¿Sabes? Hoy finalmente pude comprender un misterio que venía echando raíces en mi pensamiento desde hace muchos años; un misterio que me había acompañado desde los más antiguos y obscuros recuerdos; uno que existía aun desde antes de que la palabra “misterio” apareciera en cualquiera de nuestros idiomas; uno que había estado ahí desde que yo era tan sólo uno de esos monos primitivos que comenzaban a descubrirse inteligentes, que experimentaban con sus cuerpos de verticalidad incipiente, y comenzaban a abstraerse de lo natural. Seguramente te preguntarás qué misterio tan viejo es ese que ha estado ahí desde antes de que yo supiera siquiera que yo era yo. Efectivamente, es un misterio viejo que precede a la realidad misma, y uno que hasta ahora nadie ha logrado comprender. Aunque te pueda sonar exagerado y pienses que sólo estoy alardeando, ninguno de mis tantos cerebros, que tengo y que he tenido aunque ahora ya no tenga, han logrado descifrar este misterio. Si nadie lo ha podido comprender, me dirás, ¿cómo y por qué es que yo estoy tan seguro de que ya lo he comprendido? ¿Quién soy yo para pensar que puedo aventajar millones de razonamientos lógicos, de cálculos matemáticos, de hipótesis científicas, de filosofías experimentales y especulativas, contemplativas y prácticas? ¿Quién soy yo para decir que tengo por segura la compresión de un conocimiento que ni el conocimiento mismo puede descifrar? ¿Y cómo puedo saber que esa comprensión es verdadera? Después de todo, ¿quién me asegura que uno de mis tantos cerebros no me haya simplemente jugado una broma y sólo esté, como ha sido habitual, reificando lo especulativo, deificando lo mundano, tomando por cierto lo meramente imaginario?
Pues bien, permíteme decirte que no hace falta tener esta seguridad. No hace falta saber quién soy para saber que he descubierto el misterio. Y aunque suene imposible, tampoco hace falta pensar. Sí... escuchaste bien. No hacía falta pensar para poder entrar en el terreno de lo antes incomprensible para mí. De hecho, fue precisamente este camino del no pensar el que permitió que yo accediera a ello. Debes saber además que una vez dentro del entendimiento, tampoco hace falta ya la seguridad. ¿Y por qué no hace falta la seguridad? te preguntas. Es sencillo, porque la seguridad presupone una incertidumbre. La seguridad surge de la falta de sí misma. Cuando buscamos verdades o certezas, lo hacemos precisamente porque carecemos de ellas; cuando buscamos nuestra propia afirmación es porque no hemos logrado simplemente 'ser'; cuando buscamos seguridad, es precisamente por nuestra inseguridad. Entonces, una vez que has entrado en la comprensión, no necesitas más de estas reacciones a la incertidumbre. Una vez que has comprendido, no necesitas más buscar verdades. La comprensión misma es la realidad. La comprensión es la seguridad de que no hace falta la seguridad.
¿Te das cuenta entonces de que la verdad siempre está en donde nunca la hemos buscado? Sí, ahí en ese lugar en donde nunca llega la mirada; en la esquina incierta de un recinto lleno de discursos pomposos y poesías fatuas; en los silencios que dejan al hablar un par de sabios que departen momentos de claridad. Así es. La verdad sin duda está en el tiempo que pasa entre una promesa y otra. Quizá sea mejor darte un ejemplo. Alguna vez te dije que si estabas conmigo no te iba a suceder ningún daño... ¿lo recuerdas? Quizá no, pues todavía no entrabas en el sueño entonces. De cualquier forma, nunca te dije por qué no podrías temer si me llevaras contigo. Pues bien, ahora te lo digo. Yo tengo la suerte de ser muy grande y vivir en muchos lados. Vivo en diversos corazones. No en todos, eso es seguro. Si viviera en todos los corazones, entonces no habría sufrimiento. Sin embargo, no son pocos los que me albergan. Como son tantos los que me tienen por compañero, entonces son también muchos los que me protegen. Sí, son muchos los que me alertan del peligro, me orientan en momentos de desesperanza, me esconden de los que me odian o simplemente me apartan de los que no me aman. Porque debo decirte que también hay muchos que me quisieran ver derrotado.
