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lunes, 24 de diciembre de 2018

La gente ya no habla con la tierra

En la víspera de navidad, no podría pensar en mejor celebración de la vida, que una breve inmersión en el corazón de la Sierra de Zongolica.  Extrañando lo cotidiano (en el sentido de “hacer extraño”), acompaño una visita en casa de Doña Josefina, señora nahua septuagenaria, curadora y curandera (que no es lo mismo), ixtlamatki, tlapahtih,  temakixtih (“Sabia, médica y partera”).  Con kueitl negro y wipilli descolorido, en su cintura apenas se distingue un modesto ilpikatl, la pequeña figura de manos arrugadas y cabello largo y grisáceo sale de un cuarto de tablones, lámina y piso de tierra, a ver quién o quiénes llegaron a su puerta. 
- ¡Chikawatikah! (o “chatigá” con acento local), nos saluda la anciana.  A mí me reconoce inmediatamente, de hace poco más de un año cuando me hizo una limpia con huevo, yerba y otras terapias bastante conocidas en esta región.
- ¿Tikilnamiki keman oniwallah yi se xiwitl, otechpopoh?- (“Recuerda cuando vine hace un año a que me limpiara”) Le pregunto en algún momento. 
-Kema- (“Sí”)  Sonríe.  –Otikwalikaya momanga- (Traías tu manga de lana).  En efecto, vestía yo en aquella ocasión una tilma de lana que compré a una señora de Tlaquilpa, en la zona fría.  No lo recordaba.  Me sorprende la lucidez y profunda memoria de nuestra anfitriona.
Entre humo de tlekuilli (fogón tradicional mesoamericano) y aroma a café de olla, transcurre la plática en náhuatl sobre los usos médicos de la fauna y la flora local.  El tzopilotl (zopilote) se usa para curar el tlatlaxismihmikilistli (tosferina). ¡Pero cuesta para agarrar uno!  También se puede curar con el chupamirto (colibrí). Se le saca su corazón y se come. 
-Pero no ihkin, owi para tikonanas se- (Pero también es difícil agarrar uno).  Pienso en voz alta.
-Tikkuitis ika’n charpe- (Lo agarras con una resortera). Me dice despreocupada, simulando con las manos el gesto de tirar con este instrumento.
-Mawkayotl mopahtia ika tonalxiwitl- (El espanto se cura con la yerba de nombre “tonalxiwitl”), nos explica.  Se le unta a la persona en el cuerpo.
Con un poco de nerviosismo por mi acento de náhuatl urbano y de pinotl masewalizado, le comento tímidamente que en otros lados he escuchado que es necesario buscar el lugar en donde se espantó la persona afectada.
-¡Kema! Noihki- (“Sí, también”), me responde imediatamente. Nos explica que cuando el espanto es muy fuerte, se tiene que ir a buscar el “tonal” de la persona en la tierra en donde sucedió el espanto.  Se busca el lugar, se le ponen flores (“moxochitlalia”) a “tlaltikpak” (la tierra) y se le pide que regrese el tonal de la persona.  ¡Sí, se habla con la tierra! 
- Tiktlapowia tlaltikpak- ("Le hablas a la tierra").
Le pregunto con asombro si se le habla directamente a tlaltikpak, esperando que mi interés visiblemente proyectado la incite a contarme un poco más de este tema.  Al final del día, lo que me trajo aquí es mi interés por indagar un poco más sobre las manifestaciones cotidianas del concepto de dualidad en la cosmovisión nahua moderna.
- Kema, tikintlapowia Tlalokan Tata iwan Tlalokan Nana- (“Sí, se les habla al señor y la señora del Tlalokan”).  Me explica que ellos (los dos) son los que cuidan la tierra.  Viven en la tierra (y señala al piso mientras me explica).  Aunque, también me llama la atención que su relato se refiere más al “tata” y sólo en una ocasión hace mención de “nana”.  Extraña dualidad trunca, en donde parece cobrar preeminencia la figura masculina.
Si no se le habla a la tierra, entonces la cosecha no es buena.  Un día, relata la anciana, su madre vio cómo una gran plaga destruía la cosecha, pero en ese instante salió de la tierra un señor ya anciano, y se llevó la plaga.  Era “Tlalokan Tata”, nos dice: -ihkon onechillih nomaman- (“así me contó mi mamá”).  