Sábado veintisiete de diciembre... pasa del medio día. Suenan las campanas de las escuelas que anuncian el término de clases. Niños y niñas de todas las edades corren alegres por las calles como queriendo robarle una sonrisa a su momentánea libertad. Unos van de prisa, hambrientos a sus casas, quizá hoy haya algo más que lentejas esperándolos. Otros no tan ansiosos en llegar a sus hogares, se van juntando en los campos de fútbol, intercambian propuestas para la selección de los equipos. Una niña corre a esperar a su mejor amiga frente al parque, otra decide caminar por los cultivos mirando el azul del cielo. No lo puede encontrar... Docenas de aviones de guerra F16 y helicópteros Apache de manufactura estadounidense apagan la luz del sol. Las siniestras sombras del enjambre aéreo tiñen el cielo de un gris lúgubre. Una luz cegadora roba la vista de los curiosos. Comienza una cascada de estallidos... ¡La tierra retumba y grita de dolor! ¡Dos, tres, cinco diez, quince explosiones! ¡Doscientos treinta muertos, setecientos heridos! Cuerpos de niños, hombres y mujeres destrozados se esconden entre el humo negro y los escombros de los edificios. Las tropas israelíes movilizan seis mil quinientos reservistas. ¡Diez, quince, veinte, muchas más bombas! ¡Trescientos ochenta muertos, mil ochocientos heridos! El plomo endurecido cae sobre hospitales, templos, universidades, escuelas, habitaciones, comercios. Muere el universitario, el profesor, el carnicero, el policía, el funcionario, el zapatero, el carpintero, el artesano, la periodista, la secretaria, la esposa, la madre, la hija, el hijo, el hermano. Son terroristas... Es su culpa por vivir en una “zona militar cerrada”, por haber nacido en Palestina, por ser árabes. ¡Treinta, cincuenta, sesenta proyectiles! ¡Cuatrocientos ochenta muertos, dos mil doscientos heridos...! es miércoles, el mundo occidental celebra el año nuevo, cinco días de bombardeo y no se ha detenido la masacre...
El 9 de diciembre de 2008, tres semanas antes del ataque, el Secretario General de las Naciones Unidas declaraba por el 60 aniversario de la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio: “La Convención fue la consecuencia directa del intento de exterminar a la población judía durante el Holocausto y desde entonces ha representado la aspiración de las Naciones Unidas de impedir que ese horror se vuelva a producir...”
¿Nunca te has preguntado por qué vale más la vida de un israelita que la de un palestino? ¿Nunca te has puesto a pensar por qué un pueblo que fue víctima de un genocidio, ahora tiene permiso internacional de masacrar y exterminar a otro, de repetir su Holocausto, pero intercambiando los papeles? ¿Por qué la “comunidad internacional” no hace nada por evitar el exterminio de los palestinos? ¿Por qué ya no aparece Palestina en los mapas? ¿Por qué tanta hipocresía...?
En 1882, los judíos sionistas comenzaron su proyecto de crear un Estado Judío, o “Gran Israel” en Palestina. Había que “desarabizarla y judaizarla”, es decir, sacar a los millones de árabes que habitaban este territorio por milenios. Los primeros asentamientos judíos en la región se llamaban “kibbutz” y eran financiados por poderosas organizaciones sionistas en Gran Bretaña y EEUU. En 1917, con la “Declaración de Balfour”, el banquero judío Lord Balfour, quien era entonces Ministro de Exteriores del Gobierno Británico, junto con los líderes sionistas Chaim Weizmann y el Barón de Rothschild, decidieron crear el “Hogar Nacional Judío” en Palestina. Para el imperialismo, la idea de un estado judío en Palestina era atractiva pues significaba tener una cabeza de playa en el codiciado medio oriente, rico en petróleo y estratégico para el dominio geopolítico. Es por esto que desde un inicio, Inglaterra y Estados Unidos apoyaron incondicionalmente el proyecto sionista. En 1920, concluida la Primera Guerra Mundial, Inglaterra impuso el “mandato británico” en los territorios palestinos. Los palestinos se opusieron y resistieron heroicamente, pero los británicos impusieron su dominio por la fuerza y a través de masacres y represiones masivas contra la población árabe, comenzaron una fuerte campaña de traslado de judíos a territorio palestino. En 1940, antes del citado holocausto judío, Joseph Weitz, director del Fondo Nacional Agrario judío, declaraba: “no debemos dejar una sola aldea, ni una sola tribu...” refiriéndose a la limpieza étnica de árabes en Palestina.
