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viernes, 4 de diciembre de 2009

El origen de las palabras...

¿Alguna vez te has preguntado de dónde vienen las palabras? En dónde estaban antes de que llegaran a tomar un lugar entre las páginas de un libro o entre las hojas de un periódico; antes de dibujarse en los pixeles de un mensaje virtual, o en las letras de una canción, una poesía o una nota de amor. ¿De dónde viene el “compañero” y el “camarada” de un discurso, o la “libertad” y la “unidad” del revolucionario?¿Dónde estaba la “correlación de fuerzas”, el “análisis de coyuntura” y la “táctica y estrategia” de una asamblea antes de que fueran eternizadas en el eco de algún recinto? ¡Dónde estaba el “amor” y el “te quiero” antes de que fueran declarados! ¿Dónde estaba la “ternura” y el “cariño” de una compañía nocturna? ¿Nunca te habías preguntado de qué mundo tan extraño y lejano podría venir un “te amo”?
Quizá nunca lo hayas pensado. Puede ser que no te parezca importante. Quizá te sean tan familiares y cotidianas las palabras que se te haría completamente absurdo pensar que pudieran no haber estado siempre aquí. Acaso pensarás que es cosa de locos buscar el origen de lo que siempre ha sido. ¡Qué idea tan estúpida! ¿A quién se le ocurriría preguntar de dónde vienen las palabras? Me dirás que siempre han estado ahí. Como Parmenides, argumentarás que lo que ahora es, no puede sino haber sido siempre.
Sin embargo... después de que me hayas refutado mi ridículo interés de buscar una obviedad, te irás a casa y antes de decir una palabra, te encontrarás con una idea que querrá salir al mundo pero, extrañamente, no encontrarás una palabra que la pueda liberar del cautiverio. Entonces rápida y ágilmente repasarás aquellas que conoces hasta que finalmente un par de adjetivos y sustantivos vendrán en tu auxilio y podrás finalmente liberar tu idea. Pero después te darás cuenta de que éstos no fueron lo suficientemente astutos para liberar completamente la idea. Entonces, te verás en la necesidad de buscar una nueva palabra, no ya para liberar una idea sublime y kantianamente trascendental, sino para expresar una simple banalidad o simplemente para describir la idea de tu relación física con tu entorno cotidiano. Entonces verás que cualquier palabra que te sea familiar será verdaderamente pequeña para aquella mundana idea que en ese momento habitará en ti. Te darás cuenta, como Lacan, que las palabras no te podrán ser nunca suficientes. Siempre habrá una parte de lo Real que será invisible a las palabras, (y con esto no quiero decir a “tus” palabras o las “mías”, sino a “las” palabras.)
¿Te das cuenta del problema...? Si a cada idea correspondiera una palabra, entonces yo no dudaría de que las palabras hubieran pertenecido siempre a este mundo. Si por cada idea, y por cada sentimiento, tuviéramos una palabra liberadora que abarcara su totalidad, entonces sería muy claro que las palabras serían tan humanas y tan mundanas como cualquier idea, cualquier situación o cualquier fenómeno. Sería evidente que las palabras habrían estado siempre ahí, completas, abarcadoras y coherentes. Nada en este mundo de humanos y de realidades naturales les sería ajeno.
Pero... ¿Te has percatado de que esto no sucede de ninguna manera así? Todos hemos sentido más de una vez que no tenemos palabras para describir nuestro estado de ánimo, nuestras ideas, nuestro entorno, o simplemente para describirnos autoreflexivamente. Todos conocemos el rostro de esa inefable emoción que nos visita una y otra vez en la vida, y a la que aun no podemos ponerle nombre.
Pues sí... Todo esto es muy cierto ¿no? ¿Quién podría negar que nos faltan siempre palabras? Sin embargo, me dirás que esto en sí no tiene nada digno de robarnos el sueño. Me dirás que precisamente por eso las palabras son algo que puede simplemente ser inventado. ¿Qué no para eso existen los neologismos?
