- Dime, mi niño.
- ¿De dónde son estas hojas?
- Son hojas de maple. Las recogí un día en otoño, mientras caminaba por algunas calles frías, con desconocidos que sabían mi nombre, en una tierra no tan desconocida.
- Son muy bonitas… aunque ya están secas. ¿Puedo jugar con ellas?
- Claro.
- ¿Puedo construir un barco?
- Puedes hacer muchas cosas con esas hojas. Sólo tienes que usar tu imaginación.
- ¿Sabes papá? La imaginación es muy poderosa.
- Así es, mi hermoso niño. La imaginación es el mejor regalo que recibimos los hombres y las mujeres. Con ella, todo es posible. Puedes comer los platillos más exquisitos que jamás nadie haya probado, como un suculento guisado de carne de pterodáctilo, o un exquisito omelette de huevo de braquiosaurio.
- No creo que sepa muy rica la carne de pterodáctilo.
- No lo sé… Tendríamos que probarla para saberlo. Por ahora, mejor nos comemos este rico omelette hecho con huevos de gallina.
- ¿Qué más puedo hacer con mi imaginación, papá?
- Hmm… También puedes viajar sin tener que gastar un solo centavo.
- ¿De verdad? ¿Podemos viajar a otro país usando la imaginación?
- ¡Por supuesto! ¿Recuerdas aquella vez cuando nos subimos a un transatlántico a Londres, junto con Phileas Fogg y Passepartout? ¿O cuando escalamos el Monte Sneffels con el Profesor Lidenbrock y su sobrino Axel?
- Sí lo recuerdo. ¡Fue muy divertido! Tuvimos que salir disparados por la lava de una erupción volcánica. Si no, nunca hubiéramos encontrado la salida… También me acuerdo cuando andábamos perdidos en Grecia. ¿Te acuerdas que le ayudamos a Odiseo a escapar de la cueva del Cíclope? ¡Fue bastante gracioso cuando dijo que él era ‘Nadie’!
- ¡Por poco y nos atrapa! La imaginación, mi niño, puede ser muy divertida.
- …pero también puede ser muy espantosa. ¿Recuerdas cuando luchamos contra el Kraken? Casi me arranca una pierna el cefalópodo que se llevó al marinero del Nautilus… o cuando descubrimos a Jimmy en La Española, escondido en un baúl para que no lo vieran los piratas. Tenía mucho miedo...
- Sí… pero el miedo se vence. Al final, valió la pena. ¡Encontramos nuestro tesoro!
- Es verdad... pero también me espanté un poco cuando le dieron de palazos a Don Quijote en la Taberna. Lo bueno es que Sancho llevaba una pócima que les curaba las heridas muy rápido. ¿Te acuerdas?
- Sí, cómo no me voy a acordar. Si yo quisiera tener esa pócima ahorita mismo.
- Papá… mejor ya no voy a hacer un barco. Prefiero construir una nave como el Nautilus.
- ¡Excelente idea! ¿Y va a tener una biblioteca tan grande como la que guardaba los libros del Capitán Nemo?
- Sí… va a ser igual de bonita… y muy poderosa. Pero… ¿Y si se rompe mi nave? Estas hojas están muy secas y parece que se van quebrar cuando las doblo.
- Es verdad. Tienes que tener mucho cuidado.
- No quiero que se rompa, papá. Ayúdame a guardarlo.
- Yo no lo puedo guardar por ti. Tu nave es algo muy preciado para ti… surgió de tu imaginación. Vive en tu mundo interior. Eres tú quien tiene que cuidarla. Es como… el país de Nunca Jamás. Todos los niños tienen un país de Nunca Jamás. ¿Recuerdas? Cada niño puede volar y vivir sus propias aventuras de piratas y sirenas, pero también cada niño tiene la responsabilidad de cuidar a sus propios niños perdidos… y a sus propias naves.
- Pero papá… No quiero que se rompa mi nave.
- A veces, mi niño, hay cosas que queremos mucho que son demasiado frágiles. Con cualquier tensión pueden desmoronarse… una simple caricia dada con torpeza puede estropear eso que te es tan preciado. Una palabra mal dicha, o un silencio en un momento de inseguridad, puede hacer que se empiece a fracturar una ilusión. Por eso, si hay algo que de verdad quieres, tienes que cuidarlo mucho. Yo mismo he perdido muchas cosas que quería, por no haberme dado cuenta de que eran frágiles.
- Papá… voy a cuidar mi nave.
- Me alegra escuchar eso.
- Y tú… también tienes que cuidar las cosas que quieres.
- Yo nunca más voy a dejar que un descuido lastime la fragilidad de aquello que está en mi corazón.
- Papá…
- Dime, ni niño.
- Yo te voy a cuidar a ti.
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