Pero esto no tiene nada de especial, podrás pensar. Tantos señores con poder tienen ejércitos que los rodean, hombres armados de diferentes formas que matarían por proteger a su amo, a su dueño, y aun así, el mundo está lleno de poderosos que mueren infelices. Entonces, ¿cómo es que yo, sin ser siquiera un poderoso, estoy tan seguro de que los que me protegen pueden sin duda evitar que algo malo me suceda? El hecho es simple. No hay un solo momento o un solo espacio en el que no me puedan proteger. No hay un solo mal del que no me puedan resguardar. Así es, tanto me protegen de un daño físico, como de uno moral, o incluso sentimental. Lo mismo me resguardan de una soledad que de una falsa compañía. Te puedo asegurar que no estoy sobredimensionando su protección. ¿Sabes por qué esto es así? Porque quienes me protegen no son como tú o como yo. Quienes me han protegido desde siempre son exactamente treinta y tres ideas... el espíritu de las ideas.
¡Espíritus! ¡Ideas! ¿Qué tontería, no? ¿Cómo puedo creer yo en espíritus ideales? ¿Cómo es que yo siendo tan viejo y con toda mi experiencia te puedo hablar a ti de espíritus? Pues bien, antes de que digas algo, déjame aclararte que yo no creo en espíritus. Así es. No comprometería nunca el materialismo emancipante que ha formado parte de mi historia, de mi desarrollo. No, yo no creo en los espíritus. Te puedo asegurar que el idealismo es una de las mayores mentiras jamás dichas, una mentira utilizada por aquellos que me han perdido para sojuzgar a tantos otros que pueden o no ser mis compañeros. Sin embargo, sí me protegen las ideas... y su espíritu. Sí, tal y como lo estás escuchando, me protege aquello en lo que no creo, aquello cuya existencia material pongo en cuestión, aquello que por tanto tiempo he abstraído de la categoría de realidad.
Es aquí donde volvemos al punto de la realidad. Te voy a explicar cómo es que me pueden proteger quienes no son reales sin que por ello comprometa la materialidad de su existencia. Pues bien, quizá no te hayas percatado todavía, pero la realidad sólo existe en sus efectos prácticos. La realidad natural, ontológica, esencial, verdadera, sólo puede existir en su impacto en los que la percibimos. Por ejemplo, ¿cómo sabes que existe una montaña? Sólo porque te obstruye la visión del horizonte, porque puedes pararte en ella o caminarla, recorrer sus bosques, sus accidentados campos, percibir el aroma de sus flores, escuchar el canto de sus pájaros, el aullido de sus coyotes, el azadón de los indios que en ella producen sus tierras. Sólo así puedes creer que existe una montaña. Sin embargo, esto de ninguna manera te da la certidumbre de que la montaña está en verdad ahí.
¿Cómo? ¿Un retorno al idealismo? ¿Un resbaloso discurso posmoderno? Quizá pudieras pensar que a esto se ha reducido mi anunciada comprensión. Quizá estés pensando que en verdad me contradigo y en los hechos estoy destruyendo aquello que pretendo defender. Pues bien, si así pensaras, será porque has olvidado ya o no te has percatado de que comencé diciéndote que para llegar a la verdad, primero habría que deshacerse de toda forma de seguridad, de todo tipo de certeza. Pues es precisamente por esto que la incertidumbre de la verdad de la montaña ya no es relevante para saber de su existencia, porque su existencia es tal, sólo en tanto que es práctica. Así es, si la realidad es o no es, se vuelve totalmente irrelevante cuando en los hechos prácticos ésta tiene un impacto. ¿De qué nos sirve disertar sobre la seguridad de la existencia de la realidad, si en los hechos prácticos, todos vivimos en ella, todos somos parte de ella? La realidad se vuelve irrelevante si no es una realidad práctica, y cuando es una realidad práctica, entonces no importa si es ontológica.
¿Te das cuenta cómo es que no importa si existen o no los espíritus? El hecho es que en sus efectos prácticos, yo soy protegido. Y soy protegido porque si no fuera así, todo el mundo hubiera ya perecido. Simplemente, tengo que ser protegido, y ellos lo hacen, aunque no puedan existir. También podrás ahora comprender por qué comencé diciendo que el misterio que ahora puedo entender precede a la realidad misma. Pues es precisamente porque la realidad, como habrás ya deducido, es cosa de los humanos. Es porque la realidad es construida por los hombres y mujeres que al vivir sometidos a sus efectos prácticos la vuelven irrelevante. Así, si la realidad es humana y el misterio está desde antes de que tú fueras tú, y aun de que yo fuera yo, entonces el misterio ha sido antes que la realidad.