Después de la Segunda Guerra Mundial, los sionistas hicieron del Holocausto un fantasma para consolidar su proyecto de apropiarse a Palestina. Construyéndose una imagen de víctimas, reclamaron al mundo compensaciones materiales, económicas y morales, por lo que el 29 de noviembre de 1947, Inglaterra, con el auspicio de la ONU partió a Palestina en dos estados, uno judío al que le asignó 55% de la tierra y otro árabe con el 45% restante. Jerusalén quedó internacionalizada bajo control de la ONU. Cabe mencionar que a pesar de los traslados masivos de judíos a Palestina, éstos seguían siendo minoría en ambos estados. El 14 de mayo de 1948, los británicos se retiraron de Palestina y los sionistas proclamaron el Estado de Israel. Ese mismo año, Israel desató una guerra de exterminio contra los árabes para obligarlos a salir de los territorios asignados por la ONU. Aldeas enteras, como la de Dayr Yasín, situadas entre Jerusalén y Belén, fueron masacradas y quemadas. Quedaban como testimonio los miles de cadáveres de ancianos, hombres, mujeres y niños. 200,000 palestinos fueron expulsados ese año de sus tierras. Al fin de esta guerra, Israel había conseguido conquistar el 78% de Palestina.
En junio de 1967, Israel lanzó nuevamente una guerra contra los árabes. Esta guerra se pretendió justificar como un “ataque preventivo” en contra del peligro árabe. La que se conocería como “Guerra de los Seis Días” terminó con la ocupación de los únicos territorios palestinos remanentes, la franja de Gaza y Cisjordania, que desde entonces se conocerían como los “territorios ocupados”. Ese mismo año, la ONU exigió a Israel, en su resolución 242, que se retirara de los territorios ocupados, pero el Estado sionista no hizo caso. Fue hasta 1994 que la ONU reconoció en los “Acuerdos de Oslo” a la Autoridad Nacional Palestina y su derecho a controlar 22% de los territorios ocupados de Gaza y Cisjordania; esto quiere decir, sólo el 5% del territorio palestino original. Desde entonces, el Estado artificial de Israel ha violado el derecho internacional incursionando constantemente en los territorios bajo autoridad palestina, cercándolos, imponiendo controles militares, prohibiendo la entrada de provisiones, y realizando asesinatos masivos y selectivos, así como un permanente acoso militar a la población civil.
