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martes, 1 de diciembre de 2020

Los hombres no lloran

Los hombres no lloran, amor mío. Tú probablemente jamás has escuchado a nadie dictarte esta sentencia social, trillada hasta la saciedad. Pues bien, déjame decírtela ahora. Los hombres no lloran, o más bien, no deben llorar. Así me dijeron a mí cuando tenía tu edad, y aun cuando tenía el doble o triple de ésta. Incluso cuando ya tenía que bajar el rostro para encontrar cualquier otra mirada, aun me seguían diciendo lo mismo. ¡Los hombres nos aguantamos! ¡Nos lo tragamos! Si lloras, te muestras débil... los hombres no deben mostrarse nunca débiles. 

Pero sabes, hermoso, déjame ser honesto. La verdad es que yo nunca entendí por qué teníamos que aguantarnos o por qué había que mostrarse fuerte. Y nunca dejé de llorar. Es lo único que he hecho regularmente desde el primer día en que respiré, y que no he dejado de hacer hasta mi muerte. Lloro para poder respirar, para vivir. Lloro para sacar lo que me hace daño. Lloro para no explotar. Siempre lo he hecho desde que tengo memoria. Lloré frente a la ventana en una noche de tormenta cuando no veía a papá y mamá llegar a casa, también cuando quedé encerrado en un carro en medio de una gigantesca y desconocida ciudad. Lloré cuando me vi perdido en un centro comercial, y también cuando abrí los ojos en una cama de hospital con el letargo de un quirófano y apenas nueve años. Lloré cuando me enamoré por primera vez de una niña de muchos más años que yo, y también cuando fui engañado poco después. Lloré de vergüenza cuando sin esperarlo, otro tipo de ‘primera vez’ se convirtió en horror, al igual que una segunda y una tercera vez. No había cumplido siquiera quince y ya había quebrado tantas veces los preceptos paternos, pues había llorado infinitamente.

Mi padre, sabio como siempre, insistió en que no debía llorar, en que debía ser fuerte. Y sabes, me lo dijo por amor, no porque quisiera mutilar mis sentimientos ni venderme algún canon preconcebido. En realidad, me lo dijo para protegerme. Mi padre conoció desde muy temprano el horror de la selva en que vivimos. Y sabía que en esta jungla humana no se sobrevive si uno es o se muestra débil. Tienes que ser fuerte en todo momento y en todo lugar... Me lo advirtió tajantemente aquella figura tan sabia y querida. Pero yo, testarudo como he sido y con el sentimiento desbordado eternamente, no hice caso. Y seguí llorando.

Después vinieron los coros de voces insulsas que me vendieron dogmas vacíos de humanidad, o al menos de una mitad de ella. Aunque entonces todavía no sabía que eran palabras peligrosas y las compré, las repetí creyéndome ilustrado. Me contaron esos discursos todo lo que era contrario a aquello que había venido escuchando desde antaño. Afirmaron que ya había pasado de moda el no llorar y que ahora debíamos llorar: “Los hombres deben expresar sus sentimientos”, “los hombres también lloran”. ¡Fantástico! Al fin ya no tendría que sentirme culpable. Ahora, para los de nuestro género sería mal visto el no llorar, pues un hombre liberado tendría necesariamente que expresar libre su sentir.

Leí pues, en revistas y foros, tratados de mujeres que afirmaban que un hombre puede y debe llorar, aunque ellas mismas se mostraban siempre duras e inquebrantables. Es saludable tener emociones y dejarlas fluir dijeron. Es natural y humano mostrar los más profundos sentimientos. No hay que esconder o negar el dolor, sólo hay que sanar y dejar de reprimirse. Sentenciaron con voz firme que los hombres habían sido víctimas de algo que se llama patriarcado. Y ese algo que nos condenó a los hombres, nos hizo también a todos de hielo, nos dio poder pero también nos cegó. Sin embargo ahora ya no tenemos que ser agresivos o poderosos porque ya es otro tiempo. Hoy podríamos mostrarnos vulnerables y sensibles. Incluso hubo quien recientemente me llamó "amado hombre" y aseguró con sus palabras liberarme de un cuento donde siempre tendría yo que ser valiente y nunca se me permitiría llorar.

No sabes, mi vida, qué alivio sentí cuando escuché esas voces y esos discursos. Podría finalmente dejar de tener remordimientos por externar mi sensibilidad. Y sin embargo... no creas que fue así. El alivio duró muy poco. Rápidamente me di cuenta del engaño, pues este discurso tenía unas letras chicas que nunca leí en la etiqueta. Los hombres también lloran, sí, pero… los adultos no, y menos en público, no en el trabajo, no en el mercado, no en la calle, no en el auto, tampoco en el hogar frente a tus hijos. No llores frente a tus clientes, ni frente a tu jefe, ni frente a tus compañeros, y mucho menos frente a extraños o extrañas. No, nunca llores frente a alguien que no te sabe ni te cree vulnerable. Escucha bien, jamás derrames lágrimas frente a una mujer, porque puedes incomodarla, y eso hoy ya no se perdona. Una lágrima mal recibida se puede convertir en un dedo acusador y en una mentira legitimada por el consenso en turno. Entonces ya no importará la verdad, sino el color y el género del dedo que acusa. No, definitivamente nunca vayas a llorar frente a una mujer... a menos, por supuesto, que sea tu pareja. Aunque, pensándolo bien, tampoco así lo hagas, dicen las letras chiquitas que aun siendo tu pareja, no debes mostrarle tus lágrimas porque al hacerlo la irás apartando poco a poco. Así es, reza claramente la leyenda que el llanto de un corazón roto sólo puede alejarte aun más del amor que te hizo daño.

Pero yo no leí esas advertencias, y creyéndome liberado del cuento, decidí seguir llorando sin represiones. Y un día lloré con dolor frente a alguien que me tendió su mano, pero después esa misma mano se levantó en mi contra condenándome por haber llorado, llevando a juicio sumario mi sentimiento. Otro día lloré en los brazos de alguien que me vio vulnerable, pero después ese mismo alguien me hirió letalmente para salvarse, aprovechando mi vulnerabilidad escondida en mi tamaño y género. Un día lloré en una oficina, y desde entonces fui tachado como débil. Aquellas mismas voces que dijeron que los hombres también lloran, fueron las que ahora murmuraban y se burlaban de mi debilidad por haber llorado. Y nuevamente lloré en una cama de hospital, después de haber llorado en un quirófano, sólo que ya habían pasado treinta años desde la última vez. Aun no acababan de caer mis lágrimas al piso cuando ya una cruel amistad empezaba a reclamar su posesión sobre mi alma acongojada. Tiempo después, lloré incontrolablemente frente a la persona que más amaba, lloré y maldije mi dolor, pero ella dejó de amarme precisamente por no haber podido contener a tiempo y con decencia mi dolor. Aquel día, aunque tragué mis lágrimas y apreté con fuerza mis puños, sentí el dolor quemándome el vientre cuando ya no pude hacer que se quedara. Aquel fue el precio más caro de mis lágrimas. 

¿Sabes? ha habido lágrimas incluso más profundas como aquellas cuando lloraba al despedirme de ti detrás de unos barrotes, mientras veía cómo unos brazos te alejaban. Lloré cuando enfermaste y no pude consolarte, porque quienes te retenían me cerraban cruelmente la entrada. Entonces, sentado a la orilla de la calle, a media cuadra de tu casa, sentí mis lágrimas derramarse intensamente mientras esperaba a media noche alguna noticia que me dijera al menos que estabas bien. Para el mundo, sólo era algún vagabundo más. También lloré de miedo cuando amenazaron con quitarte de mí, pero mis lágrimas mostraron debilidad y al final pagué también el precio.

Aunque... ¿Sabes? También hay llantos bonitos,  llantos que se disfrutan como se disfruta el hielo frío en invierno. Llantos que se alojan en tu alma vestidos de una sonrisa, como aquel día en que lloramos juntos a través de una pantalla. ¿Lo recuerdas? Fue un llanto abierto y amargo, pero fue un llanto que nos unió. Sí, son lágrimas que duelen y curan al mismo tiempo. 

Por todo eso, hermoso, yo ya no te puedo decir si los hombres lloran o no lloran, o lo que es igual, si deben o no deben llorar, o cómo llorar. Lo único que puedo decirte ahora es que mandes todos los discursos al carajo. Llora, berrea y patalea si quieres hacerlo así. Es tu dolor y de nadie más. Nunca hagas caso a quien quiera decirte que no puedes llorar. ¡Claro que puedes! Siempre puedes hacerlo si quieres. 

Pero debes también saber que así como el llorar puede sanarte, también puede destruirte. Es importante que seas siempre consciente de que llorar es peligroso. No creas que puedes abrirte y mostrarte vulnerable al mundo sólo porque alivia tu dolor hacerlo, o porque alguien te dice que puedes o debes hacerlo para liberarte de este mundo patriarcal. En realidad, llorar es un gran riesgo. Ser hombre y mostrarte vulnerable o ser percibido como débil es peligroso. Por ello es que uno debe ser realmente muy fuerte antes de poder llorar libremente.

Recuerda siempre que si no quieres llorar, no debes sentirte mal por ello. No quiere decir eso que estés atrapado inevitablemente en los atavíos de una masculinidad malograda, ni que seas más o menos hombre al no llorar. Si quieres tragarte tus lágrimas y aguantarte estoicamente, está bien, hazlo así sin dudarlo. Es tu derecho y tu decisión. Calla y esconde tus sentimientos si así lo sientes necesario. Muéstrate inmutable y poderoso frente al mundo. Que nadie conozca tu llanto si no quieres. No hagas caso a quien te quiera convencer de lo contrario, porque de todas aquellas personas que tanto te insisten hoy en que llores y en que expreses tus sentimientos sin atamientos, ninguna va a pagar el daño que te causen tus lágrimas.


jueves, 19 de noviembre de 2020

El sentido de vivir

Cierra los ojos… Imagina por un segundo que ha pasado el tiempo. Imagina que hoy no es hoy ni mañana. Ha pasado tanto tiempo que ha llegado el ocaso de tu vida; ochenta, noventa años, un poco más.  Estás al borde de la muerte. Sólo te queda un minúsculo fragmento más de tiempo en este mundo. Llegó el último instante, tan inevitable como temido. En un par de minutos se apagará para siempre tu consciencia.