¿Has visto cómo la espiritualidad es algo mucho más profundo que un simple ritual de monos pensantes? ¿Has podido entender ya que la espiritualidad sólo puede ser parte de mí en tanto que se aleje de idealismos lúdicos y comportamientos revestidos de misticismos rebuscados? En efecto, la verdad práctica de la espiritualidad es la verdad misma. ¿Puedes ahora ver cómo es que la verdad está siempre en donde no la buscamos? Siempre la buscamos en la certeza, pero nunca en la incertidumbre. Siempre la buscamos en la realidad y no en sus efectos.
Si has logrado escucharme hasta ahora, entonces no podrás ya dudar de que puedo comprender el misterio. No te quedará la tentación de cuestionar la verdad de mi entendimiento, porque sabes que entre más quieras tener la seguridad de que es verdad lo que digo, más te alejarás de la comprensión del misterio. De hecho, sin dudar de la verdad, no querrás seguir buscándola en lo que siempre ha sido cierto.
Pero déjame ahora que te diga qué es la verdad. Permíteme llevar tu mirada a la sustancia de lo verdadero. Ya te imaginarás la importancia que reviste esta sabiduría. Sí, tantas veces hemos abusado de la 'verdad'. Tantas veces hemos peleado, hemos hecho daño y hemos declarado guerras por la verdad, pero ni siquiera nos hemos detenido antes a comprender esa verdad. Y no te hablo de las tantas verdades que hemos siempre construido; no, yo te hablo de la Verdad, de esa verdad que presupone toda forma de realidad. Has de saber que la verdad es la única esencia de todos los que alguna vez hemos sentido. Sí, así es, de los que tenemos algo más que un pensamiento, porque la verdad, aunque te parezca un sinsentido, no está hecha de pensamientos, no resulta del razonamiento, no es materia de conocimiento. No, la verdad es materia del sentimiento... La esencia material de la verdad es el amor. En verdad, el amor ahora te lo digo, es la única realidad. El amor es la verdad. Sólo cuando puedas sentir el amor, podrás entonces estar en la verdad.
Sin embargo, debes tener cuidado con esta comprensión. Es cierto que el amor es verdad y por lo tanto la verdad es amor. Pero así como la verdad se ha deformado en nuestros pensamientos, así también el amor se ha deformado en nuestros sentimientos. Así es. Se ha abusado tantas veces de un amor bastardo, un amor vacío, estéril, artificial, burgués, farsante. Se ha pretendido hacer pasar por amor al interés, al deseo, a la vanidad y al egoísmo. El amor se ha revestido de una individualidad totalizante, negando así su propia esencia. El amor no puede ser individual. Presta ahora mucha atención pues el individuo es la antítesis del amor. El amor nunca lo vas a encontrar ahí. El amor, por el contrario, sólo me puede pertenecer a mí, que soy 'nosotros'. El amor es una realidad colectiva en tanto que tú eres tan sólo una pequeña parte de mí, y no podrías existir si no fueras esa pequeña parte de mí. ¿Te habías dado cuenta de que los humanos no podemos existir en aislamiento? No podemos negarnos colectivamente. El individuo en sí es tan sólo una metáfora, una alegoría que nos representa esa coincidencia de relaciones que forma nuestro carácter. Si no existiera yo, tú no podrías sentir.
¿Sabes cuál es la importancia del sentir? No vayas a creer que es algo menor, que es simplemente un accidente que acompaña a la vida. No, de ninguna manera. El sentir es precisamente lo que nos da vida. Es por esto que los sentimientos sólo se pueden vivir en el extremo, en su radicalidad, en su máxima posible expresión. Cuando en algún momento te sorprendas sintiendo, entonces siente de verdad, siente profundamente, siente con pasión... siente, no tengas miedo de sentir. Sí, es cierto, a veces puede ser muy doloroso. A veces quisiéramos sentir diferente, o cambiar de sentimiento cuando uno nos hace sufrir. A veces yo he llegado a desear que simplemente pudiéramos mudar de sentimientos como mudamos cotidianamente de ropas. ¿Te imaginas? Despertar un día en la mañana, sentir el frío, el ronronear de la lluvia de otoño, el gris continuo de la luz diurna, el olor a tierra mojada, y entonces poder simplemente decir, “hoy voy a vestir una playera de nostalgia.” Enseguida caminar por un parque, saludando a los árboles, platicándoles la vida, escuchando sus consejos, seguir caminando y ya en mi amada costa, saludar al mar, reflexionar con él; y después, ¿por qué no? Volar un rato. Dar un paseo en compañía de una paloma y un colibrí, (también con uno que otro zopilote, pues a veces los discriminamos por ser aves vernáculas). Así, llegada la noche, quitarse la nostalgia y ponerse una pijama de tranquilidad, para el siguiente día amanecer y frente al ropero escoger un sweater de alegría y optimismo, y acompañarlo con una ligera bufanda de picardía. Entonces confrontar al mundo. Reír a carcajadas de las trampas de la vida. Bromear, chistar, y alardear de mis defectos. Después en la tarde, acabado el almuerzo, quitarse el sweater y ponerse una playera de creatividad con unos pantalones de esperanza, para entonces pasar la tarde haciendo música, pintura y poesía. Al caer una vez más la noche, ponerse un rato la tristeza y la melancolía en un pequeño traje anacoreta. Luego salir al patio y dibujar constelaciones con las estrellas que levitan alrededor de la luna en cuarto menguante. Finalmente, al término de la semana, vestir un juego de empatía, con huaraches de coraje y un sombrero de rabia, para entonces no dejar pasar la indiferencia ante la miseria y el sufrimiento de quienes como yo, también habrán vestido trajes de dolor.