Puede que tengas razón en esto. Todos sabemos que las palabras simplemente se “inventan...” ¿O no...? Pero quién sabe qué tan de acuerdo estarían los físicos y los filósofos que después de todo nos han representado este mundo de forma tal que en el paradigma de las verdades científicas, la destrucción y la creación son una imposibilidad. Después de todo, no se puede crear ni destruir la materia y la energía, ¿o qué no?
Y si nada puede ser creado o destruido, ¿cómo pensar entonces que una palabra podría aparecer de la nada? Esto sería tanto como asegurar que puedo hacer aparecer el amor de la nada. Todos sabemos que el amor no puede aparecer así nada más. No, el amor siempre es el resultado de una metamorfosis, de una transformación. Antes de que el amor fuera amor, era una caricia o una palabra dulce, quizá un aroma o una imagen. Las más de las veces –aunque pocos lo han podido entender– el amor era una historia, un compromiso, una amistad... una verdad. Sí, el amor siempre fue algo antes de ser amor. No existe amor que surgiera de la nada.
De la misma manera, ninguna palabra podría ser producto de la aparición fantasmagórica. Toda palabra tuvo que haber sido algo antes de ser palabra. Esto tampoco es muy misterioso, me dirás. “Todos sabemos que las palabras antes de ser palabras, eran ideas.” Puede que eso te suene muy convincente... pero todavía hay otro problema en el que quizás no has reparado. Si las palabras antes eran ideas, entonces tuvieron que haberse transformado de ideas a palabras, es decir, tuvieron que haber dejado de ser ideas para ser palabras. Pero... entonces... ¿por qué las ideas nunca dejaron de ser? Aun a pesar de las palabras, las ideas no dejaron nunca de existir. Cuando una palabra emerge en forma de neologismo, la idea en ningún momento desaparece. En todo caso, a partir de que llega el neologismo, existiría una idea y además una nueva palabra para la idea, pero nunca una palabra en lugar de la idea. Si fuera así, entonces las palabras estarían vacías... significantes sin significado.
Entonces... como puedes ver. El problema es más complejo. Cada vez hay más palabras porque todavía no hay suficientes palabras para todas las ideas, pero las palabras no pudieron surgir de la nada, y tampoco pudieron ser transformaciones de las ideas. Entonces, la única conclusión que queda es que las palabras tuvieron que venir de algún lado... es decir, de algún otro lado.
Si esto todavía no te convence y sigues creyendo que las palabras no vienen de otro lado, entonces te voy a mostrar otra evidencia para mis afirmaciones. Quizá te sorprenda una vez más, pero el problema no es sólo que no haya suficientes palabras para la totalidad de las ideas y las realidades de este mundo. No... el problema es todavía más complejo.
¿Qué no te has dado cuenta de que hoy se han colado en este mundo palabras que no corresponden a ninguna realidad de este mundo, es decir, palabras que no las podemos entender porque no son de aquí. Por supuesto que no me refiero a las diferencias entre los lenguajes. No gastaría pixeles para justificar una simple variación lingüística y cultural. Eso no es nada más que la condición de variabilidad de toda especie que presuma de inteligente, simbólica y cultural. La incomprensión que resulta de la diferencia entre los idiomas no se debe más que a la diversidad en la forma de las palabras que ya están alojadas en este mundo. No... a lo que yo me refiero es a algo todavía más extraño y más ajeno a cualquier realidad de este mundo.
Tal como dedujera Kurt Gödel en su teorema de la incompletud, existen una gran cantidad de proposiciones que no pueden ser probadas ni refutadas lógica y matemáticamente. Así es... a pesar de que muchos todavía pensamos que las matemáticas son exactas y nunca nos van a fallar, resulta que en realidad, existen muchas proposiciones que nunca vamos a poder probar ni refutar. Puede que te suene extraño esto, pero te voy a dar un ejemplo fuera de las matemáticas a manera de ilustración. ¿Podrías acaso decirme si es cierto o falso el enunciado “estoy mintiendo”? Si fuera verdadero, entonces sería cierto que estoy mintiendo, por lo que el enunciado tendría que ser falso, lo cual significaría que no sería cierto que “estoy mintiendo”... y si no es cierto que “estoy mintiendo”, entonces sería cierto lo que digo, por lo que tendría necesariamente que ser falso. En realidad, este enunciado existe pero nunca vamos a saber si es cierto o es falso, o sea que nunca vamos a saber qué idea se esconde en ese enunciado.