Entras en pánico… Cada segundo te acerca más a la nada. Estás asustado, ansioso. Aunque a decir verdad, tu cuerpo ya no tiene la energía suficiente para nutrir aquella ansiedad. Tu ser físico lleva meses apagado. Lo único que te queda es tu ser consciente asomándose por una pequeña rendija de percepción humana, opacada en una nube de obscuridad e inmovilidad. Pero también esa frágil consciencia remanente está a punto de desaparecer... Y en ese instante, el miedo te cala en lo más profundo.

No te asusta ya aquella vieja historia infantil sobre un pretendido cielo y un infierno eterno. Tampoco te causa temor la incertidumbre del “más allá”. Por el contrario, nada te haría más feliz que la certeza de un "más allá" y una eternidad; algo con que vencer al punto final, algo bueno o malo, celestial o infernal, da lo mismo; la gloria o la ultratumba, es igual. Al fin sería vida consciente, la continuidad del “yo” que ahora se apaga. Sería finalmente una oportunidad de trascendencia, aquel ideal que tanto ha seducido a los seres humanos desde que se hicieron conscientes de su carácter efímero y transitorio.

Pero no… ya eres demasiado viejo para albergar una ingenuidad tan pueril. Sabes perfectamente que no hay nada más. En un par de minutos todo se apagará.  No podrás ya recordar. No podrás pensar. No podrás sufrir ni gozar. Dejarás de existir en el sentido más totalitario de la palabra. Y no puedes evitar el terror que te causa esa tajante condena a la inexistencia. Sufres obscenamente el horror de la nada que acecha. Temes desvanecerte así, frágil e intrascendente. No aceptas que tu muerte te aparezca ahora tan insignificante como la muerte de una hormiga o un pulgón, que al cabo es igual que la muerte del rico y el poderoso.

Pasan los segundos y se acaba tu tiempo. Todo empieza a apagarse. Tratas de ver hacia atrás. Piensas en tu vida que ahora no es más que pasado, pero aquello no consigue sino llenar tus últimos segundos de dolor. Tanto orgullo, tanta soberbia, manifiestos y estandartes vacíos de significado, heroes de paja y rebaños de colores desgastados, rojos, negros, morados, tanta vergonzosa tosudez... el tiempo a la basura. ¿Prestigio y poder a cambio de qué? Estás muriendo y es inevitable. ¿Cuál fue el sentido de todo? Sientes coraje, remordimiento. ¡No tiene sentido! Dentro de ti no queda nada sino furia maldita por saber que tus instantes finales no son más que agonía, y te lamentas porque no fue suficiente… ¡No...! ¡No fue suficiente! Te aferras a ese último pensamiento. No quieres desaparecer en la nada. Todavía no… Quieres vivir más… ¡Si tan sólo pudieras vivir un poco más!

Y en aquel último segundo fatal, acostado en tu lecho de muerte, alcanzas a mirar hacia arriba y deseas con todas tus fuerzas que se detenga el destino. Deseas regresar un poco en el tren del tiempo. No mucho, sólo un poco. Lo que sea lo tomarías sin pensarlo dos veces; un día más de vida, un mes más, un año más. ¡Lo que sea! Cometer errores, pedir perdón o burlarte de la soberbia, amar una o mil veces, pero amar, llorar abiertamente y no callar, vivir, respirar, sentir. Ahora entiendes perfectamente lo que significa vivir. Quieres vivir un poco más. Finalmente comprendes la inmensa fortuna que implica el ser sólo un modesto pedazo de materia orgánica consciente… y lo único que deseas es seguir siendo eso, vida consciente. Si tan sólo pudieras regresar el tiempo. Vivir otra vez. Sólo un poco más. Sólo un poco más de vida.  Lanzas tu deseo al aire y entonces…

¡Abres los ojos!  Eres tú otra vez. ¡Tienes vida y tiempo! Estás aquí y ahora. Tu deseo fue concedido…

¿Ahora qué...?

viernes, 23 de octubre de 2020

Calavera de jornaleros

Estaban los jornaleros
En las farmas Canadienses
Trabajando con esmero
Para ganar un buen dinero.

Llegó la flaca con sombrero
Anunciándose con sandeces
¡Mala patrona ya pareces!
Le dijo un buen compañero.

Aquél, sin pena o mal agüero,
Rechazó sus peladeces
Pues seas moreno o seas güero
La dignidad es lo primero.

Así es como los compañeros
A la muerte pronto corrieron
Sea noviembre o sea febrero
¡Que vivan los jornaleros!

domingo, 24 de mayo de 2020

Gracias

Por tu mirada de amor
Por tus palabras perfectas
          en un mundo de discursos rotos
Por tu mano en mis noches de temor
Por tu omnipresencia y tu eternidad

Por tu coraje y tu valor
Por tus tiernas caricias 
          en medio de lágrimas de dolor
Por el calor de tu vientre
Por el sudor en tu piel

Por el brillo en tus ojos
Por el aliento en tus labios
          que llena mi cuerpo de vida
Por tu espíritu indomable
Por tu alegría irredimible

Por tu comprensión y tu cariño
Por tu compromiso inquebrantable
          en un mar de inseguridad
Por tu hermosa complejidad
Por tu profunda belleza

Por tu amor
Por tu amistad
Por tu complicidad

Por la esperanza
Por la felicidad
Por la verdad

Por tu risa y por tu sonrisa
Por tu corazón y por tu mente
Por tu espacio y por tu tiempo

Porque en una época de desesperanza
          tú mantienes viva la esperanza
Porque en una era privada de futuro
          tus manos tejen nuestro futuro
Porque en un mundo de caminos sin destino
          tú llegaste y te volviste mi destino

Por todo eso 
          y porque eres tú

Gracias amor  mío

jueves, 21 de mayo de 2020

Letargo

I. Uno va por la vida imaginando que vive...

Vamos por ahí creyéndonos libres, creyéndonos importantes, imaginándonos relevantes. Confiamos en que creemos en nuestras verdades irrefutables, unas más lógicas, otras más incoherentes; unas un poco más substanciales, otras más vanales. Condenamos a la hoguera a los villanos en turno, cuya sombra ardiente nos sirve de consuelo para nuestra auto-indulgencia moral. No acaba de extinguirse la ultima flama cuando ya tenemos un nuevo villano, y con él un nuevo discurso redentor. Y cuando aquel discurso de moda choca con la realidad provocando una indiscreta e intolerable disonancia cognitiva, cambiamos inmediatamente de nombre al villano. Al fin y al cabo, lo importante es el discurso. ¿Y la verdad? La verdad está siempre en las propias manos. ¿Qué no?

II. Uno va por la vida imaginando que vive...

Vivimos encerrados en una prisión de percepción. Todo aquello que creemos que existe solo puede existir en perspectiva. No hay manera de escapar del solipsismo. Nadie ha podido mirarse a sí mismo con ojos ajenos. Nadie sabe realmente cómo es, cómo existe en el mundo y para el mundo. Sólo sabemos cómo creemos que somos. Vivimos eternamente incomunicados, pues solo podemos escuchar nuestra propia voz. Como sentenció Ricoeur, todos estamos condenados a una soledad incommensurable. Nadie puede transmitir a otro su experiencia de vida. Lo más que podemos hacer es plasmar en un texto muerto una interpretación de una parte de nuestra experiencia, la cuál a su vez va a ser reinterpretada y redefinida por un otro imaginario que si es que existe, redefiniría aquella interpretación codificada ajustándola a su vez a una experiencia ajena, a su experiencia. Y aún así hay  quien cree que nos comunicamos y nos entendemos... ¡Osada creencia de ingenuos!

III. Uno va por la vida imaginando que vive...

Haces daño a otro con la excusa de que fue a ti a quien dañaron. Matas para no morir, pero al final no se deja de ser asesino por tener una buena excusa. La vida no regresa por ser legal la muerte. Te convences y te convencen de que eres víctima. Te gusta el papel. Es mejor ser víctima que victimario, duele menos. Pero al final, uno solo sigue las reglas en un juego de rol... Pero siempre cambiamos de papel en la misma escena, aún si no te percatas de ello. Si tienes que escoger entre dominar o ser la parte dominada, escoges la doble o triple dominación, para tener el poder de la legitimidad y dañar con permiso y compasión. Crees sin saberlo que es mejor estar en el equipo ganador, porque al final los buenos y los malos no existen. Sólo te queda el auto-engaño.

IV. Uno va por la vida imaginando que vive...

Creemos en el futuro y en el pasado, pero no sabemos si existe lo presente. Imaginamos que es posible que haya algo después de este momento, y en un gran acto de fe, seguimos adelante en el tiempo confiando en que siempre hay un siguiente momento de presente. Imaginamos que existe la vida cuando nos rodea la muerte. Imaginamos que no estamos muertos. Imaginamos que somos reales, que el dolor es necesario, que hay un propósito, que hay un Dios o un karma. Creemos que existe la justicia, hasta que pruebas la injusticia en ambos lados de la cuerda. Queremos vivir. Deseamos vivir con toda nuestra fuerza. Pero la vida sólo es una ficción fugaz.

