si no hubiera habido dolor y odio. 

Hoy me duele el error, pero también sé que el error es una condición necesaria para la construcción de la perfección. Por ello, hoy ya no me queda duda alguna. Hoy puedo estar completamente seguro de que esta vida que vivo es una vida de dos; de que este amor con el que he amado es un amor de dos contrarios pero complementarios; de que este futuro que se está forjando es para dos, y de que este mundo, no es sino un mundo para dos seres idénticamente distintos, pero también distintamente idénticos. Hoy sé que mis ojos tienen su complemento en otros ojos; que mi sonrisa surge plena sólo en dualidad; que mi cuerpo tiene una contraparte con la que puedo hacer música: que mi corazón por sí solo, únicamente puede sentir el mundo a la mitad; y que mi mente sólo brilla realmente cuando danza en armonía con su par, tan distinto pero tan igual. Hoy finalmente entendí que la eternidad sólo existe cuando dos conciencias gemelas saltan de vida en vida construyendo esa eternidad para dos. Y hoy, al fín sé que si no es en esta vida, será en otra, y si no en la que sigue, pero tú y yo siempre seremos tan sólo dos partes de una misma alma en un universo para dos.

jueves, 9 de abril de 2020

Paradoja

Entre calles y avenidas de desesperanza
Avanza aquella enfermedad de muerte
Un instante en una esquina desolada,
Mientras la especie reclama venganza
Lamentos de dolor inundan el ambiente
Una anciana estira su mano ya cansada.
Pero en medio de aquella vil matanza
Encuentro tu sonrisa insurgente...
Tus manos, el amor en tu mirada.
Soy feliz