Pues sí, sería lindo poder vestir así los sentimientos ¿no? Entonces no habría uno que durara más de lo que nuestra dignidad pudiera soportar. ¿Pero cómo? ¿No te parece? ¿Crees que sería mejor simplemente no sentir? ¿Dices que si no tuviéramos que sentir, entonces no podríamos nunca sufrir? Pues quizá tengas razón en eso. ¿Pero has pensado seriamente en las implicaciones del no sentir? ¿Qué sería de nosotros si no tuviéramos la capacidad de sentir? Seríamos solamente máquinas pensantes. Nada podría diferenciarnos de las computadoras. Podríamos entonces matar, engañar, traicionar, robar, destruir, sin ningún tipo de restricción moral. Incluso si no tuviéramos la capacidad de enojarnos o de entristecernos, si no hubiéramos conocido el llanto, entonces cómo podríamos decir que vivimos. Los sentimientos son lo que nos motiva a vivir. Sin ellos yo no podría existir.
¿Comprendes la importancia del sentir? Es el material de que está hecha la vida. Sin embargo muchos charlatanes te han querido vender la idea del sin sentido, o más bien del falso sentir que no es más que una apología del no sentir. El mundo está lleno de gente falsa, de hombres y mujeres que escupen engaños en best sellers. No te dejes llevar por autores o autoras que te quieran imponer la individualidad como camino, que te hablen de fórmulas acabadas, que pretendan hacer pasar la justicia por simple venganza, la libertad por bestialidad. No olvides nunca que precisamente lo más natural y primitivo de los seres es su convivencia en sociedad.
¿Sabes? No te dije que los que me protegen tienen un punto débil. Sí, así es, sólo hay una forma en la que yo pudiera sufrir daño. Y ese daño sólo puede ser un daño mortal. No hay nada que yo pueda hacer para evitarlo. ¿Qué daño es ese tan terrible e irremediablemente ineludible? dirás ahora. Pues bien, ese daño, ese punto débil, es el engaño de amor. Por eso te pido ahora que nunca vayas a decir que amas cuando no amas, y principalmente, nunca pero nunca vayas a querer con engaños. Cuando me quieras engañar me habrás perdido. Entonces te habrás convertido en un animal, en un insecto kafkiano; en un animal que vive de instintos, que sólo puede existir para satisfacer sus necesidades más inmediatas. Te habrás convertido en la sombra de ese animal. En ese mismo momento me habrás matado también. Dejaré de existir en ti, y tú, habrás perdido para siempre la posibilidad de ser tú. Entonces no existirá más el amor... ¿Ves cómo es imposible obviar el misterio?
¿Cómo dices? ¿Que todavía no te he dicho cuál es el misterio? ¿Me preguntas que en qué consiste el misterio que finalmente he comprendido? ¿Pero qué... acaso aún no lo has entendido?
Hace poco pensaba algo parecido a lo tratado en el misterio, claro con las limitantes de mi propia existencia.
ResponderEliminarReflexionaba sobre la cancion de pablo milanes donde dice La prefiero compartida antes que cambiar mi vida
Yo me preguntaba que como era eso posible ?como podria soportar el compartir a alguien que amas con demasia? y llegue a la conclucion que cuando un sentimento, en esta caso el amor, es muy intenso, ese sentimieto se hace real, te pertence, sera parte de ti como una mano un ojo, y la unica forma de desacerte del sentimiento es arrancandolo violentamiente, una amputanacion. Entonces creo yo, con reservas a lo que tenga que decir pablo, lo que comparte es el amor y no a la mujer, aunque en el plano de las raelidades la mujer y a el amor pueden ser lo mismo.