V. Uno va por la vida imaginando que vive...  

...hasta que un día despierto en sus brazos y comienzo a vivir de verdad.

miércoles, 6 de mayo de 2020

Fragilidad

- ¿Papá…?
- Dime, mi niño.
- ¿De dónde son estas hojas?
- Son hojas de maple. Las recogí un día en otoño, mientras caminaba por algunas calles frías, con desconocidos que sabían mi nombre, en una tierra no tan desconocida.
- Son muy bonitas… aunque ya están secas. ¿Puedo jugar con ellas?
- Claro.
- ¿Puedo construir un barco?
- Puedes hacer muchas cosas con esas hojas. Sólo tienes que usar tu imaginación.
- ¿Sabes papá? La imaginación es muy poderosa.
- Así es, mi hermoso niño. La imaginación es el mejor regalo que recibimos los hombres y las mujeres. Con ella, todo es posible. Puedes comer los platillos más exquisitos que jamás nadie haya probado, como un suculento guisado de carne de pterodáctilo, o un exquisito omelette de huevo de braquiosaurio.
- No creo que sepa muy rica la carne de pterodáctilo.
- No lo sé… Tendríamos que probarla para saberlo. Por ahora, mejor nos comemos este rico omelette hecho con huevos de gallina.
- ¿Qué más puedo hacer con mi imaginación, papá?
- Hmm… También puedes viajar sin tener que gastar un solo centavo.
- ¿De verdad? ¿Podemos viajar a otro país usando la imaginación?
- ¡Por supuesto! ¿Recuerdas aquella vez cuando nos subimos a un transatlántico a Londres, junto con Phileas Fogg y Passepartout? ¿O cuando escalamos el Monte Sneffels con el Profesor Lidenbrock y su sobrino Axel?
- Sí lo recuerdo. ¡Fue muy divertido! Tuvimos que salir disparados por la lava de una erupción volcánica. Si no, nunca hubiéramos encontrado la salida… También me acuerdo cuando andábamos perdidos en Grecia. ¿Te acuerdas que le ayudamos a Odiseo a escapar de la cueva del Cíclope? ¡Fue bastante gracioso cuando dijo que él era ‘Nadie’!
- ¡Por poco y nos atrapa! La imaginación, mi niño, puede ser muy divertida.
- …pero también puede ser muy espantosa. ¿Recuerdas cuando luchamos contra el Kraken? Casi me arranca una pierna el cefalópodo que se llevó al marinero del Nautilus… o cuando descubrimos a Jimmy en La Española, escondido en un baúl para que no lo vieran los piratas. Tenía mucho miedo...
- Sí… pero el miedo se vence. Al final, valió la pena. ¡Encontramos nuestro tesoro!
- Es verdad... pero también me espanté un poco cuando le dieron de palazos a Don Quijote en la Taberna. Lo bueno es que Sancho llevaba una pócima que les curaba las heridas muy rápido. ¿Te acuerdas?
- Sí, cómo no me voy a acordar. Si yo quisiera tener esa pócima ahorita mismo.
- Papá… mejor ya no voy a hacer un barco. Prefiero construir una nave como el Nautilus.
- ¡Excelente idea! ¿Y va a tener una biblioteca tan grande como la que guardaba los libros del Capitán Nemo?
- Sí… va a ser igual de bonita… y muy poderosa. Pero… ¿Y si se rompe mi nave? Estas hojas están muy secas y parece que se van quebrar cuando las doblo.
- Es verdad. Tienes que tener mucho cuidado.
- No quiero que se rompa, papá. Ayúdame a guardarlo.
- Yo no lo puedo guardar por ti. Tu nave es algo muy preciado para ti… surgió de tu imaginación. Vive en tu mundo interior. Eres tú quien tiene que cuidarla. Es como… el país de Nunca Jamás. Todos los niños tienen un país de Nunca Jamás. ¿Recuerdas?  Cada niño puede volar y vivir sus propias aventuras de piratas y sirenas, pero también cada niño tiene la responsabilidad de cuidar a sus propios niños perdidos… y a sus propias naves.
- Pero papá… No quiero que se rompa mi nave.
- A veces, mi niño, hay cosas que queremos mucho que son demasiado frágiles. Con cualquier tensión pueden desmoronarse… una simple caricia dada con torpeza puede estropear eso que te es tan preciado. Una palabra mal dicha, o un silencio en un momento de inseguridad, puede hacer que se empiece a fracturar una ilusión. Por eso, si hay algo que de verdad quieres, tienes que cuidarlo mucho.  Yo mismo he perdido muchas cosas que quería, por no haberme dado cuenta de que eran frágiles.
- Papá… voy a cuidar mi nave.
- Me alegra escuchar eso.
- Y tú… también tienes que cuidar las cosas que quieres.
- Yo nunca más voy a dejar que un descuido lastime la fragilidad de aquello que está en mi corazón.
- Papá…
- Dime, ni niño.
- Yo te voy a cuidar a ti.

viernes, 24 de abril de 2020

El hada y el colibrí

Seguramente habrás escuchado alguna vez un cuento de hadas. ¡Sí, un cuento de hadas! Me refiero a esas historias fabulosas que las abuelas contaban a sus nietos antes de que las pantallas hicieran de las consciencias sus prisioneras. ¿Alguna vez te contaron una historia de hadas a ti antes de dormir? Si es así, recordarás esos momentos de suspenso en los que temías por la suerte del príncipe, o de la princesa. Recordarás tal vez con una sonrisa, aquella emoción que sentías cuando imaginabas a los personajes mágicos de alguna fábula nocturna de antaño. Esos son pues los cuentos a los que aludo ahora… se trata de relatos de magia y amor, pero a veces también de tristeza y terror; esos cuentos que a pesar de ser revividos noche a noche, en idénticas circunstancias, no dejaban de extasiarte y los vivías como si fueras tú quien en ellos se debatía.

Hoy, te voy a contar yo un cuento de hadas.  Una historia fantástica como aquellas de otro tiempo. Una historia que no es nueva, que se ha repetido hasta el cansancio, y así como los cuentos de la abuela nunca perdían su fantasía a pesar de ser repetidos noche con noche, así también esta historia no por asidua pierde un ápice de su magia…

Érase una vez un lobo… ¿o era un niño lobo? No lo recuerdo muy bien… Verás, el niño lobo vivía en el bosque. Todas las mañanas salía a pasear en su bosque. Corría por las veredas. Comía de la miel de los árboles. Bebía de los arroyos de agua dulce, custodiados por tremendos insectos que guardaban celosos su manantial. Era un lobo feliz… ¡No! ¡Espera! No era un lobo. Tampoco era un niño. Ya recuerdo, en realidad era un colibrí. Sí, un colibrí que vivía en el bosque. Un colibrí de colores fosforescentes, con pequeñas plumas apenas perceptibles que brillaban con el reflejo de los rayos de sol.

Aquel colibrí amaba su bosque. Volaba todos los días por las mañanas en el bosque anunciando su paso con un pequeño ronronear producido por la velocidad de su aleteo… y es que el colibrí es una de las aves más veloces que existen, ¿sabes? Pero su velocidad no es una que se utilice para trasladarse a grandes distancias. No es un ave que presuma de veloz. No compite en las grandes rutas migratorias. Y sin embargo es una de las aves más rápidas. Su corazón late más de ochenta veces por segundo. ¿Te imaginas lo que es eso? Es un ave que no vive como las demás, que no experimenta el mundo como las demás. Es un ave cuyo corazón está a punto de explotar cada minuto de cada hora de cada día… y ésta en particular era un ave bondadosa, apacible, enamorada del mundo, enamorada de su bosque.

Un día voló hasta lo más alto de la copa de un árbol. Pasó frente a nidos de pájaros carpinteros y serpientes… esquivó cuál atleta de obstáculos un enjambre de avispas, sólo para probar un poco del néctar de ámbar que emanaba de aquel tronco… y habiéndose embriagado, se posó en una de las ramas más altas desde donde podía ver el horizonte.  Cuando hubo descansado en aquel lugar, el colibrí se percató de que estaba en la orilla del mundo. Desde ahí podía ver el amanecer y el anochecer. Y los vio… juntos, majestuosos, como dos realidades fundidas en un solo momento. Y fue feliz… Aunque… en realidad no recuerdo si fue feliz.

Aquella tarde, de aquel día, en que subió a aquel árbol, para ver el horizonte mágico de aquel mundo, el colibrí bajó extasiado y se internó entre los árboles. Saludó al conejo y le convidó del néctar que todavía llevaba impregnado en las plumas. Siguió su camino y encontró un venado que gemía. Se acercó y vio que aquel desdichado había sido flechado por un malvado cazador. El colibrí se acercó cuidadosamente, porque no podía saber cuál sería la reacción del venado doliente. Pero aun así se acercó… y vio que la flecha había dado en una pata del venado. No era una herida de muerte, pero causaba un gran dolor a aquel pobre animal. El colibrí untó un poco de su néctar en la herida del venado, y esta cicatrizo en solo unos instantes.  El venado se levantó y galopó nuevamente. Se internó en el bosque y olvidó al colibrí, que quedó solo en el paraje donde había encontrado al venado.

Pero siguió volando aquella ave de corazón intenso… y llegó a uno de los rincones más obscuros de aquel mundo. Los troncos multiplicados de abedules dibujaban una barrera inmensa que custodiada por las sombras de los grandes álamos, creaban una ilusión de noche eterna en ese lugar. Entró el colibrí y se dio cuenta de que estaba en la villa de los enanos… cuando éstos vieron entrar al colibrí con sus plumas de luz, se alegraron y festejaron, pues aquel ser diminuto habría alumbrado por primera vez la obscuridad de los enanos. Y mientras unos aplaudían y otros cantaban, uno de ellos tomó una bolsa de yute, se acercó sigilosamente al colibrí, y en menos de lo que tardas tú en abrir y cerrar tus ojos, el enano se lanzó contra el ave, y la atrapó en aquella bolsa de astillas fatales.