Nuevamente, parece haber desaparecido la figura femenina, al menos en el plano de lo sagrado. ¿Será sólo el subproducto de la creciente influencia de la gama de versiones del cristianismo y su mirada androcéntrica, que han penetrado en la región? ¿O será que me estoy inventando una supuesta “dualidad” proyectada en lo que yo quiero construir como “nahua”? Al final de cuentas la cultura también es un texto, cuya interpretación depende de quién la está leyendo. Lo que es cierto es que lejos aparece aquí esa noción de “tierra madre” adjudicada por la mirada externa a los nahuas, pero cuyo origen sospecho tiene más de occidental que de mesoamericano. Después de todo, la asociación de la tierra con lo femenino remite más a Gaia o Gea que a Tlalteuktli (señor de la tierra), que en todo caso aparecería como binomio junto con Koatlikue, o en este caso con Tlal-o(h)kan (“tierra”-“dualidad”) “tata” y “nana”.  Aunque, nuevamente, es posible que sólo esté inscribiendo en lo “nahua” mi propia relación con el sentido de lo que yo quiero interpretar (construir) de lo mesoamericano.  Es posible que me esté atorando en el pasado.  Al final del día, la construcción que los nahuas hacen de su mundo no puede obviar los más de 500 años de colonización y de occidentalización. No puedo evitar un sentimiento de nostalgia al no encontrar lo femenino en la tierra.  “Nostalgia imperialista” diría Renato Rosaldo.  Yo hablo desde mi sagrado occidente, con mi carro estacionado, mi nahuañol y mi machismo intrínseco, lamentando la difuminación de lo dual y la pre-eminencia de lo masculino en el relato sobre la tierra de una anciana curandera.
- Axan ayakmo ihkon kichiwah- (“Hoy ya no lo hacen así”), se acrecienta mi nostalgia mientras continúa su relato la anciana.  La gente ya no habla con la tierra. Ya no le ponen flores al señor y la señora del Tlalokan, ni les piden que regresen el “tonal” del enfermo de espanto.  Y es que hoy la gente ya no pierde su “tonal”.  Hoy ya hay médicos.  Ahora la gente se enferma de virus y bacterias.  Hoy la gente toma CocaCola y muere de diabetes.  Aunque ahora con sólo un par de pastillas pueden curarse, y si no se curan, al menos pueden satisfacer su sed de modernidad.  (Es fácil ironizar desde mi propia sed de tradición, parada cómodamente en mi modernidad asumida).
Aún así, todavía hoy, muchas mujeres siguen buscando a Doña Josefina para que acompañe sus embarazos.  ¡Menos mal que siguen llegando nuevos niños al mundo nahua!
- ¿Tikinpalewia siwameh tlakonewihtokeh? (“¿Ayuda a las mujeres embarazadas?”)
- ¡Kema!- (“Sí”). Mientras platica, nuestra anfitriona busca algo entre los rincones del pequeño cuarto de tres por tres metros. Finalmente encuentra una libreta.  Extiende su mano morena y delgada, y nos enseña una lista con diez nombres de mujeres.  Son las señoras que tiene programado visitar en esta y la siguiente semana.  Diríamos en lenguaje occidental que se trata de “sus pacientes”.  ¡Bastante asombroso para quien había condenado al pasado a la medicina mal llamada “tradicional”!
Y así, seguimos la plática cuando de pronto, por las rendijas de la pared entre un tablón y otro, se ve la silueta de otra señora que llega a buscar a Doña Josefina.  También de kueitl y wipilli, se asoma al cuarto y anuncia su llegada.
- ¡Chikawatikah! –.
Sale la anciana a recibirla, y después de saludar e intercambiar un par de comentarios, deja toda pretensión de solemnidad y vacila señalando a mi carro:
- Xikitta yeh nokoche onechkowilihkeh – (“Mira, ese es mi carro nuevo, el que me compraron”).  Y se sueltan ambas a las carcajadas.  Otra vez mi espíritu de antropólogo a la Indiana Jones se escapa por la puerta de atrás.  Las dos señoras siguen platicando y pasan a la parte posterior del kalli donde estamos sentados.  Doña Josefina le despacha unas yerbas y pronto se despide la visitante. Nos volvemos a quedar en el cuarto y al cabo de un rato, también nosotros nos despedimos. - Ma tiwiah – Anunciamos, mientras nos dirigimos al coche.
- Techtlaneti mokoche tehwatzin- (“Me presta su carro señora”) me aventuro a bromear, siguiendo el código que observé unos minutos antes.
- Kema, nimitztlanetis- (“Sí, te lo presto”) me contesta y se suelta nuevamente a reir.
Y así, entre carcajadas y un esqueje de “Yerbamuestra” para llevar, nos despedimos de Doña Josefina, para ir a visitar a su hermana Luisa, quien nos platicó de la relación entre hombres y mujeres. Pero ese relato ya será para después de navidad… 




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