Ante esta terrible incertidumbre, Foucault simplemente suponía que aunque nunca podamos conocer el número infinito de ideas y palabras, con estructuras lingüísticas que contengan un número finito de elementos, siempre sería posible alcanzar a enunciar un número infinito de ideas. Muy fácil... palabras infinitas, pero con estructuras finitas, serían suficientes para poder abarcar la totalidad infinita de las ideas. Sin embargo, el problema no es así de fácil. Ya hace algunos siglos Galileo se había dedicado sin éxito aparente a descubrir los misterios del “infinito”. Y no vayas a creer que le faltó capacidad y convicción para desenredar esta obscura y compleja madeja de la infinitud. Por el contrario... quizá nadie se hubiera acercado tanto como él al infinito, si no fuera por su grandeza. El problema es que esto del infinito es cosa seria. ¡Imagínate nada más que a principios del siglo XX, el matemático e inventor alemán Georg Cantor se volvió loco investigando el infinito!
Cantor logró descubrir una multiplicidad de infinitos, es decir, la existencia de un infinito de infinitos, y un infinito de infinito de infinitos, y así sucesivamente. Resulta entonces, que no era posible pensar que la realidad se detuviera en el infinito, pues existe un número incalculable de realidades que exceden al infinito. Esto significa para nosotros que no es suficiente con decir que las estructuras lingüísticas que conocemos alcanzan a construir un número infinito de ideas, porque este número infinito de ideas no es suficiente para la totalidad de ideas posibles en todas las realidades posibles. Recuerda que la mayoría de nosotros, neciamente, sólo conocemos una realidad... y esta realidad es una realidad antinómica en donde algo es verdadero o falso, algo existe o no existe. Pues resulta que si seguimos esta lógica, no será difícil descubrir que nuestra realidad, nuestra verdad, nuestra existencia y nuestro infinito no son más que una sola de las posibilidades.
Si me sigues todavía, no te será difícil deducir entonces que si las palabras no pueden ser creadas de la nada, y las que hoy se encuentran en nuestra realidad no son suficientes para este mundo, y al mismo tiempo se nos han colado palabras que describen otros mundos infinitamente inciertos e ininteligibles para nosotros, entonces, no se podrá negar que las palabras vienen de uno de esos lugares más allá de nuestra lógica y nuestra realidad, más allá de nuestras imaginaciones, más allá de nuestras racionalidades... de uno de esos infinitos infinitos.
¿Comprendes ahora? Las palabras no son terrestres. La única posibilidad que resta es aceptar que las palabras son sólo inmigrantes en nuestro mundo, y que por lo mismo nacieron en algún otro lugar lejano y diferente. Pudiera parecer insensato, pero es evidente entonces que aunque son tan cotidianas, las palabras nos son tan ajenas como la contradicción misma. Son sólo pequeños visitantes que vienen de otros mundos tan diversos que no podemos ni imaginar.
¿Es que nunca te has puesto a pensar que el “amor” no puede haber nacido en el mismo lugar que el “egoísmo” o el “rencor”? ¿Cómo sería posible que la “tortura” y la “hermandad” fueran de la misma especie? No... esto no podría ser posible. Es evidente que existen mundos muy distantes y contrarios que son habitados por palabras opuestas y contradictorias. Existe por ejemplo un mundo que fue habitado por palabras como la “ternura”, el “cariño”, la “sensibilidad”, la “atención”, la “dulzura” y la “generosidad”. Esta especie de palabras son de una naturaleza tan sublime que un buen día decidieron dejar su mundo para salir a iluminar y llenar de luz otros planetas como el nuestro. Pero también hay otras palabras como el “odio”, la “agresión”, la “envidia”, el “chantaje”, la “vanidad” y la “soberbia” que después de haber destruido su propio mundo se vieron en la necesidad de buscar otro planeta, al que como parásitos irían devastando hasta tener que mudar una vez más.
