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viernes, 5 de febrero de 2010

El Albatros

...Entonces sintió el frío cortante de su mirada.
Los ojos cristalizados del viejo marinero penetraban en sus pensamientos
hasta llegar a lo más profundo de sus temores.
Escuchaba petrificado el relato de aquel espectro,
como quien despierta en la obscuridad
sólo para hallarse cautivo de sus propias visiones,
inmovilizado ante la parálisis onírica.
¡El pánico tocaba fondo!
¡No podía distinguir lo cierto de lo falso!
No quería ya escuchar más.
Sabía demasiado... Había escuchado demasiado.
En su mente sólo quedaba la repetición...
(ese volver una y otra vez a la experiencia momentánea e inmediata
que se separa de sí misma para protegerse y auto-conservarse).
El insensato desdoblamiento del ser y su manifestación
lo había privado ya de su inocencia.
Había muerto antes de sacrificar su existencia.
Entonces se descubrió preso de la indiferencia y la razón.
No tenía argumentos para borrar a la razón...
pero tampoco se había liberado del sentimiento.
La naturaleza reclamaba y tomaba violentamente lo que le pertenecía...
¡Y yo, no pude hacer nada para detenerla!
Ya había tomado el curso de su voluntad.
Aquel corazón que entregó amor y verdad,
recibió de lo humano un disparo de muerte.
La trasgresión del marinero se volvía sobre él.
Se había creído señor y amo de la libertad.
Pero en su afán de dominación y su estúpida altanería,
Había olvidado que él también era parte de esa libertad,
Y que al matarla a ella... ¡también él moriría!
Ella quedó prendida de su cuello,
como un eterno recuerdo de su pretensión inmunda.
Nunca imaginó que pagaría cara su inocencia sacrificada.
Ahogado en mares negros de agua maldita.
Nadando en en el deshecho de los hombres sin dios.
Ahora me digo adiós.
Y sólo queda otra vez la repetición,
la única esperanza de redención.
El invitado no sería nunca más él mismo.
¡Qué inocencia la tuya!
¿Por qué no escapaste cuando pudiste?
¡Nunca debiste escuchar esas palabras!
Ahora eres parte de la maldición,
Y quedarás siempre condenado al recuerdo.
Antes esperaba la noche para llorar...
¡Hoy ya no tengo dónde llorar!
Entre tragos hondos de tristeza,
mi única esperanza es el desdoblamiento...
Y cuando recupero la vida comienzo a volar.
Entonces termina su relato el marinero,
en un par de palabras muy bien ensayadas.
Finalmente se desvanece mi cuerpo,
y sólo así se consuma para siempre la expiación.

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