¿Pero sabes? Ahora que recuerdo, no era un colibrí. En realidad, sí se trataba de un lobo esta historia nocturna… uno de hocico feroz y colmillos que cortaban como navajas… un lobo cuyo pelaje erizado hacía temblar hasta al más feroz de los depredadores. Era grande, como un león, con músculos de hierro que lo hacían sobresalir incluso entre los más feroces de su especie. Pero sigamos pues con la historia. Entonces, el lobo gruñó, rompió la bolsa de yute y los enanos huyeron despavoridos. El lobo siguió su camino, resentido con su bosque pues aquellos a quienes encontraba, lo admiraban y le temían, pero nadie quería quedarse con él a su lado. O se alejaban como el venado herido, o lo atacaban como el enano malvado, quien al verlo libre y majestuoso quiso capturarlo para exhibirlo como trofeo de cazador.

Siguió pues caminando el lobo. Conoció lugares extraordinarios. Durmió detrás de una cascada que llenaba de vida el sitio con su brisa humectante y su música de fondo eterno que arrulla el mundo. Al otro día, el lobo despertó con mejor ánimo y siguió su camino. Pero justo cuando pensaba en los mundos mágicos que había conocido, detrás de una colina, una figura sin rostro lo detuvo sorprendido. Alzó la mirada y vio frente a él a una hechicera. Esta, al mirarlo, alzó su mano y lo llamó. El lobo, con mirada feroz y paso firme, se acercó, sin temerle a nada. La hechicera al ver su mirada de fuego, quedó prendada y quiso retenerlo para siempre. Él reconoció su soledad y la quiso querer… pero mientras se acercaba, resbaló de un gran precipicio. La hechicera inundó en cólera su corazón al ver que el lobo se alejaba. No se percató de que el lobo rodaba entre piedras y troncos puntiagudos. Y aunque se hubiera percatado, no hubiera cambiado nada. La hechicera sólo lo veía alejarse. Quería poseerlo, quería tenerlo para ella, quería que la sirviera, y si no era para ella, entonces lo detestaría y desearía su muerte. Efectivamente, el lobo caía rápidamente en la dirección contraria. Entonces, enfurecida, la hechicera le lanzó injurias y hechizos de dolor.

Pero el lobo escapó. Siguió caminando, aunque esta vez iba dejando un rostro de sangre. Pues la caída y las injurias lo habían agotado… pero aun herido y mancillado, seguía adelante, y de pronto, cuando el dolor casi apagaba su corazón, apareció junto a él un gran halo de luz que hacía desvanecer la noche.  Alzó su rostro feroz y se encontró con la mirada más hermosa que jamás habría podido imaginar posible. Frente a él se posaba un hada mágica, una que hacía sonrojar a las flores por su hermosura, y palidecer a la luna y al sol ante su luz. El hada volaba en círculos esparciendo polvo de hadas sobre él… pero la visión del lobo era cada vez más tenue. Perdía sangre rápidamente y con ella, se le iba la vida que le quedaba. El hada, al verlo tan malherido, intentó acercarse para curar su cuerpo, pero el lobo aventaba grandes mordidas cada que el hada se acercaba, pues ya sin cordura, imaginaba que aquel ser hermoso de luz era en realidad la hechicera que nuevamente venía a poseerlo. Era un animal agonizante, sin miedo a herir en aquel momento en que sentía que enfrentaba su propio destino de muerte.

Pero el destino tenía otros planes para el lobo. Cuando el hada finalmente se acercó lo suficiente para curar al lobo, este la mordió y alcanzó a arrancarle una de sus alas. El hada cayó inundada de dolor y tristeza, que se convirtieron rápidamente en rabia y rencor. Ella había querido aliviar de sus heridas al lobo y este a cambio la despojó de una de sus alas… Entonces, cuando el animal feroz la vio tendida en el piso, mutilada, ya sin poder levantar vuelo, vio su rostro mágico, sintió su luz, reconoció sus ojos… Sólo entonces se dio cuenta de que había sido ella quien lo había curado…

¿Sabes? Ahora que lo pienso mejor, ya no estoy seguro de que esta historia trate de un lobo… creo que en todo este tiempo, en realidad sí era un colibrí el protagonista en este cuento de hadas. Finalmente, el colibrí se acercó al hada que no podía ya volar. Y quiso acariciarla con el ronroneo de sus alas, pero ésta sólo podía ver a un lobo. Y entre más se acercaba el colibrí, el hada se sentía más amenazada. A veces lo miraba con amor, pues veía frente a ella un ave de finas alas que ronroneaban al mismo tono que las suyas. A veces quería levantarse y volar con el colibrí, bailar con él su danza mágica… pero finalmente, el hada veía en él la figura de un lobo que la amenazaba con mordidas feroces y que le arrancaba un ala. Entonces, el hada se levantó y voló.

El colibrí, todavía doliente, voló tras ella, pero no podía alcanzarla porque todavía sentía su cuerpo herido y pesado. Fue viendo cómo se alejaba el hada mágica, que no dejaba de iluminar con polvo de hadas el bosque.  El corazón del colibrí fue perdiendo poco a poco su fuerza. Su cuerpo lo traicionó. Dejó de funcionar. En ese momento quiso ser lobo… pero ese animal ya no existía. En realidad siempre había sido sólo una pequeña ave con un corazón intenso… el mismo que ahora se apagaba mientras intentaba recuperar el rastro del hada.

Entonces… cuando ya no podía más. El colibrí se dio por vencido. Dejó de seguir aquel rastro de luz y se internó en la noche. No sabía qué hacer. Se sentía derrotado… por el bosque, por el venado, por los enanos, por la hechicera… y también por el hada. Se detuvo en una piedra. Imaginó que todo era diferente. Imaginó que nunca había sido lobo. Imaginó que bailaba con el hada… imaginó que él mismo se cubría de polvo de hada. Entonces sonrió… y cuando terminaba de dibujarse aquella sonrisa, abrió los ojos y vio su obscuridad. Entonces finalmente se rindió y se entregó a la muerte.

¡No! ¡Espera…! No puede terminar así. Se supone que los cuentos de hadas tienen finales felices… No debía terminar así esta historia.  Tiene que haber otra solución.  ¿El colibrí sigue el rastro del hada hasta que la encuentra y ella baila la danza cósmica con él? ¿El hada regresa y lo encuentra a punto de morir y lo salva? ¿El colibrí se convierte ahora sí en lobo y decide vengarse de la hechicera?

No… Ya no recuerdo cómo termina este cuento. Quizá tú puedas encontrarle otro final. Si lo encuentras, no olvides avisarme para que reescriba esta historia.




jueves, 16 de abril de 2020

Eternidad para dos

Decían los antiguos sabios que el mundo no es sino el resultado de una delicada ecuación entre dos polos opuestos y complementarios a la vez, aparentemente contradictorios pero necesarios e inseparables. El baile eterno del sol y la luna, vaivén incansable de dos gigantes celestiales tan diferentes uno del otro como iguales. El primero, serpiente de fuego que da y exige vida, calor intenso y brillo deslumbrante. El segundo, astro de luz blanca, que reina en la noche fría y húmeda. Ambos necesarios y ambos omnipresentes, como la luz y la obscuridad, como el bien y el mal, dos intenciones tan antagónicas cómo necesarias que pierden todo sentido si se conciben solas, aisladas una de otra. 

Así, podríamos reparar en cualquier dimensión de lo real y encontraríamos estas dos fuerzas inseparables: el hombre y la mujer, dos aspectos de la misma esencia, tan distintos como semejantes, necesarios y contradictorios; alegría y tristeza, placer y dolor, salud y enfermedad, y un sinfín de binomios que engañan a la consciencia ingenua, presentándonse como distintos y fragmentados, cuando en realidad son dos pedazos de una misma unidad. Efectivamente, ya desde muy temprano en el gran relato humano, las mentes más perspicaces habrían descubierto y nombrado esta imbatible dualidad: el yin y el yang para los chinos; el âm y el duong, principio de unidad dual, para los vietnamitas; Ianus el de doble rostro entre los antiguos romanos; purusa y prakrti, representaciones de la dualidad entre conciencia y ser, según la tradición Samkhya en el hinduismo; y para no ir tan lejos, aquí mismo en Mesoamérica, el Omeyokan donde habita la divinidad, no era sino la representación de la sagrada dualidad. 

Particularmente, aquellos viejos ixtlamatkeh de antaño, ya habían entendido lo insensato que sería pensar en la existencia independiente de uno de los polos, sin su complemento. Por ejemplo, mientras en otras latitudes y otros tiempos la tierra se habría concebido sólo en femenino, para los nahuas del mundo prehispánico, la tierra era Tlalteuktli y Kowatlikue, señor de la tierra y diosa falda de serpientes, madre y padre a la vez. Y así, para cada esencia habría una dualidad divina fundamental que la sostenía: la muerte era el dominio de Miktlanteuktli y Miktekasiwatl, señor de la región de los muertos y señora de los muertos. También estarían Tonakateuktli y Tonakasiwatl, el señor y la señora de nuestra carne y nuestro sustento, la supervivencia humana dependería inevitablemente de la permanencia de ambas entidades complementarias. Hoy todavía se escuchan entre los cerros y cuevas de las regiones de refugio, aquellas milenarias oraciones a Tlalohkan Tata y Tlalohkan Nana, femenino y masculino interactuando en un constante equilibrio que sostiene al mundo. 

Pero esta dualidad no solo sostiene al mundo, también es el principal motor de la historia, como en su momento apuntó brillantemente la dialéctica de Hegel o la propia inversión materialista que de ella haría Marx. Toda tesis tiene su antítesis. Ambas se relacionan en un juego de fuerzas opuestas e interdependientes que no llevan a la destrucción de una u otra, sino a la superación de ambas en una síntesis. En oriente y occidente, las mentes más brillantes nos mostraron que no hay vida posible si se altera este equilibrio. 

