Pero no son ese amor y esa amistad los que ocupan el espacio en esta página. Mis palabras tienden a ser arrebatadas y poco elocuentes, las más de las veces carecen de sentido, pero hasta ahora (espero) no llegan todavía a ser de plástico. No gastaría tiempo y pixeles proponiendo uno más de aquellos desgastados adagios plásticos . No… en realidad lo que ocupa el espacio ahora es una duda que me surge del corazón en conflicto, una duda que puede parecer evidente, pero que en la praxis de la experiencia humana, resulta ser tan compleja como la duda filosófica primigenia. Me refiero específicamente a la relación profunda que hay (o no) entre el amor y la amistad, y al enjambre de preguntas que surgen de ella. ¿Qué es exactamente eso a lo que llamamos amor? ¿En qué consiste la amistad? ¿Cuál es la diferencia entre un amigo y un amante (en su acepción más simple de “aquel que ama”)? ¿Hay alguna diferencia entre el amado, el amante y el amoroso? ¿Puede un amigo amar a una amiga (o a otro amigo)? ¿Puede uno ser amigo de quien ama? ¿Se puede transitar del amor a la amistad? ¿Se puede pasar de la amistad al amor?
Tal vez no haya nunca respuestas concretas para estas cuestiones. Tal vez primero desaparezca la humanidad (y con ella el amor y la amistad) antes de que se resuelvan tremendos acertijos. Pero no por falta de respuestas universales estamos imposibilitados para ensayar una solución práctica. Al amor quizá nunca nadie lo pueda encapsular en una definición única, pues hay tantas maneras de amar, como hay maneras de existir en el mundo. Para alguien amar significa una semana en la playa, entre el sol y la arena, mientras para otro, amar equivale a esa misma semana en el frío de la montaña. Para uno amar sería un verbo eternamente conjugado en pasado, mientras que para otro la conjugación estaría siempre en el futuro irreal. Amar puede ser para algunos un discurso lleno de adjetivos pomposos, mientras que para otros puede ser sólo un acto de silencio. Cuando algunos aman horizontalmente, otros lo hacen verticalmente. Mientras algunos ven el amor como un juego de pares exactamente iguales, otros encuentran en los distantes y pronunciados contrastes el mejor espacio para amar… Para algunos, amor es una palabra prohibida, mientras que para otros no es más que la obediencia a la norma y la legalidad.
¿Y acaso alguien podría decir cuál de todas estas definiciones es la verdadera? Supongo que cada una tendrá su razón fundamentada para autoproclamarse como “amor”. Pero entonces podríamos llegar a la conclusión de que realmente no existe el amor, pues cuando algo puede ser cualquier cosa, en realidad no es nada. Quizá sea este el caso, aunque… por un acto de fe, yo me inclino a creer que sí debe existir algo que es común a todas las formas posibles de amar. Y es que independientemente de su forma, no alcanzo a concebir algún amor que no esté dispuesto a sacrificarse por el otro amado. En otras palabras, el amor tendría que ser capaz de buscar el bienestar del ser amado, aun por encima del bienestar propio. Puedo estar equivocado, y probablemente lo esté, pero me parece bello e ideal pensar que para amar, hay que dejar de ser yo, para ser nosotros. Al menos este yo que escribe, no podría amar de otra forma. Cuando se ama de verdad, se da todo, aun a costa de lo propio, que vale mencionar, no se pierde por causa del sacrificio, sino que se extiende en un acto de sublimación.
Ahora bien, si definir el amor parecía algo complicado, debe ser inmensamente más complejo el problema que implica empezar a pensar aun de manera incipiente alguna definición de la amistad. Y es que en esta palabra cabe prácticamente todo, desde un encuentro casual a una pareja de vida, desde una compañía académica hasta una compañía pasional, desde un colega hasta un rival. Amigo puede ser el que atiende diariamente en un café, hasta el que carga a otro en las noches de exceso… de hecho, como es sabido en vox populi, ni siquiera se tiene que ser humano para ser un mejor amigo. Y el problema se complica cuando la amistad se exige o se condiciona. No alcanza la conciencia humana a entender a ciencia cierta qué es eso que da contenido y esencia a la amistad, pero a alguno o alguna se le ocurre natural exigir pruebas contundentes de ella. Se llega incluso hasta condenar y declarar non grata a una antigua amistad cuando esta no cumple con ciertas exigencias particulares. En efecto, en este rubro, considero que no tenemos mucha esperanza en términos de la proposición de una definición.