Es la víspera de año nuevo, el mundo permanece indiferente a la masacre de palestinos. Algunos activistas que todavía se preocupan por la humanidad organizan protestas en embajadas israelíes en diversos países. Un grupo de quince médicos y abogados de once países salen en misión humanitaria del puerto de Chipre, en un bote con destino a Palestina. El navío, bautizado con el nombre de “Dignity” (dignidad), va cargado de medicinas y alimentos para el pueblo palestino. Es de madrugada. Aún están en aguas internacionales. Todavía no se alcanza a ver la luz del día pero los tripulantes distinguen un escuadrón de naves de guerra de la marina israelí, que se acerca amenazante al Dignity. En un instante quedan rodeados por barcos de guerra israelíes. ¡Venimos en misión humanitaria! ¡Sólo traemos medicinas y alimentos para la población civil! Sin más, los marinos israelíes abren fuego. Exigen que regresen a Chipre. El Dignity no tiene combustible suficiente para regresar. Ya son las 6:45am. Continúan los disparos. Los aterrorizados tripulantes de la nave humanitaria pierden contacto por radio con tierra firme... ¡Sesenta, ochenta, cien bombas! Llueve fuego en Gaza. Cuatrocientos cincuenta muertos... ya no se pueden contar los heridos. Israel cierra la zona y prohíbe la entrada de alimentos, medicinas y periodistas a la franja de Gaza. No se puede encontrar una sonrisa entre el millón y medio de rostros que habitan la franja. Hosni Mubarak, el tristemente presidente egipcio, ordena sellar la frontera con Gaza para no permitir el paso de refugiados palestinos. Mientras tanto, Ofer Shmerling, funcionario de la defensa civil de Israel en el área de Sderot, adyacente a Gaza, declara en Al Jazeera: “Tocaré música y celebraré lo que está haciendo la Fuerza Aérea de Israel”.
Israel es el principal beneficiario de la ayuda militar estadounidense, y una de las potencias nucleares en el mundo. En Israel, es legal el uso de la tortura y la pena de muerte por sospecha. En lo que va del año 2000 al presente, han sido asesinados más de 5,000 palestinos por las fuerzas militares israelíes que entran a su antojo en los territorios palestinos, con la excusa del combate al terrorismo. Es obvio que para el imperialismo, todo aquel que no agache la cabeza y muera en silencio viendo cómo le arrebatan su tierra, es un terrorista. Estados Unidos, junto con Canadá y Alemania declararon su apoyo a Israel, y califican su acción militar como “defensiva”. Mientras tanto, la prensa norteamericana y europea hace eco de las declaraciones de Ehud Olmert, primer ministro israelí y Tzipi Livni, ministra del exterior, de que la actual campaña militar es un acto de represalia por los cohetes Qassam lanzados por palestinos, a partir de que expiró el 19 de diciembre la tregua de seis meses. Es importante aclarar que para los palestinos, este tipo de cohetes caseros de bajo impacto son una forma de contestar a la criminal ocupación israelí y a las masacres perpetradas en su contra. Sin embargo, la operación plomo endurecido que oficialmente fue aprobada el 24 de diciembre de 2008, comenzó a prepararse desde hace más de seis meses. Mientras Israel negociaba un acuerdo de alto al fuego con Hamas, las fuerzas militares israelíes ya estaban recabando información de inteligencia sobre bases permanentes, sitios de armas, campos de entrenamiento, y domicilios de líderes y funcionarios palestinos. La supuesta negociación sólo fue para Israel una forma de ganar tiempo. Una vez más, el estado sionista aplicó la estrategia del peligro fabricado con el cual ha pretendido justificar sus guerras anexionistas y de limpieza étnica. Para Israel, la única tregua aceptable sería que los palestinos se dejen colonizar unilateralmente, se dejen asesinar y humillar, acepten vivir en la miseria, en el exilio, una tregua en la cual los palestinos dejen de existir. Pero los sobrevivientes palestinos no claudican, se reorganizan y se integran a las milicias de resistencia
Es la primera semana de enero, diez días desde que inició la ofensiva, las tropas terrestres penetran en la franja de Gaza. Rafah está completamente destruida. Israel exige la total evacuación de la ciudad de Gaza. Quien se quede lo hace bajo su propio riesgo. Los tanques pasan por entre los trozos de carne humana y concreto. Del cielo caen panfletos exhortando a los palestinos a entregar a sus hermanos. Ignoran los israelíes que los palestinos ya no tienen hermanos a quien entregar. Están muertos entre los escombros, víctimas del holocausto... El mundo observa... y sigue observando nada más. ¿Hasta cuándo seguiremos observando nada más? ¿Hasta que ya no quede un solo palestino vivo?
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