No es pues, sino el dominio del necio aquella creencia que sobreestima un polo sobre el otro; por ejemplo, aquel falso dilema por el cual en un momento aparece el eterno masculino que subyuga y antagoniza lo femenino, construyendo una realidad mutilada en una de sus partes, postulando el mito adánico de la mujer como apéndice del hombre, y construyendo un mundo patriarcal de hombres solipsistas. Pero en otro momento, aparecería igual de ingenua la esencialización virulenta de la mujer como diosa omnipotente, como única salvadora arquetípica y redentora en un mundo dicotómico de maldad masculina y bondad femenina, o incluso como eterna víctima de la tiranía masculina, única doliente posible entre únicos malvados posibles. Y aunque podría parecer absurdo, cuando el pensamiento ingenuo se siente con poder, aun sea solo un pequeño atisbo momentáneo de presunta rebeldia, este puede mutilar la dualidad intentando encumbrar a uno de los polos antagonizando al otro. 

Sin embargo, los opuestos antagónicos no son más que una ilusión, y en realidad no existe la vida en singular. No es posible superar el antagonismo con más antagonismo. Por el contrario, la superación inicia cuando se entiende la complementariedad de los dos lados vitales. Es así como hoy comprendo también que la vida propia no tiene sentido fuera de esta dualidad. Hoy sé que se vive y se permanece vivo precisamente por ese equilibrio constante entre las dos fuerzas fundamentales. Hoy empieza a tener sentido todo el dolor y el sufrimiento porque es precisamente ese dolor el que lleva a la felicidad, aunque haya sido esta la que condujo al dolor en un principio. 

Aunque hoy ya no me es posible distinguir el principio del final porque hoy me doy cuenta de que no hay final necesario. Sólo existe un vaivén constante entre el futuro y el pasado irreales, cuya superación sintética es el presente verdadero. Y mientras en algún momento de ese pasado incoherente, yo no había logrado discernir la alegría de la tristeza, hoy sé que éstas no se pueden distinguir porque en realidad son sólo dos dimensiones de la misma realidad. Hoy sé también que nadie puede ser completamente bueno ni completamente malo, a pesar de cómo se presente a los ojos de uno u otro, o cómo se represente en cada discurso. Es por eso que hoy ya no puedo odiar completamente, pero tampoco habría podido amar como amo si no hubiera habido dolor y odio. 

Hoy me duele el error, pero también sé que el error es una condición necesaria para la construcción de la perfección. Por ello, hoy ya no me queda duda alguna. Hoy puedo estar completamente seguro de que esta vida que vivo es una vida de dos; de que este amor con el que he amado es un amor de dos contrarios pero complementarios; de que este futuro que se está forjando es para dos, y de que este mundo, no es sino un mundo para dos seres idénticamente distintos, pero también distintamente idénticos. Hoy sé que mis ojos tienen su complemento en otros ojos; que mi sonrisa surge plena sólo en dualidad; que mi cuerpo tiene una contraparte con la que puedo hacer música: que mi corazón por sí solo, únicamente puede sentir el mundo a la mitad; y que mi mente sólo brilla realmente cuando danza en armonía con su par, tan distinto pero tan igual. Hoy finalmente entendí que la eternidad sólo existe cuando dos conciencias gemelas saltan de vida en vida construyendo esa eternidad para dos. Y hoy, al fín sé que si no es en esta vida, será en otra, y si no en la que sigue, pero tú y yo siempre seremos tan sólo dos partes de una misma alma en un universo para dos.

jueves, 9 de abril de 2020

Paradoja

Entre calles y avenidas de desesperanza
Avanza aquella enfermedad de muerte
Un instante en una esquina desolada,
Mientras la especie reclama venganza
Lamentos de dolor inundan el ambiente
Una anciana estira su mano ya cansada.
Pero en medio de aquella vil matanza
Encuentro tu sonrisa insurgente...
Tus manos, el amor en tu mirada.
Soy feliz




lunes, 23 de marzo de 2020

El amor y la eternidad

Un instante…
La intersección de incontables pedazos de realidad;
Un trozo de existencia codificado en un tiempo y un espacio específicos,
Expresados en términos de voluntades que oscilan entre vida y muerte,
Entre el amor y el odio, entre lo moral y lo inmoral,
Entre lo sagrado y lo profano.

La eternidad…
El instante verdadero; el instante que no muere, que se rebela,
Desafía lo efímero y lo intrascendente, rebela el todo que conjuga la existencia.
La voluntad de vida deja de ser diferente a la voluntad de muerte.
Toda moralidad pierde sentido.
Sólo queda lo verdadero.

Tú…
Mi instante de vida; algo más que sólo un accidente pasajero,
Una eternidad presente vestida de pasado, atrapada en ese momento concreto.
Sin más temor al equívoco inevitable, escapando a la indiferencia,
Aliento de amor que emana desde lo más profundo del ser y del placer,
Unión de dos vidas conectadas, entrelazadas antes del inicio del tiempo.

Tú… espléndida rebeldía, magnífica e irredimible.
Tú… mi tiempo y espacio, mi esperanza de trascendencia.
Tú… mi alegría y mi dolor, mi virtud y mi pecado, mi fatalidad.
Tú… mi perfección, mi armonía...

Tú…
mi instante,
mi eternidad.

martes, 17 de marzo de 2020

Pamplonada

Todos corren desesperados hacia adelante en un frenesí imparable. Unos van a la vanguardia, otros más atrás, cerca del toro. Unos van riendo, otros asustados. Unos van cantando y otros llorando. No falta aquella persona importante que va sentada en los hombros de algunos otros, y mientras se alza por encima de la multitud, finge un rostro de preocupación para intentar camuflarse en el río de dolientes que ve por debajo de sí. Aunque también hay otros más honestos.  Un par de almas gemelas van tomadas de la mano, esperando que la potencia cinética de la masa no rompa el vínculo que les infunde una ínfima seguridad. Nunca pierden la esperanza.

De pronto un desdichado cae al suelo por tropiezo, o quizá porque alguien lo empujó con dolo, o simplemente por cansancio. Eso nunca nadie lo sabrá… y francamente no interesa. Los más voltean indiferentes, aunque en aquella indolencia se oyen burlas y condenas de patéticas consciencias asustadas. Sombras sin rostro hacen eco de las injurias, creyendo que con ello salvarán su propio pellejo. Antes de caer, el infortunado habría dado su mano a un alma acongojada, pero esta lo ve en el piso y no duda en patearlo para seguir adelante. Insignificante y obnubilada, sonríe creyendo que limpió el camino. Reanuda entonces su marcha mientras estira su mano para tocar un pecho descubierto entre la multitud de otras manos que gozan de la orgía de sangre.

Junto al infortunado que yace en el piso ya con poca esperanza, unos cuantos valientes se detienen un segundo a mostrar su bienintencionada compasión. Enuncian palabras de ánimo fugaz, sinceras pero con miedo. Y reanudan agitadamente la marcha antes de que los embista el toro. Tienen que hacerlo. No hay opción. En menos de diez segundos, todos siguen corriendo hacia adelante. Nadie pone su propio cuerpo para salvar al doliente. La bestia de San Fermín alcanza al caído que no tiene más opción que acurrucarse en posición fetal y esperar sobrevivir la embestida o morir. No es el primero, ni será el último.

En poco rato nadie se acuerda de aquel cuyo cuerpo quedó tirado a mitad del camino. Todo sigue su curso. Las manos de los héroes de la fiesta de Pamplona siguen buscando pieles desnudas que lacerar entre vítores y carcajadas, mientras por detrás, el rastro se va borrando. La calle desierta, después de la estampida, se vacía de multitudes y sólo quedan los cuerpos desechados esparcidos por el piso. Unos fueron de vanguardia y otros de retaguardia... no importa ya. Pamplona se ahoga en su tragicómica crueldad.

viernes, 13 de marzo de 2020

Post mortem

Lo recuerdo claramente, como si apenas hubieran pasado un par de días desde aquella mañana de verano. Navegando en mi ola de cotidianidad, me abrí paso entre rostros diversos, entre expresiones de nerviosismo disimulado y sonrisas de ilusión incierta. En aquel pasillo, tú, tierna, alegre, hermosa. Seguí mi camino. Pasó mi cuerpo en medio de aquel grupo, pero mi alma se desdobló en ese preciso instante.

Después encontré tu mirada... Eterna, dulce y valiente, siguiendo mi rastro desde lejos, buscándome siempre en el mar de rostros indiferentes. Siempre eras tú, omnipresente, majestuosa, única y diferente. Pasaste frente a mí, a mi lado, detrás y dentro de mí. Y supe que eras tú... Siempre tú.

Un día bailé en tus manos y conocí la felicidad. Nuestras almas se reconocieron. Recorrimos caminos de vida entre las sombras de la noche. Llenaste mi alma. Yo te di las notas de mi música y tú me enseñaste la armonía del amor. Nuestras almas se encontraron y se hicieron una.

Pero el mundo se llenó de envidia. No soportó ver nuestra felicidad. Vino el miedo, el dolor y la tristeza... Eterna tristeza que no deja de sabotear mi tranquilidad. Mi amor quedó enterrado entre tanta basura. Te hablé y no me reconocí. Te miré con los ojos de alguien que había robado mi cuerpo. Te escuché decir tantas veces que me querías... Y yo te quise con toda mi alma, pero esta ya no habitaba mi cuerpo. Me vi en el espejo y vi aquello que odiaba. Entonces me vi morir.  Quise escapar pero no pude. Se vació mi vida. La luna desmayó de tristeza mientras mi cuerpo era abusado. 

Pero salí de la tumba. Ya no había razón alguna para no amarte. Sólo quedaba un futuro de felicidad. Ilusiones rebeldes... Planes de contingencia de amor... Pero en ese mismo instante, finalmente desapareciste. Entré en pánico. Inició mi pesadilla. Pero tenía que ser así. No lo acepté. No lo entendí... Pero así tenía que ser... No hay expiación sin dolor.... Y aunque te busqué, te quise y te volví a querer, tú ya no estabas. Encontré cansancio, rencor e indiferencia... Lloré. Busqué un refugio de autocondena y morí...

