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lunes, 27 de enero de 2020

Paseo dominical

Ayer caminé por la ciudad... Hacía ya algún tiempo que no salía de este encierro emocional tan pesado e indolente. Y es que por la mañana, cuando aun no despertaba, una voz tierna y dulce me conminó a salir al mundo a contagiarme un poco de la alegría de un domingo de invierno. No sin algo de pesar, salí a reconocer mi vida nuevamente, tomado de la mano de un alma pura y hermosa. Caminamos por calles de adoquín y losa, entre el ajetreo de hordas de turistas que parecen andar sin rumbo fijo como hormigas que desvían su trayectoria al chocar unas con otras en un caos interminable.  Así también nosotros nos unimos al frenesí dominical, como viajantes ingenuos, maravillados por escenas extrañas y familiares a la vez.

De pronto nos encontramos al interior de una caseta telefónica al más puro estilo de la British Telephone Company, junto a nosotros un par de jardineras cubiertas de mozaico y flores, y una madre amamantando a un bebé. Así, parado en la calle peatonal, entre sillas y vitrinas exteriores, no pude evitar confundirme con un personaje salido del "Café de noche en París" de Van Gogh.  Pasamos después por puentes coloniales, desde los cuales pude ver la ciudad espléndida con un fondo blanco de volcan helado, como gigante que observa silencioso lo insignificante de nuestra cotidianeidad urbana.  Bajamos por el elevador de cristal, hasta llegar al río en donde a pesar de ser algo ya sabido, nuevamente nos acongojamos del cautiverio animal vuelto mercancía en este absurdo capitalismo mágico.

Caminando por el río entre murales y pequeños barcos de hojas secas, vi a lo lejos aquella mano gigante que alguna vez nos vio reir por la noche. Como una vieja conocida, me saludó en la distancia mientras me preguntaba por ti, y yo, sin saber qué decir, volteé la mirada y seguí caminando para no regresar a mi prisión de nostalgia. Ya en la vía del tren, un convoy de carga rodó entre durmientes antiguos y estructuras al vacío, por el mismo abismo en donde alguna vez tú y yo vencimos el miedo. Así, entre vías carcomidas y veredas derruídas, pasamos por áreas poco conocidas, vimos desechos industriales contaminando el agua, mientras manchaban de vergüenza la buena reputación del municipio; pasamos por cascadas discretas y parques de ahuehuetes olvidados, y en cada paraje siempre estabas tú.

Así, transcurrió aquel paseo dominical, hasta que llegamos a un pretendido santuario de mariposas que no tenía mariposas, y a una reserva que no tenía nada en reserva. Entramos pues a un recinto de orquideas y plantas carnivoras que devoraban la hipocresía de los turistas, mientras estos las convertían en postales digitales de bolsillo. Pasamos por puentes orientales y estatuas de piedra junto a remedos de estelas prehispánicas, que no por falsas dejaban de causar asombro.  Y en eso estaba, cuando finalmente descubrí algo en lo que no había reparado necesariamente...  A pesar de que siempre lo había sabido, no lo había entendido a profundidad.  Me di cuenta de que fui feliz. Supe nuevamente que era feliz.

Y sabes, mientras yo era feliz, no hubo un minuto en que no estuvieras ahí.  Estuviste siempre a mi lado, caminando junto a mí.  Estuviste conmigo en una banca debajo del puente. Estuviste del otro lado del texto. Estuviste en la vía, y en la calle de adoquín, sentada en la jardinera frente al teatro. Eras tú. Estabas en la plaza, y en aquel paisaje del impresionismo francés. En aquella esquina opaca por la niebla. Siempre tú.  Y sabes... fui feliz, porque estabas ahí, y ahora a pesar de mi tristeza, soy feliz también, por saber que estuviste ahí, y que sigues aquí, pues ahora la ciudad tiene otro color. Cada calle, cada rincón, tiene impreso tu rostro... y si no queda nada, lo único que permanece eres tú.  Y por ello te agradezco... por ser, por estar, por haber estado, pero sobre todo, por mirarme como me miraste, porque aun con tanta belleza que existe en el mundo, son muy pocos los que han tenido la suerte de encontrarse con ojos como los tuyos. Y yo los encontré... o me encontraron ellos a mi, no lo sé. Pero me miraron, y fui feliz.

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