Un día todos estos viajeros de distintas especies llegaron a un lugar tan majestuoso y lleno de vida, en el que decidieron quedarse a vivir permanentemente. En este lugar encontraron tantas ideas que cada uno comenzó a cobijarse con la que mejor le quedaba. Sin embargo, las ideas de este mundo eran tantas y tan complejas que muchas de ellas quedaron sueltas, sin palabras que las pudieran expresar. Sucedió también que a veces una misma palabra se confundía y comenzaba a cobijarse sin darse cuenta en dos o más ideas al mismo tiempo. Así, por ejemplo, resultó que la “izquierda” y la “democracia”, o el “éxito”, la “madurez”, lo “sensato” y lo “insensato”, la “masculinidad” y la “feminidad”, podían referirse a muchas cosas al mismo tiempo... ¡Y a veces estas cosas eran verdaderamente opuestas!
Ahora entiendes por qué las palabras nos son a veces tan extrañas. ¿Comprendes por qué nos es tan difícil saber cuál es su naturaleza y asimilar completamente lo que nos quieren decir, y por qué para lograrlo necesitamos siempre hacer gigantescos esfuerzos? Pues bien, ahora te digo que estos grandes esfuerzos no son en vano ni son ociosos. Por el contrario, recuerda bien lo que te voy a decir porque de ello depende la supervivencia de todos los que aun nos llamamos humanos. Debes siempre hacer ese máximo esfuerzo por comprender a las palabras. Acércate a ellas, conócelas, pregúntales sobre sus mundos, sus historias, sus destinos.
¿Sabes por qué decía Freire que había que conocer las palabras para conocer el mundo...? Él ya se había dado cuenta de que las palabras no eran sólo visitantes pasivas en nuestro mundo. Por el contrario, él sabia que cuando las palabras llegaron a este planeta, se encontraron con un mundo cautivo de ideas que no podían realizarse, con personas que no podían pensar por carecer de lenguaje, con individuos que no podían construirse como sujetos, en fin... con un mundo vacío y autómata, con vida pero sin ella. Entonces las palabras se dieron a la tarea de construir al mundo y a las personas. Efectivamente, fueron ellas quienes nos construyeron a su imagen y semejanza. Aunque no lo creas, todos los seres pensantes estamos construidos por palabras, somos el reflejo de ellas. Las palabras nos hacen quienes somos.
La realidad misma está construida por palabras. ¿No me crees? Imagina entonces que esta realidad está construida con una serie de palabras que la hacen existir en nuestra conciencia de formas completamente parciales y ocultas. Por ejemplo, en esta realidad no se habla de “opresión” y “explotación” sino de “relaciones laborales”. Aquí no se dice “revolución” sino “reforma de Estado”. No se cometen “asesinatos masivos” y “crímenes de guerra”, sino “daños colaterales”; no se habla de “traición” y “engaño” sino de “momentos malos” e “incompatibilidad”. No se habla de “concentración de capital” y “polarización de la pobreza” sino de “crecimiento económico” y “oportunidades”. No existen “guerrilleros” sino “delincuentes”. No existe la “plusvalía” sino el “valor agregado”. No hay “Estado burgués” sino “democracias liberales”. No hay “guerra de ocupación” sino “conflictos”. No existen “derechos laborales” sino “privilegios”. No se habla nunca de “tortura” sino de “abusos” e “interrogatorios extremos”.
¿Te das cuenta cómo la realidad puede ser tan diferente dependiendo de las palabras que la representen? Ahora entiendes por qué es imperativo que nos acerquemos más a las palabras. Recuerda entonces que si logras finalmente familiarizarte con las palabras, conocerlas desde sus orígenes hasta sus destinos y logras penetrar en las ideas escondidas en cada una de las palabras, entonces podrás construir este mundo como tú quieras. Podrás entonces crear una realidad diferente, una en la que la “justicia” sea la “justicia” y la “libertad” atraviese todos los significados, una en la que el “amor” esté en cada palabra y en la que finalmente puedas reconocer las palabras que entran en tu cuarto todas las noches cuando te pienso y te visito en la inmaterialidad de tus sueños, cuando acaricio tu mirada, te susurro algo al oído y cobra vida un “te quiero”.

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