Hoy... Mientras se va consumiendo lentamente mi cuerpo inerte y sin vida, aparecen en el estupor de muerte, tus ojos que me ven siempre con ternura. Reconozco tu mirada y recuerdo finalmente todas las vidas en que te amé.

lunes, 3 de febrero de 2020

La tristeza

Cuándo la verdad es tildada de mentira
Y el amor es acusado de interés mundano,
La luna deja caer una lágrima
Y la noche pierde su inocencia.

El tiempo, amable y viejo
Borra el dolor y cura el alma
Pero no puede borrar el amor verdadero,
del corazón del sincero enamorado...

Este puede ser ingenuo o trasnochado,
Puede ser insensato o incluso estar equivocado
Pero quien da todo y ofrece su vida
No podría por un instante siquiera imaginarse falso.

Cuándo la verdad es tildada de mentira,
El mundo llora y el universo grita
Sólo queda el vacío del silencio,
Y la maldición de mi tristeza

domingo, 2 de febrero de 2020

Esquizofrenia emocional

"Del al. Schizophrenie, y este 
del gr. σχίζειν schízein 'escindir', 
φρήν, φρενός phrḗn, phrenós 
'mente' y el al. -ie '-ia'. 1. f. Med. 
Grupo de enfermedades"
               (R.A.E.)

Mi corazón en demencia ya no percibe lúcidamente el mundo de lo real. Las buenas noticias me duelen hondo porque llegan cuando ya no puedo sonreír. Las tragedias han perdido su manto de angustia de tanta densidad  y regularidad. Ahora se reducen a una pesada condición de indolencia. Mi llanto y sonrisa se confunden entre si. Ya no distingo el dolor del placer. Parece que dejó de funcionar mi sensibilidad emocional de tanto vaivén sin piedad. Una mañana abro mis ojos con la ilusión de vivir, y la siguiente ya no le encuentro el sentido a la vida. Tengo ilusión y miedo a la vez. Miedo del éxito y del fracaso, miedo a la indiferencia, miedo a la mentira. Soy feliz un instante y al siguiente me hundo en la tristeza. Dudo de mi propia razón. Entonces construyo mi mundo alternativo de fantasías para poder seguir adelante... Dos segundos después me doy cuenta de que aquel mundo es irreal... Cierro mis ojos y agoto mi cuerpo enfermo.  Deseo profundamente que mi mundo ideal exista para siempre... Quiero escuchar música y bailar... Nada se ha perdido...

jueves, 30 de enero de 2020

El amor y la amistad

¿Existe alguna relación entre el amor y la amistad? Algunos dirían sin pensarlo dos veces que la respuesta debe ser una afirmación evidente, no por nada el calendario ha dedicado todo un mes a este enigmático binomio. Y en efecto, el halo espléndido de aquella fecha haría pensar que se trata de una relación incuestionable. Circulan millones de divisas en diversas codificaciones, prodigando cariños de chocolate, en un frenesí de compra y venta de consciencias y voluntades. Las catedrales del consumo se engalanan con corazones de cartón y globos rotulados con las frases de amor más carismáticas que la sociedad del derroche es capaz de articular.  Las redes virtuales se llenan de efímeras disertaciones a favor o en contra de la diada en cuestión, articuladas con pequeños aforismos de plástico, algunos vaticinando noches de amor pasional y otros impulsados por la infortuna del desamor, hilando artimañas para violentar las exhibiciones de amor ajenas. De pronto, tan abruptamente como llegó, el dispendio de capital amoroso y amistoso pasa. La maquinaria se viste de una nueva celebración y la vida continúa sin problematización alguna de la naturaleza detrás de aquel difrasismo de febrero.

Pero no son ese amor y esa amistad los que ocupan el espacio en esta página. Mis palabras tienden a ser arrebatadas y poco elocuentes, las más de las veces carecen de sentido, pero hasta ahora (espero) no llegan todavía a ser de plástico. No gastaría tiempo y pixeles proponiendo uno más de aquellos desgastados adagios plásticos . No… en realidad lo que ocupa el espacio ahora es una duda que me surge del corazón en conflicto, una duda que puede parecer evidente, pero que en la praxis de la experiencia humana, resulta ser tan compleja como la duda filosófica primigenia. Me refiero específicamente a la relación profunda que hay (o no) entre el amor y la amistad, y al enjambre de preguntas que surgen de ella. ¿Qué es exactamente eso a lo que llamamos amor? ¿En qué consiste la amistad? ¿Cuál es la diferencia entre un amigo y un amante (en su acepción más simple de “aquel que ama”)? ¿Hay alguna diferencia entre el amado, el amante y el amoroso? ¿Puede un amigo amar a una amiga (o a otro amigo)? ¿Puede uno ser amigo de quien ama? ¿Se puede transitar del amor a la amistad? ¿Se puede pasar de la amistad al amor?

Tal vez no haya nunca respuestas concretas para estas cuestiones. Tal vez primero desaparezca la humanidad (y con ella el amor y la amistad) antes de que se resuelvan tremendos acertijos.  Pero no por falta de respuestas universales estamos imposibilitados para ensayar una solución práctica. Al amor quizá nunca nadie lo pueda encapsular en una definición única, pues hay tantas maneras de amar, como hay maneras de existir en el mundo.  Para alguien amar significa una semana en la playa, entre el sol y la arena, mientras para otro, amar equivale a esa misma semana en el frío de la montaña.  Para uno amar sería un verbo eternamente conjugado en pasado, mientras que para otro la conjugación estaría siempre en el futuro irreal. Amar puede ser para algunos un discurso lleno de adjetivos pomposos, mientras que para otros puede ser sólo un acto de silencio. Cuando algunos aman horizontalmente, otros lo hacen verticalmente. Mientras algunos ven el amor como un juego de pares exactamente iguales, otros encuentran en los distantes y pronunciados contrastes el mejor espacio para amar… Para algunos, amor es una palabra prohibida, mientras que para otros no es más que la obediencia a la norma y la legalidad. 

¿Y acaso alguien podría decir cuál de todas estas definiciones es la verdadera?  Supongo que cada una tendrá su razón fundamentada para autoproclamarse como “amor”. Pero entonces podríamos llegar a la conclusión de que realmente no existe el amor, pues cuando algo puede ser cualquier cosa, en realidad no es nada.  Quizá sea este el caso, aunque… por un acto de fe, yo me inclino a creer que sí debe existir algo que es común a todas las formas posibles de amar.  Y es que independientemente de su forma, no alcanzo a concebir algún amor que no esté dispuesto a sacrificarse por el otro amado.  En otras palabras, el amor tendría que ser capaz de buscar el bienestar del ser amado, aun por encima del bienestar propio.  Puedo estar equivocado, y probablemente lo esté, pero me parece bello e ideal pensar que para amar, hay que dejar de ser yo, para ser nosotros. Al menos este yo que escribe, no podría amar de otra forma.  Cuando se ama de verdad, se da todo, aun a costa de lo propio, que vale mencionar, no se pierde por causa del sacrificio, sino que se extiende en un acto de sublimación.

Ahora bien, si definir el amor parecía algo complicado, debe ser inmensamente más complejo el problema que implica empezar a pensar aun de manera incipiente alguna definición de la amistad.  Y es que en esta palabra cabe prácticamente todo, desde un encuentro casual a una pareja de vida, desde una compañía académica hasta una compañía pasional, desde un colega hasta un rival.  Amigo puede ser el que atiende diariamente en un café, hasta el que carga a otro en las noches de exceso… de hecho, como es sabido en vox populi, ni siquiera se tiene que ser humano para ser un mejor amigo. Y el problema se complica cuando la amistad se exige o se condiciona.  No alcanza la conciencia humana a entender a ciencia cierta qué es eso que da contenido y esencia a la amistad, pero a alguno o alguna se le ocurre natural exigir pruebas contundentes de ella. Se llega incluso hasta condenar y declarar non grata a una antigua amistad cuando esta no cumple con ciertas exigencias particulares. En efecto, en este rubro, considero que no tenemos mucha esperanza en términos de la proposición de una definición.

Pero yendo más allá de las definiciones… lo que me ha causado más conflicto aun es la relación que pueda existir entre una y otra realidad. ¿Cómo se pasa de lo primero a lo segundo? ¿Cómo se deja de amar para iniciar una amistad? ¿Qué significa ser amigo cuando se hubo amado? ¿Puede uno vivir enamorado de un amigo o de una amiga? ¿Puede uno ser amigo de quien vive amándolo? ¿Es posible reprimir el amor cuando así se amerita, y convertirlo forzadamente en amistad? Y todavía más preocupante… ¿Es posible no ser amigo o amiga de alguien a quien se amó? ¿Existe alguna situación que amerite reprimir el amor?

Me recuerdo hace poco pensando en este problema, y sufriendo realmente con un pensamiento que me dañaba el alma entonces, como lo sigue haciendo ahora… Me preguntaba en aquel instante, ¿cómo es posible que se pueda pasar tan fácilmente del amor al odio? No lo entiendo… ¿Cómo es posible que alguien un día se sorprenda queriendo lastimar y hacer daño a otro alguien a quien en un tiempo previo amó o de quien fue amado? Podría pensarse que se trata sólo de una cuestión ociosa, pero uno se sorprendería al ver la cantidad de casos que inician con amor y terminan en odio.  Es verdaderamente triste ver cómo más que la excepción, se trata de la norma.  El desamor deviene en rencor, en reproche, en culpa y en demás preámbulos a la intención de dañar, y en casi la totalidad de los casos, todo se origina en una comunicación deficiente y corrupta, así como en suposiciones e interpretaciones sesgadas por falta de mecanismos de traducción entre los mundos diversos de la subjetividad humana... Algunos dirían por falta de competencia intercultural o intersubjetiva. En aquel entonces (como hoy) realmente me robaba el sueño este problema y me preguntaba por qué tendría que ser siempre necesario terminar el amor con rencor y con odio. Por qué parecería tan difícil terminar el amor en libertad, en gratitud y en cariño… y sobre todo en amistad.  Si algo empezó con ilusión, cariño y amistad, ¿por qué no puede también terminar con ilusión, cariño y amistad? Si es que hubo amor, ¿por qué no pasar de la indiferencia a la consideración? ¿De la antipatía a la empatía?

Y con esto regresamos a la paradoja del amor que para dejar de existir se transforma en amistad o simplemente no se transforma y desaparece en el dolor y en el olvido. Yo en estos temas, me declaro indocto, y francamente inhabilitado en términos prácticos, pero no por ello dejo de tener una intuición incipiente, que sospecho más bien puede ser una ilusión... una que me dice que ambos, amor y amistad, en realidad deberían ser una misma cosa.  Sin embargo, cuando estos se vuelven polos opuestos irreconciliables… tengo la esperanza de que no se vistan de antagónía y autodestrucción. Ante la disyuntiva de la disección irreconciliable, yo deseo en el alma la supervivencia de uno sobre el otro.  Así, la superación dialéctica de la esperanza de amor eterno, será siempre la amistad eterna. La ontología del amor incondicional, se convierte en la fenomenología de la amistad incondicional, con todo y el mismo adjetivo. Y no quiero decir con esto que deban separarse ambas realidades. Yo, como soy idealista, defiendo la máxima que postula al amor eterno y a la amistad incondicional como una unidad solida o inseparable. Sin embargo, en un espíritu pragmático, intento desesperadamente desdoblarlos en mi rostro y corazón... Es posible... pero aun así, no podría nunca prescindir de los dos polos del binomio a la vez. Tendría que abrazar al menos uno de los dos elementos... amor y/o amistad... Destruir ambos sería como destruir toda esperanza en la humanidad.

lunes, 27 de enero de 2020

Paseo dominical

Ayer caminé por la ciudad... Hacía ya algún tiempo que no salía de este encierro emocional tan pesado e indolente. Y es que por la mañana, cuando aun no despertaba, una voz tierna y dulce me conminó a salir al mundo a contagiarme un poco de la alegría de un domingo de invierno. No sin algo de pesar, salí a reconocer mi vida nuevamente, tomado de la mano de un alma pura y hermosa. Caminamos por calles de adoquín y losa, entre el ajetreo de hordas de turistas que parecen andar sin rumbo fijo como hormigas que desvían su trayectoria al chocar unas con otras en un caos interminable.  Así también nosotros nos unimos al frenesí dominical, como viajantes ingenuos, maravillados por escenas extrañas y familiares a la vez.

De pronto nos encontramos al interior de una caseta telefónica al más puro estilo de la British Telephone Company, junto a nosotros un par de jardineras cubiertas de mozaico y flores, y una madre amamantando a un bebé. Así, parado en la calle peatonal, entre sillas y vitrinas exteriores, no pude evitar confundirme con un personaje salido del "Café de noche en París" de Van Gogh.  Pasamos después por puentes coloniales, desde los cuales pude ver la ciudad espléndida con un fondo blanco de volcan helado, como gigante que observa silencioso lo insignificante de nuestra cotidianeidad urbana.  Bajamos por el elevador de cristal, hasta llegar al río en donde a pesar de ser algo ya sabido, nuevamente nos acongojamos del cautiverio animal vuelto mercancía en este absurdo capitalismo mágico.

Caminando por el río entre murales y pequeños barcos de hojas secas, vi a lo lejos aquella mano gigante que alguna vez nos vio reir por la noche. Como una vieja conocida, me saludó en la distancia mientras me preguntaba por ti, y yo, sin saber qué decir, volteé la mirada y seguí caminando para no regresar a mi prisión de nostalgia. Ya en la vía del tren, un convoy de carga rodó entre durmientes antiguos y estructuras al vacío, por el mismo abismo en donde alguna vez tú y yo vencimos el miedo. Así, entre vías carcomidas y veredas derruídas, pasamos por áreas poco conocidas, vimos desechos industriales contaminando el agua, mientras manchaban de vergüenza la buena reputación del municipio; pasamos por cascadas discretas y parques de ahuehuetes olvidados, y en cada paraje siempre estabas tú.

Así, transcurrió aquel paseo dominical, hasta que llegamos a un pretendido santuario de mariposas que no tenía mariposas, y a una reserva que no tenía nada en reserva. Entramos pues a un recinto de orquideas y plantas carnivoras que devoraban la hipocresía de los turistas, mientras estos las convertían en postales digitales de bolsillo. Pasamos por puentes orientales y estatuas de piedra junto a remedos de estelas prehispánicas, que no por falsas dejaban de causar asombro.  Y en eso estaba, cuando finalmente descubrí algo en lo que no había reparado necesariamente...  A pesar de que siempre lo había sabido, no lo había entendido a profundidad.  Me di cuenta de que fui feliz. Supe nuevamente que era feliz.

Y sabes, mientras yo era feliz, no hubo un minuto en que no estuvieras ahí.  Estuviste siempre a mi lado, caminando junto a mí.  Estuviste conmigo en una banca debajo del puente. Estuviste del otro lado del texto. Estuviste en la vía, y en la calle de adoquín, sentada en la jardinera frente al teatro. Eras tú. Estabas en la plaza, y en aquel paisaje del impresionismo francés. En aquella esquina opaca por la niebla. Siempre tú.  Y sabes... fui feliz, porque estabas ahí, y ahora a pesar de mi tristeza, soy feliz también, por saber que estuviste ahí, y que sigues aquí, pues ahora la ciudad tiene otro color. Cada calle, cada rincón, tiene impreso tu rostro... y si no queda nada, lo único que permanece eres tú.  Y por ello te agradezco... por ser, por estar, por haber estado, pero sobre todo, por mirarme como me miraste, porque aun con tanta belleza que existe en el mundo, son muy pocos los que han tenido la suerte de encontrarse con ojos como los tuyos. Y yo los encontré... o me encontraron ellos a mi, no lo sé. Pero me miraron, y fui feliz.

viernes, 24 de enero de 2020

J'ai besoin de toi

J'ai besoin de toi. Comme un naïf qui ne connait pas de la vie, si tu n'es pas ici, je me sent perdu. J'ai besoin de la lumière de ton regard. J'ai besoin de tes yeux pour me sentir vivant. Parce qu'ils sont comme deux soleils qui ont allumé ce qui restait de ma vie.

Comme un fou qui a perdu la raison, je vois ta silhouette partout. Dans la rue qui nous a vu passer à la nuit, dans le coin où nous avons rêvé le monde un jour. J'ai besoin de ta présence, comme l'air qui est nécessaire pour respirer.

Je ne veux pas cette vie sans toi. Il n'y a pas de sens, si je ne peux plus écouter ta voix. J'ai besoin de dire ton nomme, comme une medicine qui fixe mon coeur malad. J'ai besoin de toi, parce que c'est toi qui a habité toujours dans mes rêves... parce que je n'avais jamais aimé comme ça.

J'ai besoin de toi... Mais si tu ne m'aimes pas, je garderai cet amour silencieux pendant des années dans ce qui reste de mon espoir blessé, et je calmerai lentement ma douleur avec morceux des mots, solitaires, écrits dans le vide, sans signification évident... des mots qui mon coeur seulement peut comprendre.

martes, 21 de enero de 2020

De inclusión y rebeldía


Hoy, lejos de mi cada vez más distante cotidianeidad, en aquel recinto sagrado del saber, todavía algo desvelado por el viaje y por mis noches de nostalgia eterna, intentaba asimilar palabras en otro idioma, en otro código, que me hablaban de conceptos tan aparentemente familiares, pero llenos de contenidos extraños e incluso hostiles. Hablaba el experto en turno de inclusión y desarrollo, de diversidades armónicas que entretejen mundos de diferentes colores, tamaños y formas, formando un crisol de historias que coexisten en insólita armonía.  ¡Excelente! Un mundo de minorías que hacen fila en la ventanilla de la inclusión; un mundo de pluralidades sacralizadas que se transforman en discursos de éxito, de emprendimiento e innovación.

En un mundo superfluo, sólo cabrían en aquel discurso los aplausos y la celebración de las conciencias redimidas.  No obstante, en mi mundo rebelde, poco a poco se fue revelando un viejo paradigma conocido y desgastado, pero no por ello menos feroz.  Como un león que acecha detrás de la escena en que descansa su presa, así fue apareciendo ese discurso devastador, intentando burlar el filtro humanista de la crítica pensante.  Aquel séquito de mentes brillantes había intencionalmente omitido el “para qué” de la inclusión que estaba sobre la mesa. Mientras ésta se presentaba como la panacea de moda frente a los grandes problemas de la vida, de ninguna manera valía en aquel momento preguntar la motivación de aquella solución.

Incluir, sí… integrar, recibir en el seno de un estado de cosas, a aquellos que habrían sido marginados.  La diversidad, por siglos combatida y acallada, ahora aparecía en una imperante necesidad de ser utilizada para el buen funcionamiento de algo que ya no funciona.  Aquel discurso hablaba de la inclusión de jóvenes excluidos, de migrantes y refugiados, de otros con capacidades dispares o fuera de la norma, y de todos aquellos cuyas existencias fueron de alguna manera puestas en contradicción ontológica con el Ser de letra mayúscula. Pero la inclusión anfitriona en aquellas reflexiones llamaba a ser parte de una existencia cuya esencia es fundamentalmente desigual. Incluir al excluido en el engranaje de la misma máquina que lo excluye. ¡Sí, esa era la premisa de fondo! Una especie de "nostalgia imperialista" como decía Rosaldo... Al final aparecía ya sin ambages el contenido claro de aquel discurso: incluir al esclavo para que siga siendo esclavo...