Pero yendo más allá de las definiciones… lo que me ha causado más conflicto aun es la relación que pueda existir entre una y otra realidad. ¿Cómo se pasa de lo primero a lo segundo? ¿Cómo se deja de amar para iniciar una amistad? ¿Qué significa ser amigo cuando se hubo amado? ¿Puede uno vivir enamorado de un amigo o de una amiga? ¿Puede uno ser amigo de quien vive amándolo? ¿Es posible reprimir el amor cuando así se amerita, y convertirlo forzadamente en amistad? Y todavía más preocupante… ¿Es posible no ser amigo o amiga de alguien a quien se amó? ¿Existe alguna situación que amerite reprimir el amor?
Me recuerdo hace poco pensando en este problema, y sufriendo realmente con un pensamiento que me dañaba el alma entonces, como lo sigue haciendo ahora… Me preguntaba en aquel instante, ¿cómo es posible que se pueda pasar tan fácilmente del amor al odio? No lo entiendo… ¿Cómo es posible que alguien un día se sorprenda queriendo lastimar y hacer daño a otro alguien a quien en un tiempo previo amó o de quien fue amado? Podría pensarse que se trata sólo de una cuestión ociosa, pero uno se sorprendería al ver la cantidad de casos que inician con amor y terminan en odio. Es verdaderamente triste ver cómo más que la excepción, se trata de la norma. El desamor deviene en rencor, en reproche, en culpa y en demás preámbulos a la intención de dañar, y en casi la totalidad de los casos, todo se origina en una comunicación deficiente y corrupta, así como en suposiciones e interpretaciones sesgadas por falta de mecanismos de traducción entre los mundos diversos de la subjetividad humana... Algunos dirían por falta de competencia intercultural o intersubjetiva. En aquel entonces (como hoy) realmente me robaba el sueño este problema y me preguntaba por qué tendría que ser siempre necesario terminar el amor con rencor y con odio. Por qué parecería tan difícil terminar el amor en libertad, en gratitud y en cariño… y sobre todo en amistad. Si algo empezó con ilusión, cariño y amistad, ¿por qué no puede también terminar con ilusión, cariño y amistad? Si es que hubo amor, ¿por qué no pasar de la indiferencia a la consideración? ¿De la antipatía a la empatía?
Y con esto regresamos a la paradoja del amor que para dejar de existir se transforma en amistad o simplemente no se transforma y desaparece en el dolor y en el olvido. Yo en estos temas, me declaro indocto, y francamente inhabilitado en términos prácticos, pero no por ello dejo de tener una intuición incipiente, que sospecho más bien puede ser una ilusión... una que me dice que ambos, amor y amistad, en realidad deberían ser una misma cosa. Sin embargo, cuando estos se vuelven polos opuestos irreconciliables… tengo la esperanza de que no se vistan de antagónía y autodestrucción. Ante la disyuntiva de la disección irreconciliable, yo deseo en el alma la supervivencia de uno sobre el otro. Así, la superación dialéctica de la esperanza de amor eterno, será siempre la amistad eterna. La ontología del amor incondicional, se convierte en la fenomenología de la amistad incondicional, con todo y el mismo adjetivo. Y no quiero decir con esto que deban separarse ambas realidades. Yo, como soy idealista, defiendo la máxima que postula al amor eterno y a la amistad incondicional como una unidad solida o inseparable. Sin embargo, en un espíritu pragmático, intento desesperadamente desdoblarlos en mi rostro y corazón... Es posible... pero aun así, no podría nunca prescindir de los dos polos del binomio a la vez. Tendría que abrazar al menos uno de los dos elementos... amor y/o amistad... Destruir ambos sería como destruir toda esperanza en la humanidad.