Después encontré tu mirada... Eterna, dulce y valiente, siguiendo mi rastro desde lejos, buscándome siempre en el mar de rostros indiferentes. Siempre eras tú, omnipresente, majestuosa, única y diferente. Pasaste frente a mí, a mi lado, detrás y dentro de mí. Y supe que eras tú... Siempre tú.
Un día bailé en tus manos y conocí la felicidad. Nuestras almas se reconocieron. Recorrimos caminos de vida entre las sombras de la noche. Llenaste mi alma. Yo te di las notas de mi música y tú me enseñaste la armonía del amor. Nuestras almas se encontraron y se hicieron una.
Pero el mundo se llenó de envidia. No soportó ver nuestra felicidad. Vino el miedo, el dolor y la tristeza... Eterna tristeza que no deja de sabotear mi tranquilidad. Mi amor quedó enterrado entre tanta basura. Te hablé y no me reconocí. Te miré con los ojos de alguien que había robado mi cuerpo. Te escuché decir tantas veces que me querías... Y yo te quise con toda mi alma, pero esta ya no habitaba mi cuerpo. Me vi en el espejo y vi aquello que odiaba. Entonces me vi morir. Quise escapar pero no pude. Se vació mi vida. La luna desmayó de tristeza mientras mi cuerpo era abusado.
Pero salí de la tumba. Ya no había razón alguna para no amarte. Sólo quedaba un futuro de felicidad. Ilusiones rebeldes... Planes de contingencia de amor... Pero en ese mismo instante, finalmente desapareciste. Entré en pánico. Inició mi pesadilla. Pero tenía que ser así. No lo acepté. No lo entendí... Pero así tenía que ser... No hay expiación sin dolor.... Y aunque te busqué, te quise y te volví a querer, tú ya no estabas. Encontré cansancio, rencor e indiferencia... Lloré. Busqué un refugio de autocondena y morí...
Hoy... Mientras se va consumiendo lentamente mi cuerpo inerte y sin vida, aparecen en el estupor de muerte, tus ojos que me ven siempre con ternura. Reconozco tu mirada y recuerdo finalmente todas las vidas en que te amé.
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