Aquella inclusión instrumentalizada sería precisamente la mayor explotación de esas diversidades. ¡Incluir para explotar! ¡Integrar para desechar! Como aquel desdichado que es obligado a punta de cañón a cavar su propia tumba, así también se revelaba un estado del Ser que llamaba al Otro a integrarse al Ser para poder ser desechado.  Por supuesto, no fue así como se enunció en aquella mesa… De ninguna manera. En aquel discurso se hablaba de incluir para incrementar los beneficios económicos, el crecimiento y el desarrollo. Sí, usar la diversidad para aumentar la ganancia... ¡Tal como se escucha! Y el discurso en aquella sala aparecía blindado ante la crítica. Ningún cuestionamiento sería válido, pues todos sabemos que ya está pasada de moda (y de época) la noción de explotación obrera, o la de clase social y pobreza. Hoy tendríamos que cambiar el adjetivo “obrero” para empezar a pensar en “explotación inclusiva” o “explotación diversa”.  ¡Otra vez el mundo al revés!

Y cuando al final ya no pude contener mi rebeldía (o incluso mi locura), lancé un feroz ataque de nubes de colores. Hablé de felicidad y del sentido de la vida, del arte y el derecho a la alegría, de la dignidad humana. Hablé de los valores sublimes del ser y de su irreconciliable antagonismo con aquellas fórmulas de inclusión basadas en la acumulación y la devastación.  Mientras tanto, el letrado me veía con ojos de desdén y me condenaba a la irrelevancia. ¡Tenemos que bajar de la nube! …dijo finalmente el policía bueno. Está bien hablar de conceptos sublimes, pero en el mundo real hay que hacer dinero.  Está bien la dignidad humana, pero si no impacta en el producto per cápita y en el otro producto un poco más bruto, entonces sólo son fantasías en las nubes… Pero yo seguí hablando del amor, y nunca bajé de la nube.

Fue entonces cuando me di cuenta de que yo no quepo (y nunca he cabido) en el mundo real, en aquel que se autonombra verdadero.  En ese mundo pragmático e instrumentalizado, en donde cada quien tiene su espacio en la jerarquía y debe saber cuándo agachar la cabeza y cuándo levantar la voz ante el más débil.  No… nunca supe hacer eso. Yo creo en la dignidad humana. Creo en el valor de uso más que en el de cambio, y en el valor intrínseco más que en el de uso. Creo en la lealtad y en la verdad, pero sobre todo, creo en el amor…  Mientras otros hablan desde púlpitos de aristocracia, a mí me hace temblar la noción misma de que alguien pueda valer más, o menos, por su raza o género, por su clase o por su edad.  El valor humano no se mide con credenciales, sino en esencias.  El valor de la vida no se mide tampoco en discursos impecables o en razonamientos lúcidos e informados.  En mi mundo lo que vale es una mirada y una sonrisa verdadera, aquellas que emanan desde el fondo de la belleza del corazón humano, así con todas sus impurezas e imperfecciones. Ingenuo, puede ser… pero me rehuso vehementemente a dejar de creer en la equidistancia que existe entre todas las formas de existencia. Me rehuso a dejar de creer intensamente en el amor. "Muero como viví" cantaba Silvio. Así también, yo muero en mi cárcel de idealismo y de esperanza.  Y no estoy dispuesto a bajar de la nube, a dejar de combatir al mago Frestón, como lo hizo el Caballero de la Triste Figura… hasta su último aliento.  No podría dejar mi idealismo, porque el día en que deje de creer en el amor, en la verdad y en la justicia…  ese día habré sido fatídicamente derrotado.

Monólogo solipsista

(con fatiga emocional)


Hay días en que lo absurdo se vuelve insostenible.  El aire se torna cada vez más denso y pesa incluso respirar.  Sí… días en que el mundo se esconde avergonzado del dolor que emana de su vientre.  Siglos de historia se caen en pedazos, cuando el compañero milenario declara muerta su herencia.  Vende la majestuosa esencia de su estirpe por pedazos de dinero carcomido.  Hombres con discursos faustos claman libertad mientras pronuncian condenas de ignominia que laceran pueblos enteros. Mujeres disfrazadas de justicieras matan sin piedad lo poco que nos queda de humanidad, enarbolando una efímera y traicionera dignidad. Un niño asesina a su maestra, mientras la máquina industrial empaca en pequeñas cajas de cartón los instrumentos que entrenan a otros niños para matar. Suenan los tambores de la guerra mientras la masa de espectadores aplaude y se burla entre bromas de dolor humano.

¡Ten cuidado! Nada es lo que parece ser en esta trágica comedia que llamamos vida.  No creas lo que ves, ni tampoco veas sólo aquello en lo que crees.  Desconfía del aroma dulce de yerbas que embriagan mientras te secan el alma, pues justo en ese momento, cuando ríes y bailas, algo muere dentro de ti y dentro de mí. No creas verdadero eso que parece acontecer frente a tus ojos; niños que corren en asfalto, intentando alcanzar un pedazo de miseria piadosa revestida de festividad; pies rotos por el castigo obligado de la lucha diaria por la vida, mientras el capital calma su conciencia con juguetes de plástico barato vestidos de historias mágicas de antaño; mujeres acalladas que desaparecen entre hombres sintéticos de rostros bellos y corazones obscuros.

Cuídate de las palabras vacías de amor que hacen pasar por traición al amor verdadero y calumnian la lealtad sublime de quien entrega su corazón.  Intenta reconocer aquellos rostros cercanos que hoy se convierten en espías a sueldo, buscando someter voluntades ajenas, encadenándolas a dogmas gastados de miedo a la libertad.  Así, entre compañeros y amigos que caminan con el ego amenazado, podrás reconocer el engaño verdadero.  De nada valen la nobleza y el amor en este circo sin sentido.  Se humilla el justo y se enaltece el altanero. No queda vestigio de piedad alguna en aquellos que juegan a la vida.  Un error y cambia el mundo todo, hundido en infamia y en deshonra, mientras la mentira y el dolor se declaran triunfantes ante una prolongada ausencia.  Llego al límite de lo absurdo y me cuesta cada vez más trabajo respirar…

Hay días en que nada es lo que creo que es.  Ya no alcanzo a distinguir lo verdadero de lo falso.  Lo que creí justo se derrumba en una condena. Lo que creí verdadero se seca en soledad… mientras tanto, mi pequeño mundo se quema por hectáreas en tanto la posibilidad misma de mi vida se vuelve incierta.  La sola idea de amar en este caos aparece bruta e ingenua. Pero aun en medio de la barbarie humana, intento buscar una voz lejana… sólo para quedar atrapado eternamente en mi monólogo de soledad. Vuelvo a la realidad, fría e inhumana... no hay nada más allá de mi voz. No hay vida, no hay cariño… sólo queda la resignación.

sábado, 18 de enero de 2020

Una noche como hoy

En una noche como hoy, mi casa debería tener un leve aroma a té de frutas con azúcar, mezclado con un poco de olor a vinagre de arroz japonés… En el fondo una canción de suaves tonos sostenidos, mezclada con ruidos de calle principal y lluvia… Y yo, escondido entre una película italiana y un par de sábanas con olor a ti, descubriendo mi felicidad en tus ojos…

martes, 7 de enero de 2020

A wish

If you could have one wish come true, what would it be?

I wish for...

A world...
A world where love is
A world where love is more than the treasure of innocence
A world where love is an eternal promise of truth
A world where love is the eternal thought of you
A world where love is an eternal presence
A world where love is not only a game of flesh
A world where love is not a lie in your body
A world where love is not leisure of the wretched
A world where love is not monopoly of the gifted
A world where love is not a tale of distant lovers
A world where love is not afraid of hurt
A world where love is not afraid of time
A world where love is not as false as god
A world where love is not property of the propertied
A world where love is stronger than appearance
A world where love is not punished by the loved 
A world where love is brave and courageous
A world where love is and fear is not
A world where love is and money is not
A world where money is not what love is
A world where money cannot defeat a lover's sentiment
A world where money cannot be blackmail for the heart
A world where money is the nightmare of prehistory
A world where money is not a word in any language
A world where money is not a premise for your liberty
A world where liberty is the substance of your life
A world where liberty is unscathed love
A world where liberty is love
A world where love is truth
A world where truth is just
A world where love is just
A world where love is just what you are
A world where love is you
A world with you
A world with you and me
A world with you and me forever
A world with you and me together
A world with you and me in love
                       
                    That's my wish.

sábado, 4 de enero de 2020

Kuawmayotl (La Rama)

VERSO 1:

Yi oahsikoh kuawmayotl
Ximokuanextikan
Kampa nikan chanti 
se kualtlakatzintli

Chanti kualtlakatzin
Iwan se tekiwah
Ika anmomawisotzin
Axan ma nipewa

CORO:
Naranjas y limas
Limas y limones
Tlen kualtzin tonantzin
San kemin xochimeh

VERSO 2:

Sakatzin xoxowik
Ompa kan awaxtlan
Ximotlakentikan
Nikan tlaseseya

Ipan tlahkoyowak
Se kaxtil tlakuika
Kihtowa yi oneski
Temakixtikatzin

SALIDA:

Omiyotl kipia itlan, san se itlan!
Mikilis kipia ome...
Techmakakan tzopeliktzin, tzopeliktzin
Ma pakikan piltonmeh.

DESPEDIDA 1:

Axan ma tiwian, otimopakiltihkeh,
Pampa nikan kualli otechwalselihkeh

DESPEDIDA 2:

Axan ma tiwian, otimoyolkokohkeh,
Pampa nikan amo otechnapalohkeh.