Decían los antiguos sabios que el mundo no es sino el resultado de una delicada ecuación entre dos polos opuestos y complementarios a la vez, aparentemente contradictorios pero necesarios e inseparables. El baile eterno del sol y la luna, vaivén incansable de dos gigantes celestiales tan diferentes uno del otro como iguales. El primero, serpiente de fuego que da y exige vida, calor intenso y brillo deslumbrante. El segundo, astro de luz blanca, que reina en la noche fría y húmeda. Ambos necesarios y ambos omnipresentes, como la luz y la obscuridad, como el bien y el mal, dos intenciones tan antagónicas cómo necesarias que pierden todo sentido si se conciben solas, aisladas una de otra.
Así, podríamos reparar en cualquier dimensión de lo real y encontraríamos estas dos fuerzas inseparables: el hombre y la mujer, dos aspectos de la misma esencia, tan distintos como semejantes, necesarios y contradictorios; alegría y tristeza, placer y dolor, salud y enfermedad, y un sinfín de binomios que engañan a la consciencia ingenua, presentándonse como distintos y fragmentados, cuando en realidad son dos pedazos de una misma unidad. Efectivamente, ya desde muy temprano en el gran relato humano, las mentes más perspicaces habrían descubierto y nombrado esta imbatible dualidad: el yin y el yang para los chinos; el âm y el duong, principio de unidad dual, para los vietnamitas; Ianus el de doble rostro entre los antiguos romanos; purusa y prakrti, representaciones de la dualidad entre conciencia y ser, según la tradición Samkhya en el hinduismo; y para no ir tan lejos, aquí mismo en Mesoamérica, el Omeyokan donde habita la divinidad, no era sino la representación de la sagrada dualidad.
Particularmente, aquellos viejos ixtlamatkeh de antaño, ya habían entendido lo insensato que sería pensar en la existencia independiente de uno de los polos, sin su complemento. Por ejemplo, mientras en otras latitudes y otros tiempos la tierra se habría concebido sólo en femenino, para los nahuas del mundo prehispánico, la tierra era Tlalteuktli y Kowatlikue, señor de la tierra y diosa falda de serpientes, madre y padre a la vez. Y así, para cada esencia habría una dualidad divina fundamental que la sostenía: la muerte era el dominio de Miktlanteuktli y Miktekasiwatl, señor de la región de los muertos y señora de los muertos. También estarían Tonakateuktli y Tonakasiwatl, el señor y la señora de nuestra carne y nuestro sustento, la supervivencia humana dependería inevitablemente de la permanencia de ambas entidades complementarias. Hoy todavía se escuchan entre los cerros y cuevas de las regiones de refugio, aquellas milenarias oraciones a Tlalohkan Tata y Tlalohkan Nana, femenino y masculino interactuando en un constante equilibrio que sostiene al mundo.
Pero esta dualidad no solo sostiene al mundo, también es el principal motor de la historia, como en su momento apuntó brillantemente la dialéctica de Hegel o la propia inversión materialista que de ella haría Marx. Toda tesis tiene su antítesis. Ambas se relacionan en un juego de fuerzas opuestas e interdependientes que no llevan a la destrucción de una u otra, sino a la superación de ambas en una síntesis.
En oriente y occidente, las mentes más brillantes nos mostraron que no hay vida posible si se altera este equilibrio.
No es pues, sino el dominio del necio aquella creencia que sobreestima un polo sobre el otro; por ejemplo, aquel falso dilema por el cual en un momento aparece el eterno masculino que subyuga y antagoniza lo femenino, construyendo una realidad mutilada en una de sus partes, postulando el mito adánico de la mujer como apéndice del hombre, y construyendo un mundo patriarcal de hombres solipsistas. Pero en otro momento, aparecería igual de ingenua la esencialización virulenta de la mujer como diosa omnipotente, como única salvadora arquetípica y redentora en un mundo dicotómico de maldad masculina y bondad femenina, o incluso como eterna víctima de la tiranía masculina, única doliente posible entre únicos malvados posibles. Y aunque podría parecer absurdo, cuando el pensamiento ingenuo se siente con poder, aun sea solo un pequeño atisbo momentáneo de presunta rebeldia, este puede mutilar la dualidad intentando encumbrar a uno de los polos antagonizando al otro.
Sin embargo, los opuestos antagónicos no son más que una ilusión, y en realidad no existe la vida en singular. No es posible superar el antagonismo con más antagonismo. Por el contrario, la superación inicia cuando se entiende la complementariedad de los dos lados vitales. Es así como hoy comprendo también que la vida propia no tiene sentido fuera de esta dualidad. Hoy sé que se vive y se permanece vivo precisamente por ese equilibrio constante entre las dos fuerzas fundamentales. Hoy empieza a tener sentido todo el dolor y el sufrimiento porque es precisamente ese dolor el que lleva a la felicidad, aunque haya sido esta la que condujo al dolor en un principio.
Aunque hoy ya no me es posible distinguir el principio del final porque hoy me doy cuenta de que no hay final necesario. Sólo existe un vaivén constante entre el futuro y el pasado irreales, cuya superación sintética es el presente verdadero. Y mientras en algún momento de ese pasado incoherente, yo no había logrado discernir la alegría de la tristeza, hoy sé que éstas no se pueden distinguir porque en realidad son sólo dos dimensiones de la misma realidad. Hoy sé también que nadie puede ser completamente bueno ni completamente malo, a pesar de cómo se presente a los ojos de uno u otro, o cómo se represente en cada discurso. Es por eso que hoy ya no puedo odiar completamente, pero tampoco habría podido amar como amo si no hubiera habido dolor y odio.
Hoy me duele el error, pero también sé que el error es una condición necesaria para la construcción de la perfección.
Por ello, hoy ya no me queda duda alguna. Hoy puedo estar completamente seguro de que esta vida que vivo es una vida de dos; de que este amor con el que he amado es un amor de dos contrarios pero complementarios; de que este futuro que se está forjando es para dos, y de que este mundo, no es sino un mundo para dos seres idénticamente distintos, pero también distintamente idénticos. Hoy sé que mis ojos tienen su complemento en otros ojos; que mi sonrisa surge plena sólo en dualidad; que mi cuerpo tiene una contraparte con la que puedo hacer música: que mi corazón por sí solo, únicamente puede sentir el mundo a la mitad; y que mi mente sólo brilla realmente cuando danza en armonía con su par, tan distinto pero tan igual. Hoy finalmente entendí que la eternidad sólo existe cuando dos conciencias gemelas saltan de vida en vida construyendo esa eternidad para dos. Y hoy, al fín sé que si no es en esta vida, será en otra, y si no en la que sigue, pero tú y yo siempre seremos tan sólo dos partes de una misma alma en un universo para dos.
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