Textos por categorías

martes, 17 de marzo de 2020

Pamplonada

Todos corren desesperados hacia adelante en un frenesí imparable. Unos van a la vanguardia, otros más atrás, cerca del toro. Unos van riendo, otros asustados. Unos van cantando y otros llorando. No falta aquella persona importante que va sentada en los hombros de algunos otros, y mientras se alza por encima de la multitud, finge un rostro de preocupación para intentar camuflarse en el río de dolientes que ve por debajo de sí. Aunque también hay otros más honestos.  Un par de almas gemelas van tomadas de la mano, esperando que la potencia cinética de la masa no rompa el vínculo que les infunde una ínfima seguridad. Nunca pierden la esperanza.

De pronto un desdichado cae al suelo por tropiezo, o quizá porque alguien lo empujó con dolo, o simplemente por cansancio. Eso nunca nadie lo sabrá… y francamente no interesa. Los más voltean indiferentes, aunque en aquella indolencia se oyen burlas y condenas de patéticas consciencias asustadas. Sombras sin rostro hacen eco de las injurias, creyendo que con ello salvarán su propio pellejo. Antes de caer, el infortunado habría dado su mano a un alma acongojada, pero esta lo ve en el piso y no duda en patearlo para seguir adelante. Insignificante y obnubilada, sonríe creyendo que limpió el camino. Reanuda entonces su marcha mientras estira su mano para tocar un pecho descubierto entre la multitud de otras manos que gozan de la orgía de sangre.

Junto al infortunado que yace en el piso ya con poca esperanza, unos cuantos valientes se detienen un segundo a mostrar su bienintencionada compasión. Enuncian palabras de ánimo fugaz, sinceras pero con miedo. Y reanudan agitadamente la marcha antes de que los embista el toro. Tienen que hacerlo. No hay opción. En menos de diez segundos, todos siguen corriendo hacia adelante. Nadie pone su propio cuerpo para salvar al doliente. La bestia de San Fermín alcanza al caído que no tiene más opción que acurrucarse en posición fetal y esperar sobrevivir la embestida o morir. No es el primero, ni será el último.

En poco rato nadie se acuerda de aquel cuyo cuerpo quedó tirado a mitad del camino. Todo sigue su curso. Las manos de los héroes de la fiesta de Pamplona siguen buscando pieles desnudas que lacerar entre vítores y carcajadas, mientras por detrás, el rastro se va borrando. La calle desierta, después de la estampida, se vacía de multitudes y sólo quedan los cuerpos desechados esparcidos por el piso. Unos fueron de vanguardia y otros de retaguardia... no importa ya. Pamplona se ahoga en su tragicómica crueldad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario